13/11/2017, 20:16
Cuando los muchachos llegaron a la recepción, vieron que allí los estaban esperando el profesor Rōshi, Banadoru y el delegado del Daimyō, Benimaru. Los dos primeros iban vestidos de forma bastante distinta a la noche anterior; habían dejado sus elegantes galas de académicos para embutirse en ropajes de colores claros, de algodón transpirable y llevaban colgando del cuello mediante un cordel, sendos sombreros parecidos al de Datsue.
—¡Ah, aquí están! —les saludó Banadoru—. ¿Han dormido bien?
El profesor Rōshi y Benimaru les dedicaron una inclinación de cabeza, y luego enfilaron la salida. Antes de atravesar las puertas del hotel, el delegado del Daimyō le dedicó una última mirada difícil de descifrar a Aiko.
—Espero que le haya quedado claro nuestro destino.
Sin más, el tipo recobró su habitual sonrisa y salió al exterior. Banadoru se acomodó el pañuelo dorado que llevaba en torno al cuello con gesto nervioso y les invitó a salir también.
—Vamos, no hay tiempo que perder. El resto de la caravana ya está lista, sólo faltamos nosotros.
El profesor adjunto se ajustó los corrajes de la maleta que llevaba colgada sobre los hombros, un bolso de cuero lo suficientemente grande como para que cupieran varios tomos de papeles, y sintió el aire frío de la mañana invernal en Inaka. Frente a la entrada del hotel habían dispuesto una caravana de lo más peculiar; al menos, para ambos ninjas, que nunca habían visto cosa igual.
Liderando el convoy iban el profesor Muten Rōshi y Benimaru, ambos montados en sendos camellos que transportaban, además, varias alfajas sobre sus jorobas. Detrás se situaban dos enormes carros de madera repletos de cajas y herramientas, ambos cubiertos por lonas de tela ancladas a la propia estructura de los transportes. Luego estaba Jonaro, también a camello y rodeado de un buen puñado de hombres que vestían con ropas sencillas. Tenían el rostro curtido, los brazos fuertes y esa mirada de haber hecho ya alguna que otra vuelta. De entre ellos destacaba uno; un tipo vestido con una chaqueta plateada y con una gran cicatriz en la cara que le cruzaba el ojo izquierdo. Jonaro y él hablaban discretamente, como si no se fiaran siquiera de los hombres que les rodeaban.
Finalizaban la caravana otros dos carros; uno repleto de herramientas, y el otro con un tendete de tela sobre cuatro palos en el que —probablemente— viajarían el resto de los obreros.
Uno de aquellos peones se acercó a Banadoru, Datsue y Aiko llevando tres camellos sujetos por las riendas, y se los ofreció al trío.
—¿Saben montar? Esto no es como un caballo —agregó luego de darles un buen vistazo y, probablemente, suponer que no eran oriundos de Kaze no Kuni.
—¡Ah, aquí están! —les saludó Banadoru—. ¿Han dormido bien?
El profesor Rōshi y Benimaru les dedicaron una inclinación de cabeza, y luego enfilaron la salida. Antes de atravesar las puertas del hotel, el delegado del Daimyō le dedicó una última mirada difícil de descifrar a Aiko.
—Espero que le haya quedado claro nuestro destino.
Sin más, el tipo recobró su habitual sonrisa y salió al exterior. Banadoru se acomodó el pañuelo dorado que llevaba en torno al cuello con gesto nervioso y les invitó a salir también.
—Vamos, no hay tiempo que perder. El resto de la caravana ya está lista, sólo faltamos nosotros.
El profesor adjunto se ajustó los corrajes de la maleta que llevaba colgada sobre los hombros, un bolso de cuero lo suficientemente grande como para que cupieran varios tomos de papeles, y sintió el aire frío de la mañana invernal en Inaka. Frente a la entrada del hotel habían dispuesto una caravana de lo más peculiar; al menos, para ambos ninjas, que nunca habían visto cosa igual.
Liderando el convoy iban el profesor Muten Rōshi y Benimaru, ambos montados en sendos camellos que transportaban, además, varias alfajas sobre sus jorobas. Detrás se situaban dos enormes carros de madera repletos de cajas y herramientas, ambos cubiertos por lonas de tela ancladas a la propia estructura de los transportes. Luego estaba Jonaro, también a camello y rodeado de un buen puñado de hombres que vestían con ropas sencillas. Tenían el rostro curtido, los brazos fuertes y esa mirada de haber hecho ya alguna que otra vuelta. De entre ellos destacaba uno; un tipo vestido con una chaqueta plateada y con una gran cicatriz en la cara que le cruzaba el ojo izquierdo. Jonaro y él hablaban discretamente, como si no se fiaran siquiera de los hombres que les rodeaban.
Finalizaban la caravana otros dos carros; uno repleto de herramientas, y el otro con un tendete de tela sobre cuatro palos en el que —probablemente— viajarían el resto de los obreros.
Uno de aquellos peones se acercó a Banadoru, Datsue y Aiko llevando tres camellos sujetos por las riendas, y se los ofreció al trío.
—¿Saben montar? Esto no es como un caballo —agregó luego de darles un buen vistazo y, probablemente, suponer que no eran oriundos de Kaze no Kuni.