10/11/2017, 17:09
Buradoku Banadoru asintió complacido ante las palabras de Datsue, y luego miró al resto de los comensales con unos ojos que buscaban aprobación. El director, Rōshi, se limitó a asentir. Jonaro soltó una risa socarrona y se cruzó de brazos, y Benimaru asintió con interés. Parecía que de momento los encargados —salvo quizás a excepción del jefe de seguridad, al que se veía bastante molesto con la presencia de los ninjas— estaban conformes con ambos muchachos.
—La paga es de tres mil ryos, a entregar sólo cuando la expedición haya concluído —respondió Banadoru.
Sin embargo, la aprobación que habían manifestado los integrantes de la dirección de la expedición se esfumó rápidamente nada más Aiko insistió en su idea de ir a las Pirámides de Sanbei. Jonaro soltó una risotada maliciosa, Muten Rōshi alzó una ceja con gesto excéptico y Banadoru se ajustó otra vez el pañuelo dorado que llevaba al cuello con gesto nervioso.
—Verá, Watasashi-san... —empezó el profesor adjunto.
No llegó a terminar la frase. Benimaru, el delegado del Daimyō, cruzó ambas manos sobre la mesa mientras miraba fijamente a la kunoichi. Su rostro ya no reflejaba aquella jovialidad y simpatía de antes, cuando Datsue contaba su anécdota, sino que era ahora la perfecta mueca de un cazador a punto de disparar a su presa en la yugular.
—Watasashi Aiko-san, dado que sois extranjera, asumiré que no conocéis nuestras leyes y por tanto no tendré en cuenta vuestra impertinente insistencia —dijo con voz afilada el delegado—. Pero debo advertiros que nadie en Kaze no Kuni puede acercarse a las Pirámides de Sanbei sin autorización expresa de Daimyō-sama, bajo pena de muerte. Recordadlo bien, porque el desconocer esta prohibición no os exime de cumplirla.
El silencio se había hecho en la mesa. Un par de camareras se acercaron y empezaron a retirar los platos de quienes ya habían terminado de comer, mientras Banadoru se frotaba las manos con gesto nervioso.
—La paga es de tres mil ryos, a entregar sólo cuando la expedición haya concluído —respondió Banadoru.
Sin embargo, la aprobación que habían manifestado los integrantes de la dirección de la expedición se esfumó rápidamente nada más Aiko insistió en su idea de ir a las Pirámides de Sanbei. Jonaro soltó una risotada maliciosa, Muten Rōshi alzó una ceja con gesto excéptico y Banadoru se ajustó otra vez el pañuelo dorado que llevaba al cuello con gesto nervioso.
—Verá, Watasashi-san... —empezó el profesor adjunto.
No llegó a terminar la frase. Benimaru, el delegado del Daimyō, cruzó ambas manos sobre la mesa mientras miraba fijamente a la kunoichi. Su rostro ya no reflejaba aquella jovialidad y simpatía de antes, cuando Datsue contaba su anécdota, sino que era ahora la perfecta mueca de un cazador a punto de disparar a su presa en la yugular.
—Watasashi Aiko-san, dado que sois extranjera, asumiré que no conocéis nuestras leyes y por tanto no tendré en cuenta vuestra impertinente insistencia —dijo con voz afilada el delegado—. Pero debo advertiros que nadie en Kaze no Kuni puede acercarse a las Pirámides de Sanbei sin autorización expresa de Daimyō-sama, bajo pena de muerte. Recordadlo bien, porque el desconocer esta prohibición no os exime de cumplirla.
El silencio se había hecho en la mesa. Un par de camareras se acercaron y empezaron a retirar los platos de quienes ya habían terminado de comer, mientras Banadoru se frotaba las manos con gesto nervioso.