26/11/2017, 20:56
Datsue golpeó la puerta con sus nudillos, y al tercer toque la madera cedió con un leve crujido. La puerta quedó entreabierta mientras un ligero olor almizclado salía de la casa.
—Casi le linchan y vive con la puerta abierta... —musitó Akame, como pensando en voz alta.
El Uchiha decidió tras unos momentos tomar la delantera e internarse en la vieja casa de piedra. Abrió la puerta con decisión y avanzó hacia el interior, una habitación algo más amplia que el salón del señor Takeda que abarcaba una mesa con dos sillas, una precaria cocina y una cama de paja y sábanas viejas al fondo, junto a la chimenea crepitante.
—¿Hola?
Como respuesta a la voz del gennin, una figura se revolvió sobre una de las sillas que había junto a la mesa. Akame lo vió con claridad al acercarse, en la penumbra de la casa mal iluminada y con las ventanas cerradas.
Era un hombre muy anciano, delgaducho y con mal aspecto. Parecía enfermo a juzgar por sus ojos hinchados y las bolsas bajo los mismos, tenía la cabeza calva salvo por algunos mechones de pelo blanco que parecían flotar a su alrededor, y los dientes picados de la caries. Frente a él tenía un vaso de madera humeante y una jarra del mismo material. Vestía con harapos que no se podían considerar ropa e iba descalzo, y en sus brazos podían observarse ristras de tatuajes ya desteñidos con símbolos que ninguno de los muchachos pudo reconocer.
Como respuesta, el anciano alzó la vista hacia ellos y asintió, indicándoles que se acercaran.
—Casi le linchan y vive con la puerta abierta... —musitó Akame, como pensando en voz alta.
El Uchiha decidió tras unos momentos tomar la delantera e internarse en la vieja casa de piedra. Abrió la puerta con decisión y avanzó hacia el interior, una habitación algo más amplia que el salón del señor Takeda que abarcaba una mesa con dos sillas, una precaria cocina y una cama de paja y sábanas viejas al fondo, junto a la chimenea crepitante.
—¿Hola?
Como respuesta a la voz del gennin, una figura se revolvió sobre una de las sillas que había junto a la mesa. Akame lo vió con claridad al acercarse, en la penumbra de la casa mal iluminada y con las ventanas cerradas.
Era un hombre muy anciano, delgaducho y con mal aspecto. Parecía enfermo a juzgar por sus ojos hinchados y las bolsas bajo los mismos, tenía la cabeza calva salvo por algunos mechones de pelo blanco que parecían flotar a su alrededor, y los dientes picados de la caries. Frente a él tenía un vaso de madera humeante y una jarra del mismo material. Vestía con harapos que no se podían considerar ropa e iba descalzo, y en sus brazos podían observarse ristras de tatuajes ya desteñidos con símbolos que ninguno de los muchachos pudo reconocer.
Como respuesta, el anciano alzó la vista hacia ellos y asintió, indicándoles que se acercaran.