8/11/2017, 21:12
—Ninguno que yo conozca, eso seguro —replicó el alguacil ante la pregunta de Datsue—. Y tampoco creo que sea de los que se adoran en los templos... —agregó, visiblemente perturbado—. Ella habla de... Un dios de ojos rojos, muertos que le hablan, una voz que la llama en sueños, desde la penumbra... Y asegura que ha maldecido a su marido.
Por un momento Daidoji se quedó completamente en silencio, con la mirada perdida. Parecía que el asunto le había afectado más de lo que los ninjas pensaran en un principio, o de lo que él mismo pudiera haber supuesto. Cuando Eri habló, el noble alzó la cabeza, traspuesto.
—Sí, sí... Entramos yo y unos cuantos hombres de la Aldea. Los gritos nos despertaron en mitad de la noche —aseguró—. El padre estaba en el suelo, revolviéndose como si un enjambre de insectos estuviera comiéndole las entrañas. Decía... Decía que Él le estaba castigando.
El viento sopló con fuerza, golpeando el cristal de una de las ventanas y sobresaltando a los presentes. Ichigo volteó la cabeza, visiblemente perturbado, pero tras comprobar que sólo había sido una ráfaga de viento otoñal volvió a centrarse en la conversación. Bajó la mirada y se frotó las manos con gesto nervioso, como si estuviese a punto de confesar un crimen vergonzoso.
—La gente en el pueblo ha empezado a hablar, el ambiente está caldeado y no sé cuánto tiempo más podré mantener el orden —escupió al fin—. El otro día tuve que desenvainar mi arma para que no lincharan al anciano que vive en la casa junto a las ruinas.
«Así que por eso estabas tan nervioso con el tema...»
»Necesito... Necesito que resuelvan esto.
Por un momento Daidoji se quedó completamente en silencio, con la mirada perdida. Parecía que el asunto le había afectado más de lo que los ninjas pensaran en un principio, o de lo que él mismo pudiera haber supuesto. Cuando Eri habló, el noble alzó la cabeza, traspuesto.
—Sí, sí... Entramos yo y unos cuantos hombres de la Aldea. Los gritos nos despertaron en mitad de la noche —aseguró—. El padre estaba en el suelo, revolviéndose como si un enjambre de insectos estuviera comiéndole las entrañas. Decía... Decía que Él le estaba castigando.
El viento sopló con fuerza, golpeando el cristal de una de las ventanas y sobresaltando a los presentes. Ichigo volteó la cabeza, visiblemente perturbado, pero tras comprobar que sólo había sido una ráfaga de viento otoñal volvió a centrarse en la conversación. Bajó la mirada y se frotó las manos con gesto nervioso, como si estuviese a punto de confesar un crimen vergonzoso.
—La gente en el pueblo ha empezado a hablar, el ambiente está caldeado y no sé cuánto tiempo más podré mantener el orden —escupió al fin—. El otro día tuve que desenvainar mi arma para que no lincharan al anciano que vive en la casa junto a las ruinas.
«Así que por eso estabas tan nervioso con el tema...»
»Necesito... Necesito que resuelvan esto.