22/11/2017, 17:16
El obrero pareció aliviado de que los ninjas por fin accediesen a coger sus monturas, y ni siquiera hizo caso del ingenioso comentario de Datsue antes de darse media vuelta e ir hasta el carromato con la toldilla, donde le esperaban sus compañeros. Los ninjas montaron en los camellos y —tras unos cuantos intentos— consiguieron más o menos habituarse al temple de las bestias, que eran mucho más calmadas que los caballos.
Así pues, se dirigieron a la cabeza de la comitiva. Al pasar junto al carro en el que iban los peones, sentados y arrebujados como cerdos camino del matadero, shinobi y kunoichi pudieron distinguir la figura de aquel tipo que había estado hablando con Jonaro. Era un hombre alto, de hombros escuálidos y mirada ladina; su piel café y sus ojos oscuros dejaban pocas dudas sobre su procedencia autóctona. El hombre llevaba una chaqueta plateada sin mangas sobre los hombros, y les lanzó un guiño con su ojo surcado por una horrenda cicatriz antes de sentarse junto a sus hombres.
Nada más acercarse Aiko y Datsue a la cabeza del convoy, Jonaro empezó a dar órdenes para que todos empezaran a moverse. Lenta pero segura, la caravana empezó su recorrido por las anchas avenidas de Inaka, camino a la salida de la ciudad y tras ella, al desierto.
—La llegada está previsa para cuando se haya puesto el Sol, Uchiha-san —contestó Muten Rōshi, acomodándose su haori azul y su sombrero de paja y tela blanca—. Hay dos paradas programadas durante el trayecto para avituallarnos y descansar. Con suerte no encontraremos complicaciones durante el viaje.
—¡Ah, qué excitante! No quepo en mí, Rōshi-sensei. Presiento que este descubrimiento sentará los precedentes de la investigación arqueológica en Oonindo —dijo Banadoru, visiblemente gozoso.
—Todos lo esperamos, Banadoru-kun, pero debes controlar tu ímpetu —contestó el director de la expedición—. Ambos hemos invertido mucho tiempo de nuestras vidas en llegar hasta aquí. Podemos esperar un día más.
El profesor adjunto se rascó la cabeza con gesto avergonzado y una risilla de culpabilidad emanó de sus labios.
—Sí, Rōshi-sensei.
Así pues, se dirigieron a la cabeza de la comitiva. Al pasar junto al carro en el que iban los peones, sentados y arrebujados como cerdos camino del matadero, shinobi y kunoichi pudieron distinguir la figura de aquel tipo que había estado hablando con Jonaro. Era un hombre alto, de hombros escuálidos y mirada ladina; su piel café y sus ojos oscuros dejaban pocas dudas sobre su procedencia autóctona. El hombre llevaba una chaqueta plateada sin mangas sobre los hombros, y les lanzó un guiño con su ojo surcado por una horrenda cicatriz antes de sentarse junto a sus hombres.
Nada más acercarse Aiko y Datsue a la cabeza del convoy, Jonaro empezó a dar órdenes para que todos empezaran a moverse. Lenta pero segura, la caravana empezó su recorrido por las anchas avenidas de Inaka, camino a la salida de la ciudad y tras ella, al desierto.
—La llegada está previsa para cuando se haya puesto el Sol, Uchiha-san —contestó Muten Rōshi, acomodándose su haori azul y su sombrero de paja y tela blanca—. Hay dos paradas programadas durante el trayecto para avituallarnos y descansar. Con suerte no encontraremos complicaciones durante el viaje.
—¡Ah, qué excitante! No quepo en mí, Rōshi-sensei. Presiento que este descubrimiento sentará los precedentes de la investigación arqueológica en Oonindo —dijo Banadoru, visiblemente gozoso.
—Todos lo esperamos, Banadoru-kun, pero debes controlar tu ímpetu —contestó el director de la expedición—. Ambos hemos invertido mucho tiempo de nuestras vidas en llegar hasta aquí. Podemos esperar un día más.
El profesor adjunto se rascó la cabeza con gesto avergonzado y una risilla de culpabilidad emanó de sus labios.
—Sí, Rōshi-sensei.