3/12/2017, 17:18
(Última modificación: 3/12/2017, 17:28 por Umikiba Kaido.)
—Pero qué angelito más delicioso mi amor —la camarera rió coqueta ante tan imprevisible halago—. Huele más rico que billete nuevo.
Y ella también se dejó querer, dándose la vuelta de la discordia y meneando el culo al ritmo de la música de fondo. No obstante, con la respuesta de Sakyū; la mujer se deslizó tan rápido y fugaz de las manos de Akame que el sueño le duró poco. Era tan sencillo como que si no ibas a comprar nada, perdías esos cariñosos aunque inofensivos privilegios que por lo general se dignaban a dar a sus clientes más provistos.
Así pues, encontrar asiento, al menos en ese momento, no les resultó del todo difícil. Hayaron una mesa de a dos desocupada, y sobre ella yacían algunos cuencos con manís y frutos secos de dudosa procedencia.
Entonces, Datsue habló. ¿Y cuándo no? tendría que pensar Ashito.
—¿Ves esas escaleras de ahí? Podríamos subir —murmuró, y cuando lo hizo; fue con la certeza de que allí en el salón principal no se encontraba Shinjaka, después de haber inspeccionado el lugar de cabo a rabo. Era evidente que el primer piso, dadas los pocos beneficios y los entretenimientos tan burdos y sencillos que se podían ver ahí abajo no era tan digno para cierta gente como sí podían serlo los entretenimientos habidos en los pisos superiores—. Tiene pinta de ser más selecto que aquí… y si algo es nuestro amigo en común, eso es selecto.
Podía tener razón. O no. Lo cierto era que si la carta hubo profesado en sus escritos que el punto de encuentro era el Molino Rojo, Shinjaka tendría que encontrarse allí adentro, en algún lugar. La necesidad más imperiosa de los dos prodigiosos uzujin era ahora encontrarlo, y hacerse reconocer entre ellos para poder entablar esa conversación tan necesaria entre ambas partes. Pues, seguro; había tantas cosas que decir e interrogantes que formular, que actuar por ellos mismos sería una total y completa locura.
Pues, teniendo en cuenta, también, quién era Kojuro Shinzo... nada más y nada menos que el blindado de Tanzaku Gai, un acaudalado hombre de negocios al que había que cobrarle una deuda. ¿Pero cómo? ¿cómo dos shinobi de Uzushiogakure obligarían a un hombre así a pagar nada? ¿iban a convertirse ellos en ladrones, o trazarían un plan esquemático repletos de subterfugios, mentiras e ilusiones en las que el dinero dejaría sus arcas natales para correr hasta los bolsillos del adeudado Soroku, sin que nadie se enterase de nada?
No era una misión no oficial para nada sencilla, desde luego.
Y ella también se dejó querer, dándose la vuelta de la discordia y meneando el culo al ritmo de la música de fondo. No obstante, con la respuesta de Sakyū; la mujer se deslizó tan rápido y fugaz de las manos de Akame que el sueño le duró poco. Era tan sencillo como que si no ibas a comprar nada, perdías esos cariñosos aunque inofensivos privilegios que por lo general se dignaban a dar a sus clientes más provistos.
Así pues, encontrar asiento, al menos en ese momento, no les resultó del todo difícil. Hayaron una mesa de a dos desocupada, y sobre ella yacían algunos cuencos con manís y frutos secos de dudosa procedencia.
Entonces, Datsue habló. ¿Y cuándo no? tendría que pensar Ashito.
—¿Ves esas escaleras de ahí? Podríamos subir —murmuró, y cuando lo hizo; fue con la certeza de que allí en el salón principal no se encontraba Shinjaka, después de haber inspeccionado el lugar de cabo a rabo. Era evidente que el primer piso, dadas los pocos beneficios y los entretenimientos tan burdos y sencillos que se podían ver ahí abajo no era tan digno para cierta gente como sí podían serlo los entretenimientos habidos en los pisos superiores—. Tiene pinta de ser más selecto que aquí… y si algo es nuestro amigo en común, eso es selecto.
Podía tener razón. O no. Lo cierto era que si la carta hubo profesado en sus escritos que el punto de encuentro era el Molino Rojo, Shinjaka tendría que encontrarse allí adentro, en algún lugar. La necesidad más imperiosa de los dos prodigiosos uzujin era ahora encontrarlo, y hacerse reconocer entre ellos para poder entablar esa conversación tan necesaria entre ambas partes. Pues, seguro; había tantas cosas que decir e interrogantes que formular, que actuar por ellos mismos sería una total y completa locura.
Pues, teniendo en cuenta, también, quién era Kojuro Shinzo... nada más y nada menos que el blindado de Tanzaku Gai, un acaudalado hombre de negocios al que había que cobrarle una deuda. ¿Pero cómo? ¿cómo dos shinobi de Uzushiogakure obligarían a un hombre así a pagar nada? ¿iban a convertirse ellos en ladrones, o trazarían un plan esquemático repletos de subterfugios, mentiras e ilusiones en las que el dinero dejaría sus arcas natales para correr hasta los bolsillos del adeudado Soroku, sin que nadie se enterase de nada?
No era una misión no oficial para nada sencilla, desde luego.