29/11/2017, 03:49
Media hora transcurrió aproximadamente hasta que las puertas del Molino Rojo abrieron, y otros diez minutos más hasta que Akame y Datsue llegasen al checkpoint inicial.
Aún tenían a un par de parejas por delante cuando vieron, quizás, el primer obstáculo. O dos, mejor dicho, pues eran dos guardias los que acordonaban con sus cuerpos la entrada del putero. Iban bien vestidos, con traje; y de tener ellos su estatura normal, probablemente les hubiesen sacado medio metro, cuidado y si no más.
Eran un buen par de grandullones que por lo visto estaban familiarizados con quién acudía normalmente al local, pues apenas sus ojos reconocían un rostro asiduo y familiar, les dejaban entrar de inmediato.
A otros, con un par de chequeos adicionales podían dar el Ok y permitían el acceso.
Y un buen puñado de desafortunados, una palmadita en la espada y para casa.
Finalmente, recibieron a los ninja ya no tan ninjas. Doss rubios de buena monta que se acercaron flagrantes y sonrientes hasta ellos, con la intención de acudir —por primera vez, y ellos lo sabían—. al edén del Molino Rojo. Uno de los guaruras, el más calvo y gordo, se les quedó mirando por un par de segundos. Completada la inspección, alzó una carpeta y preguntó, tajante:
—¿Cómo os llamáis? ¿no sois de por aquí, verdad?
El otro, con una cabellera mucho más tupida, y más moreno, volteó a verles. Arrugó los ojos y trató de hacer memoria, pero desde luego, nada le saltaba.
Aún tenían a un par de parejas por delante cuando vieron, quizás, el primer obstáculo. O dos, mejor dicho, pues eran dos guardias los que acordonaban con sus cuerpos la entrada del putero. Iban bien vestidos, con traje; y de tener ellos su estatura normal, probablemente les hubiesen sacado medio metro, cuidado y si no más.
Eran un buen par de grandullones que por lo visto estaban familiarizados con quién acudía normalmente al local, pues apenas sus ojos reconocían un rostro asiduo y familiar, les dejaban entrar de inmediato.
A otros, con un par de chequeos adicionales podían dar el Ok y permitían el acceso.
Y un buen puñado de desafortunados, una palmadita en la espada y para casa.
Finalmente, recibieron a los ninja ya no tan ninjas. Doss rubios de buena monta que se acercaron flagrantes y sonrientes hasta ellos, con la intención de acudir —por primera vez, y ellos lo sabían—. al edén del Molino Rojo. Uno de los guaruras, el más calvo y gordo, se les quedó mirando por un par de segundos. Completada la inspección, alzó una carpeta y preguntó, tajante:
—¿Cómo os llamáis? ¿no sois de por aquí, verdad?
El otro, con una cabellera mucho más tupida, y más moreno, volteó a verles. Arrugó los ojos y trató de hacer memoria, pero desde luego, nada le saltaba.