6/12/2017, 19:45
Los uzujin no parecían dispuestos a ceder ante las súplicas del anciano. Haciendo gala de toda su dureza, los tres gennin se convirtieron en el ninja malo al perder la paciencia. Primero fue Akame, luego Eri y finalmente Datsue. El anciano capeaba las exigencias y los maltratos con gemidos quedos y sin abandonar su posición fetal sobre la silla.
Sin embargo, fue Datsue quien decidió subir un nivel más en las técnicas de interrogatorio. Capturó la mirada del viejo con su Sharingan de tres aspas y al momento aquel molino negro que tenía en los ojos empezó a girar, arrastrando al desgraciado hombre hacia un mundo ilusorio en el que estaría a completa merced del Uchiha.
Akame ni siquiera tuvo que preguntar para saber lo que estaba ocurriendo. En el mundo real, el anciano se había quedado paralizado, con la boca entrabierta goteando una baba espesa. Su compañero de Villa también permanecía inmóvil, con unas gotas de sudor recorriendo su frente.
«Esperemos que funcione...»
Dentro de la ilusión, el anciano gimió de puro terror al ver de nuevo aquella imagen. Aquel escenario que parecía conocer bien. Cayó de rodillas, sometido, y se aferró la cabeza con ambas manos. El mundo se combaba a su alrededor y adoptaba las formas caprichosas que Datsue le decía.
Demasiado para un hombre mayor.
De repente, el Uchiha pudo sentir algo. Un chakra externo. No pudo verlo, pero sí notar que era incómodo y nauseabundo; como meter la cabeza en una cloaca. Aquel chakra oscuro y pringoso permeó en su Genjutsu, deshaciéndolo como si fuese un chorro de ácido en una bañera.
Con un grito desgarrador que le puso los pelos de punta al Uchiha, el anciano salió catapultado fuera del Saimingan, y Datsue fue detrás.
—¡AaaAaAaAAAa...
—... AAAAH!
Akame y Eri pudieron ver como el tipo daba un brinco, perdiendo el equilibrio sobre su silla y cayendo de espaldas, golpeándose la cabeza contra el suelo.
—¡Mierda! —exclamó el Uchiha, sorprendido.
Por fortuna para los shinobi, parecía que el anciano todavía estaba consciente.
—¡NO! —suplicó, cruzando ambos brazos frente a su rostro—. ¡Un anciano no sabía qué iba a ocurrir! ¡Fueron ellos! ¡Ellos! ¡Ellos se llevaban a los niños, los llevaban al templo! ¡Un anciano no sabía, un anciano sólo...! —hablaba deprisa, atropelladamente, como si quisiera librarse de algún secreto que pudiera explotarle dentro de la cabeza si se lo guardaba un segundo más—. La casa... La casa... ¡La casa Yogo-sama! ¡La antigua finca!
De repente calló. Sus ojos se abrieron de par en par y se llevó ambas manos a la cabeza.
—No... No... No... Yogo-sama, por favor... Por favor... No me castigue... No me castigue...
Sin embargo, fue Datsue quien decidió subir un nivel más en las técnicas de interrogatorio. Capturó la mirada del viejo con su Sharingan de tres aspas y al momento aquel molino negro que tenía en los ojos empezó a girar, arrastrando al desgraciado hombre hacia un mundo ilusorio en el que estaría a completa merced del Uchiha.
Akame ni siquiera tuvo que preguntar para saber lo que estaba ocurriendo. En el mundo real, el anciano se había quedado paralizado, con la boca entrabierta goteando una baba espesa. Su compañero de Villa también permanecía inmóvil, con unas gotas de sudor recorriendo su frente.
«Esperemos que funcione...»
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Dentro de la ilusión, el anciano gimió de puro terror al ver de nuevo aquella imagen. Aquel escenario que parecía conocer bien. Cayó de rodillas, sometido, y se aferró la cabeza con ambas manos. El mundo se combaba a su alrededor y adoptaba las formas caprichosas que Datsue le decía.
Demasiado para un hombre mayor.
De repente, el Uchiha pudo sentir algo. Un chakra externo. No pudo verlo, pero sí notar que era incómodo y nauseabundo; como meter la cabeza en una cloaca. Aquel chakra oscuro y pringoso permeó en su Genjutsu, deshaciéndolo como si fuese un chorro de ácido en una bañera.
Con un grito desgarrador que le puso los pelos de punta al Uchiha, el anciano salió catapultado fuera del Saimingan, y Datsue fue detrás.
—¡AaaAaAaAAAa...
—
—... AAAAH!
Akame y Eri pudieron ver como el tipo daba un brinco, perdiendo el equilibrio sobre su silla y cayendo de espaldas, golpeándose la cabeza contra el suelo.
—¡Mierda! —exclamó el Uchiha, sorprendido.
Por fortuna para los shinobi, parecía que el anciano todavía estaba consciente.
—¡NO! —suplicó, cruzando ambos brazos frente a su rostro—. ¡Un anciano no sabía qué iba a ocurrir! ¡Fueron ellos! ¡Ellos! ¡Ellos se llevaban a los niños, los llevaban al templo! ¡Un anciano no sabía, un anciano sólo...! —hablaba deprisa, atropelladamente, como si quisiera librarse de algún secreto que pudiera explotarle dentro de la cabeza si se lo guardaba un segundo más—. La casa... La casa... ¡La casa Yogo-sama! ¡La antigua finca!
De repente calló. Sus ojos se abrieron de par en par y se llevó ambas manos a la cabeza.
—No... No... No... Yogo-sama, por favor... Por favor... No me castigue... No me castigue...