6/11/2017, 18:05
Si los comensales —a excepción del profesor Rōshi, que parecía imperturbable tan concentrado en su cena como estaba— ya se habían sobresaltado con la intervención del jefe de seguridad, la respuesta de Aiko los dejó directamente blancos. Benimaru, el delegado del Daimyō, alzó ambas manos y entonó una risilla nerviosa.
—Calma, calma caballeros y dama... No hay por qué ponerse así. Todos estamos disfrutando de esta velada, ¿cierto, Buradoku-san? —agregó, interpelando al profesor adjunto.
El aludido se reincorporó en su silla, espalda recta y hombros cuadrados, y se ajustó el pañuelo dorado con patente nerviosismo.
—¡En efecto, Abudora-dono! —respondió, y luego carraspeó varias veces—. He de pedirles a todos que mantengan las formas, por respeto a Daimyō-sama representado aquí por Abudora Benimaru-dono y a nuestro director, Muten-sensei.
Jonaro, que segundos antes había hecho amago de levantarse, volvió a recostarse completamente en su asiento. Su mano derecha había volado como una centella a la empuñadura de su espada, pero ahora volvía mansa como un pájaro hasta colocarse en el regazo de su dueño. No dijo nada, sino que se limitó a dedicarle a Aiko una sonrisa lobuna que parecía querer decir "ya ajustaremos cuentas".
El mesero, por su parte, parecía enormemente aliviado de que ambos recién llegados hubieran ordenado su cena porque así podría alejarse de la mesa donde el ambiente estaba tan caldeado. Tomó nota de todo lo que le pidieron Aiko y Datsue y se dio media vuelta, desapareciendo entre el ir y venir de los demás camareros.
—Bueno, ejem, Aiko-san, Datsue-san —les interpeló Banadoru, tomando un sorbo de vino—. Creo que es hora de que les informe en profundidad de los detalles de esta expedición. Verán, Muten-sensei es un reputado historiador de la Escuela de Historia de Taikarune. Recientemente su grupo de investigación —dijo aquello con gran orgullo, dejando patente que él pertenecía a ese grupo— encontró indicios de la ubicación de unas antiguas ruinas que datan de un tiempo muy anterior a la era de las Cinco Grandes Aldeas.
El profesor adjunto sacó un mapa de Kaze no Kuni de uno de los bolsillos de su camisa, lo desdobló y —tras hacer sitio en su parte de la mesa— lo extendió para que ambos gennin pudieran verlo.
—En esta zona —señaló un área entre las Pirámides de Sanbei y las Ruinas de Sunagakure— parece ser que se encuentra lo que en su día fue una biblioteca. Según nuestras investigaciones, gran parte del lugar podría estar todavía en un estado aceptable de conservación bajo la arena.
»Como se imaginarán, se trata de un proyecto sumamente interesante que podría ayudarnos a desentrañar mejor el modo de vida de nuestros antepasados antes de la fundación de la antigua Sunagakure.
Mientras Banadoru les explicaba, un par de camareras les trajeron su cena. Todo lucía apetitoso, y olía aun mejor. Una de ellas descorchó una botella de carísimo vino y se lo sirvió a Aiko, dejándoselo probar primero. Luego, como Datsue no había pedido nada de beber, le sirvieron una jarra de agua helada.
—Calma, calma caballeros y dama... No hay por qué ponerse así. Todos estamos disfrutando de esta velada, ¿cierto, Buradoku-san? —agregó, interpelando al profesor adjunto.
El aludido se reincorporó en su silla, espalda recta y hombros cuadrados, y se ajustó el pañuelo dorado con patente nerviosismo.
—¡En efecto, Abudora-dono! —respondió, y luego carraspeó varias veces—. He de pedirles a todos que mantengan las formas, por respeto a Daimyō-sama representado aquí por Abudora Benimaru-dono y a nuestro director, Muten-sensei.
Jonaro, que segundos antes había hecho amago de levantarse, volvió a recostarse completamente en su asiento. Su mano derecha había volado como una centella a la empuñadura de su espada, pero ahora volvía mansa como un pájaro hasta colocarse en el regazo de su dueño. No dijo nada, sino que se limitó a dedicarle a Aiko una sonrisa lobuna que parecía querer decir "ya ajustaremos cuentas".
El mesero, por su parte, parecía enormemente aliviado de que ambos recién llegados hubieran ordenado su cena porque así podría alejarse de la mesa donde el ambiente estaba tan caldeado. Tomó nota de todo lo que le pidieron Aiko y Datsue y se dio media vuelta, desapareciendo entre el ir y venir de los demás camareros.
—Bueno, ejem, Aiko-san, Datsue-san —les interpeló Banadoru, tomando un sorbo de vino—. Creo que es hora de que les informe en profundidad de los detalles de esta expedición. Verán, Muten-sensei es un reputado historiador de la Escuela de Historia de Taikarune. Recientemente su grupo de investigación —dijo aquello con gran orgullo, dejando patente que él pertenecía a ese grupo— encontró indicios de la ubicación de unas antiguas ruinas que datan de un tiempo muy anterior a la era de las Cinco Grandes Aldeas.
El profesor adjunto sacó un mapa de Kaze no Kuni de uno de los bolsillos de su camisa, lo desdobló y —tras hacer sitio en su parte de la mesa— lo extendió para que ambos gennin pudieran verlo.
—En esta zona —señaló un área entre las Pirámides de Sanbei y las Ruinas de Sunagakure— parece ser que se encuentra lo que en su día fue una biblioteca. Según nuestras investigaciones, gran parte del lugar podría estar todavía en un estado aceptable de conservación bajo la arena.
»Como se imaginarán, se trata de un proyecto sumamente interesante que podría ayudarnos a desentrañar mejor el modo de vida de nuestros antepasados antes de la fundación de la antigua Sunagakure.
Mientras Banadoru les explicaba, un par de camareras les trajeron su cena. Todo lucía apetitoso, y olía aun mejor. Una de ellas descorchó una botella de carísimo vino y se lo sirvió a Aiko, dejándoselo probar primero. Luego, como Datsue no había pedido nada de beber, le sirvieron una jarra de agua helada.