3/12/2017, 13:03
(Última modificación: 3/12/2017, 13:05 por Uchiha Akame.)
«Bingo».
¿Por qué nadie construiría un edificio tan grande y notable en Ichiban, un pueblecito que no debía tener ni doscientos habitantes? El mismo pueblo en el que había una mansión enorme y, tiempo ha, lujosa. Akame era un ninja joven y relativamente inexperto, pero ya había aprendido que las coincidencias, en ese mundo, no existían. «Quien fuera que construyese aquel edificio que ahora estaba en ruinas, quemado hasta casi los cimientos, debía tener los suficientes recursos como para poseer una vivienda de semejantes características». Y así pareció confirmarlo la reacción del anciano.
Akame observó, estoico, cómo el viejo perdía poco a poco la calma e iba cayendo en un pozo de fantasmas y temblores incontrolados. La pregunta de Eri ni siquiera pareció arrancar ninguna reacción por parte del tipo, que seguía temblando y balbuceando ininteligiblemente. Datsue le puso una mano en su hombro y, al contacto físico, el anciano paró de temblar. Alzó la vista y clavó sus ojos violetas en los del gennin.
—Un anciano sabe, un anciano estuvo... Allí —dijo finalmente, con el labio inferior temblándole frenéticamente—. En... En el templo. El templo de la Estrella Negra... Y... Y los niños... Los niños...
En ese momento aquel hombre viejo y cansado rompió a llorar. No era un llanto escandaloso ni desconsolado, sino un murmullo quedo, apagado, sin vida.
—Los niños... —repitió—. Siempre quería más... Siempre más... Y los niños...
Akame escuchaba con atención y los ojos clavados en el anciano. Parecía que por fin estaban llegando a algo, pero las palabras inconexas del tipo se sentían más como migas de pan en un sendero invisible que como información concreta. El Uchiha se adelantó, tomando la posición contraria a la de su compañero Datsue junto al anciano, y le agarró con fuerza de uno de los brazos.
—Céntrate, anciano —le exigió con voz neutra pero autoritaria.
El tipo se sobresaltó al sentir el agarre de Akame y detuvo su gemido. Quiso alcanzar la taza de madera con ambas manos, como si fuese demasiado pesada para levantarla solamente con la que ya la estaba agarrando, pero el Uchiha no se lo permitió. Mantuvo su presa sobre el brazo del anciano.
—Cuéntanos qué ha pasado y luego podrás beber —dijo Akame.
La respuesta fue un gemido ahogado.
—Un anciano recuerda... Fue hace mucho tiempo, sí, ¿o quizás no? ¿Tal vez fue ayer? —sus ojos violetas tenían ahora un cariz vidrioso, fijos en la taza de madera—. Y será mañana. Será mañana...
Akame apretó ligeramente la presa que hacía sobre el brazo del viejo, arrancándole un ligero lamento de dolor.
—El templo... Quemado. Quemado, y las llamas subiendo altas, altas, altas... —balbuceó, con aire ausente.
El Uchiha soltó por fin al anciano, y de repente fue éste quien agarró del brazo a Datsue, tratando de arrastrarle hacia él. Clavó sus ojos violetas en los del joven Uchiha.
—El tiempo es un círculo plano —aseguró con vehemencia. Entonces sus ojos se tiñeron de miedo y, miró a los otros dos gennin—. ¿Cuántas veces hemos tenido esta conversación, ninjas?
¿Por qué nadie construiría un edificio tan grande y notable en Ichiban, un pueblecito que no debía tener ni doscientos habitantes? El mismo pueblo en el que había una mansión enorme y, tiempo ha, lujosa. Akame era un ninja joven y relativamente inexperto, pero ya había aprendido que las coincidencias, en ese mundo, no existían. «Quien fuera que construyese aquel edificio que ahora estaba en ruinas, quemado hasta casi los cimientos, debía tener los suficientes recursos como para poseer una vivienda de semejantes características». Y así pareció confirmarlo la reacción del anciano.
Akame observó, estoico, cómo el viejo perdía poco a poco la calma e iba cayendo en un pozo de fantasmas y temblores incontrolados. La pregunta de Eri ni siquiera pareció arrancar ninguna reacción por parte del tipo, que seguía temblando y balbuceando ininteligiblemente. Datsue le puso una mano en su hombro y, al contacto físico, el anciano paró de temblar. Alzó la vista y clavó sus ojos violetas en los del gennin.
—Un anciano sabe, un anciano estuvo... Allí —dijo finalmente, con el labio inferior temblándole frenéticamente—. En... En el templo. El templo de la Estrella Negra... Y... Y los niños... Los niños...
En ese momento aquel hombre viejo y cansado rompió a llorar. No era un llanto escandaloso ni desconsolado, sino un murmullo quedo, apagado, sin vida.
—Los niños... —repitió—. Siempre quería más... Siempre más... Y los niños...
Akame escuchaba con atención y los ojos clavados en el anciano. Parecía que por fin estaban llegando a algo, pero las palabras inconexas del tipo se sentían más como migas de pan en un sendero invisible que como información concreta. El Uchiha se adelantó, tomando la posición contraria a la de su compañero Datsue junto al anciano, y le agarró con fuerza de uno de los brazos.
—Céntrate, anciano —le exigió con voz neutra pero autoritaria.
El tipo se sobresaltó al sentir el agarre de Akame y detuvo su gemido. Quiso alcanzar la taza de madera con ambas manos, como si fuese demasiado pesada para levantarla solamente con la que ya la estaba agarrando, pero el Uchiha no se lo permitió. Mantuvo su presa sobre el brazo del anciano.
—Cuéntanos qué ha pasado y luego podrás beber —dijo Akame.
La respuesta fue un gemido ahogado.
—Un anciano recuerda... Fue hace mucho tiempo, sí, ¿o quizás no? ¿Tal vez fue ayer? —sus ojos violetas tenían ahora un cariz vidrioso, fijos en la taza de madera—. Y será mañana. Será mañana...
Akame apretó ligeramente la presa que hacía sobre el brazo del viejo, arrancándole un ligero lamento de dolor.
—El templo... Quemado. Quemado, y las llamas subiendo altas, altas, altas... —balbuceó, con aire ausente.
El Uchiha soltó por fin al anciano, y de repente fue éste quien agarró del brazo a Datsue, tratando de arrastrarle hacia él. Clavó sus ojos violetas en los del joven Uchiha.
—El tiempo es un círculo plano —aseguró con vehemencia. Entonces sus ojos se tiñeron de miedo y, miró a los otros dos gennin—. ¿Cuántas veces hemos tenido esta conversación, ninjas?