30/11/2017, 17:35
El anciano asintió otra vez cuando Datsue y Eri le dieron sus nombres. Cada movimiento de aquel hombre parecía desganado, casi doloroso, como si el simple hecho de inclinar la cabeza le supusiera un grandísimo esfuerzo. Sus ojos violetas volvieron a la taza humeante que tenía entre las manos. Se quedó observándola durante largo rato —o al menos eso le pareció a los gennin—, y luego finalmente habló.
—¿Qué quieren los ninjas de un anciano? —preguntó con un hilo de voz—. Los ninjas tendrán que preguntar correctamente.
Desde tan cerca, los muchachos podrían distinguir más claramente sus tatuajes. Al principio parecían simplemente líneas, de gruesa tinta negra, que recorrían ambos brazos del viejo formando espirales. Sin embargo, al fijarse un poco más, los tres podrían intuir el dibujo que formaban todas aquellas líneas; eran serpientes.
Por alguna razón, algo en aquellos tatuajes no cuadraba. Parecía que cada vez que los chicos miraban, la cola y la cabeza de las serpientes se encontraban en un sitio distinto. Siempre unidas, como si los reptiles estuvieran devorándose a sí mismos, pero con una geometría que se antojaba imposible para las leyes más básicas del mundo físico.
«Qué demonios...»
Si alguno se quedaba mirando aquellas formas concéntricas demasiado tiempo, empezaría a notar un penetrante dolor en las sienes, como si su cabeza estuviera tratando de resolver un problema matemático imposible.
—¿Qué quieren los ninjas de un anciano? —preguntó con un hilo de voz—. Los ninjas tendrán que preguntar correctamente.
Desde tan cerca, los muchachos podrían distinguir más claramente sus tatuajes. Al principio parecían simplemente líneas, de gruesa tinta negra, que recorrían ambos brazos del viejo formando espirales. Sin embargo, al fijarse un poco más, los tres podrían intuir el dibujo que formaban todas aquellas líneas; eran serpientes.
Por alguna razón, algo en aquellos tatuajes no cuadraba. Parecía que cada vez que los chicos miraban, la cola y la cabeza de las serpientes se encontraban en un sitio distinto. Siempre unidas, como si los reptiles estuvieran devorándose a sí mismos, pero con una geometría que se antojaba imposible para las leyes más básicas del mundo físico.
«Qué demonios...»
Si alguno se quedaba mirando aquellas formas concéntricas demasiado tiempo, empezaría a notar un penetrante dolor en las sienes, como si su cabeza estuviera tratando de resolver un problema matemático imposible.