21/11/2017, 20:17
Banadoru no pudo contener una carcajada cuando los ninjas se quejaron de su mala suerte al creer que los caballos sobre los que habían venido a Inaka habían sido robados.
—Ay, perdón, perdón señores... —se disculpó, secándose una lagrimilla—. Pero es que son ustedes dos ninjas de lo más pintoresco. Sus caballos estarán en las cuadras del hotel, debidamente atentidos. Lo más probable es que alguien del servicio los recogiera mientras cenabais.
Aclarado aquel tema, el académico se acomodó su pañuelo dorado y subió a la montura que le ofrecía uno de sus obreros. Desde las alturas de aquella criatura, Banadoru les animó a hacer lo mismo. Luego tiró de las riendas y el camello se volteó lentamente, como si le costase un esfuerzo tremendo, para luego empezar a moverse lentamente en dirección a los primeros puestos de la comitiva.
—¡Vamos, Uchiha-san, Watasashi-san, Muten-sensei nos está esperando!
El resto de obreros ya habían terminado de cargar los vagones con algunas cajas más de aspecto pesado, y se hacinaban ahora en el carromato cuya parte trasera tenía una pérgola montada. El tipo que les ofrecía las riendas de los dos camellos restantes parecía impaciente por unirse a sus compañeros, como si temieran que se fuesen sin él.
—Es para hoy —comentó con cierto aburrimiento.
—Ay, perdón, perdón señores... —se disculpó, secándose una lagrimilla—. Pero es que son ustedes dos ninjas de lo más pintoresco. Sus caballos estarán en las cuadras del hotel, debidamente atentidos. Lo más probable es que alguien del servicio los recogiera mientras cenabais.
Aclarado aquel tema, el académico se acomodó su pañuelo dorado y subió a la montura que le ofrecía uno de sus obreros. Desde las alturas de aquella criatura, Banadoru les animó a hacer lo mismo. Luego tiró de las riendas y el camello se volteó lentamente, como si le costase un esfuerzo tremendo, para luego empezar a moverse lentamente en dirección a los primeros puestos de la comitiva.
—¡Vamos, Uchiha-san, Watasashi-san, Muten-sensei nos está esperando!
El resto de obreros ya habían terminado de cargar los vagones con algunas cajas más de aspecto pesado, y se hacinaban ahora en el carromato cuya parte trasera tenía una pérgola montada. El tipo que les ofrecía las riendas de los dos camellos restantes parecía impaciente por unirse a sus compañeros, como si temieran que se fuesen sin él.
—Es para hoy —comentó con cierto aburrimiento.