6/11/2017, 17:50
Daidoji Ichigo alzó una ceja, visiblemente incomodado, cuando aquel gennin le mencionó que venían por el asunto de la mansión. Claro, el alguacil ya se había imaginado que era eso lo que traía a no menos que tres ninjas de Uzu a un pueblo como aquel, donde difícilmente sucedía algo importante.
El guerrero se cruzó de brazos y dedicó largas miradas tanto a Akame como a Eri, que se habían mantenido en silencio. Luego, habló.
—La casa del señor Takeda —repitió, frunciendo el ceño—. Sí, yo fui el encargado de custodiar a esa desdichada familia antes de que se los llevaran a Yamiria.
Akame se cruzó de brazos, reflexivo. «Esto cada vez se pone peor». Era evidente que Takeda Masahiro no les había contado toda la verdad —ni de lejos—, y tampoco le pasó desapercibido al Uchiha el detalle de que Ichigo no parecía ni remotamente dispuesto a invitarles a entrar. Era como si le estuvieran molestando con sólo estar allí plantados.
—Estaban... Asustados —dijo finalmente el alguacil sin dejar de mirarles con suspicacia. Era como si estuviese intentando calibrar si podía confiar en ellos o no—. Decían cosas sin sentido, seguramente alguien del pueblo habrá querido darles un buen susto... La gente aquí es supersticiosa y temerosa de los dioses.
No pasó desapercibido para ninguno de los muchachos que el alguacil hablaba de forma extraña; como si ni siquiera él mismo creyese en sus palabras. Pese a que parecía disgustado con aquello, Daidoji Ichigo no les estaba contando toda la verdad, sino una versión muy parecida a la del señor Takeda. Solo que, a diferencia del propietario, él parecía hacerlo con pesar y amargura.
—Daidoji-dono —intercedió Akame—. Necesitamos que nos de toda la información. La verdad. Ahora.
Los ojos del guerrero se clavaron fijamente en los de Akame, y este le aguantó la mirada. No pensaba tener que esperar a que Datsue o Eri le sacaran con abrelatas un par de detalles, y la poca cooperación de los lugareños empezaba a antojarse demasiado improductiva.
El guerrero se cruzó de brazos y dedicó largas miradas tanto a Akame como a Eri, que se habían mantenido en silencio. Luego, habló.
—La casa del señor Takeda —repitió, frunciendo el ceño—. Sí, yo fui el encargado de custodiar a esa desdichada familia antes de que se los llevaran a Yamiria.
Akame se cruzó de brazos, reflexivo. «Esto cada vez se pone peor». Era evidente que Takeda Masahiro no les había contado toda la verdad —ni de lejos—, y tampoco le pasó desapercibido al Uchiha el detalle de que Ichigo no parecía ni remotamente dispuesto a invitarles a entrar. Era como si le estuvieran molestando con sólo estar allí plantados.
—Estaban... Asustados —dijo finalmente el alguacil sin dejar de mirarles con suspicacia. Era como si estuviese intentando calibrar si podía confiar en ellos o no—. Decían cosas sin sentido, seguramente alguien del pueblo habrá querido darles un buen susto... La gente aquí es supersticiosa y temerosa de los dioses.
No pasó desapercibido para ninguno de los muchachos que el alguacil hablaba de forma extraña; como si ni siquiera él mismo creyese en sus palabras. Pese a que parecía disgustado con aquello, Daidoji Ichigo no les estaba contando toda la verdad, sino una versión muy parecida a la del señor Takeda. Solo que, a diferencia del propietario, él parecía hacerlo con pesar y amargura.
—Daidoji-dono —intercedió Akame—. Necesitamos que nos de toda la información. La verdad. Ahora.
Los ojos del guerrero se clavaron fijamente en los de Akame, y este le aguantó la mirada. No pensaba tener que esperar a que Datsue o Eri le sacaran con abrelatas un par de detalles, y la poca cooperación de los lugareños empezaba a antojarse demasiado improductiva.