3/12/2017, 03:04
(Última modificación: 3/12/2017, 03:04 por Uchiha Akame.)
Cuando Datsue alcanzó al frente la comitiva, donde iban Rōshi y Banadoru, los académicos cruzaron unas miradas que no pasaron inadvertidas para el Uchiha. La del profesor adjunto era de preocupación y nerviosismo, mientras que la de su jefe y profesor transmitía una calma insondable. Muten Rōshi se volvió hacia el gennin y con un gesto de extrema tranquilidad dió respuesta a sus inquietudes con todo lujo de detalles.
—Abudora Benimaru-dono no puede acompañarnos en esta parte del viaje —enunció con autoridad—. ¡Watasashi-san! Acérquese, por favor.
Muten Rōshi esperaría a que la kunoichi se pusiera a la altura de ellos tres para continuar con sus explicaciones.
—Debo confesar que Banadoru-kun no ha sido del todo honesto con ustedes... Siguiendo mis instrucciones, claro —agregó, y a pesar de que el profesor no culpaba en absoluto a su subordinado, este parecía muy avergonzado por aquello—. Nuestro verdadero destino no es la biblioteca en ruinas que yace bajo estas arenas, sino otro muy distinto.
El profesor alzó la vista al horizonte y esbozó una sonrisa de satisfacción.
—Nos dirigimos hacia una antiquísima tumba situada al Oeste de aquí, y muy cerca de las Pirámides de Sanbei —miró a la kunoichi de Ame y torció los labios en una sonrisa—. Seguro que ahora comprenden lo que pensaría el señor delegado de esto.
»Anoche puse un poco de sedante en la cena de Benimaru-dono. Una dosis nimia, pero suficiente para provocarle un sueño pesado. No se preocupen por él, despertará en unas horas y tiene suficiente agua y comida para volver a pie hasta el pueblo más cercano.
Mientras el profesor les desvelaba su jugada y el verdadero objetivo de la expedición, los dos obreros salieron de la tienda de Benimaru y se subieron al carro donde estaban el resto de sus compañeros. El convoy aceleró el paso a petición de Jonaro.
—¡Vamos, vamos! ¡Hay que llegar antes del anochecer! —voceó el jefe de seguridad, visiblemente alerta, que de vez en cuando lanzaba miradas nerviosas al horizonte, como si el ejército del Daimyō pudiera aparecer en cualquier momento.
—Abudora Benimaru-dono no puede acompañarnos en esta parte del viaje —enunció con autoridad—. ¡Watasashi-san! Acérquese, por favor.
Muten Rōshi esperaría a que la kunoichi se pusiera a la altura de ellos tres para continuar con sus explicaciones.
—Debo confesar que Banadoru-kun no ha sido del todo honesto con ustedes... Siguiendo mis instrucciones, claro —agregó, y a pesar de que el profesor no culpaba en absoluto a su subordinado, este parecía muy avergonzado por aquello—. Nuestro verdadero destino no es la biblioteca en ruinas que yace bajo estas arenas, sino otro muy distinto.
El profesor alzó la vista al horizonte y esbozó una sonrisa de satisfacción.
—Nos dirigimos hacia una antiquísima tumba situada al Oeste de aquí, y muy cerca de las Pirámides de Sanbei —miró a la kunoichi de Ame y torció los labios en una sonrisa—. Seguro que ahora comprenden lo que pensaría el señor delegado de esto.
»Anoche puse un poco de sedante en la cena de Benimaru-dono. Una dosis nimia, pero suficiente para provocarle un sueño pesado. No se preocupen por él, despertará en unas horas y tiene suficiente agua y comida para volver a pie hasta el pueblo más cercano.
Mientras el profesor les desvelaba su jugada y el verdadero objetivo de la expedición, los dos obreros salieron de la tienda de Benimaru y se subieron al carro donde estaban el resto de sus compañeros. El convoy aceleró el paso a petición de Jonaro.
—¡Vamos, vamos! ¡Hay que llegar antes del anochecer! —voceó el jefe de seguridad, visiblemente alerta, que de vez en cuando lanzaba miradas nerviosas al horizonte, como si el ejército del Daimyō pudiera aparecer en cualquier momento.