8/11/2017, 16:37
Después de que los tres interviniesen, dos de ellos parecía que únicamente lo hacían para bajar el grado de las palabras de Akame, el alguacil cedió, abatido, y se dio media vuelta dejando la puerta abierta invitándoles a pasar. Eri solo se encogió de hombros, aquello podría haberlo hecho desde un principio y no tenerlos ahí perdiendo el tiempo.
Una vez dentro la kunoichi pelirroja parecía estar fijándose en todo, y es que, la verdad, aquella casa no era ni de lejos lo que se había pensado cuando la había visto, parecía mucho más humilde, como las que reinaban en aquel pueblecito. Una vez llegados al lugar donde se quedarían seguramente para charlar, Eri tomó asiento donde buenamente pudo y esperó a Daidoji.
—Gracias Daidoji-dono —murmuró una vez volvió y tomó asiento, justo después que Akame.
El hombre comenzó a explicar lo que había sucedido, por fin alguien les contaba la verdad. Eri escuchó atentamente la voz del hombre mientras tomaba su taza entre las manos y con ella se calentaba las mismas. Al parecer, según Daidoji, aquella casa sí parecía estar embrujada, porque había afirmado que nadie del pueblo podría atemorizar de aquella manera a los inquilinos.
«¿Trastornados? ¿Dioses? ¿Qué narices le habrá pasado a esta gente?»
Eri pareció sobresaltarse cuando el hombre balbuceó la palabra Dioses, ¿cómo era que gente que solo se hospedaba en una casa terminase así? Lo que seguramente deberían hacer es dejarse de rodeos e ir a ver aquella endemoniada casa. Aunque... Bueno... ¿Y si terminasen los tres igual de tocados?
Ahora no sabía qué hacer.
—Disculpe, Daidoji-dono —llamó la joven dejando su pequeño vaso sobre la bandeja —. Usted, ¿ha estado o ha visto la casa?
Una vez dentro la kunoichi pelirroja parecía estar fijándose en todo, y es que, la verdad, aquella casa no era ni de lejos lo que se había pensado cuando la había visto, parecía mucho más humilde, como las que reinaban en aquel pueblecito. Una vez llegados al lugar donde se quedarían seguramente para charlar, Eri tomó asiento donde buenamente pudo y esperó a Daidoji.
—Gracias Daidoji-dono —murmuró una vez volvió y tomó asiento, justo después que Akame.
El hombre comenzó a explicar lo que había sucedido, por fin alguien les contaba la verdad. Eri escuchó atentamente la voz del hombre mientras tomaba su taza entre las manos y con ella se calentaba las mismas. Al parecer, según Daidoji, aquella casa sí parecía estar embrujada, porque había afirmado que nadie del pueblo podría atemorizar de aquella manera a los inquilinos.
«¿Trastornados? ¿Dioses? ¿Qué narices le habrá pasado a esta gente?»
Eri pareció sobresaltarse cuando el hombre balbuceó la palabra Dioses, ¿cómo era que gente que solo se hospedaba en una casa terminase así? Lo que seguramente deberían hacer es dejarse de rodeos e ir a ver aquella endemoniada casa. Aunque... Bueno... ¿Y si terminasen los tres igual de tocados?
Ahora no sabía qué hacer.
—Disculpe, Daidoji-dono —llamó la joven dejando su pequeño vaso sobre la bandeja —. Usted, ¿ha estado o ha visto la casa?