10/12/2017, 18:19
Uchiha Akame renegó de su compañero, confiando plenamente en sus capacidades, y torció el trayecto para dar una vuelta de reconocimiento. Una que le llevó finalmente hasta los linderos de aquella salida que había divisado poco antes, y de la cual quería cerciorarse que sería el tramo perfecto para huir, de ser absolutamente necesario.
Además, si su intención era la de divisar —aún y a pesar de que su concentración seguía firme por sobre Datsue, allá a lo lejos—. quién entraba y salía por ella, sabría con certeza que sólo los empleados atravesaban aquel umbral. Todos con pesadas bolsas repletas de botellas vacías, probablemente. Y si algún cliente tomaba aquel rumbo, desde luego sería para potar. Para potar y volver a continuar la fiesta.
Datsue, sin embargo, tenía una tarea más apremiante deslizándose en sus manos. Ahí, estando tan cerca que incluso podía detectar el delicioso aroma que desprendía aquella mujer, sus experimentados ojos dejaron de hacer caso omiso a tan sólo uno de tantos detalles, encontrándose con la pregunta predilecta:
—No es una marca de nacimiento, ¿verdad? —su ceño se frunció ligeramente, y en cambio, la dama vistió su cálido rostro de una sonrisa pícara. Entonces, alzó la vista por sobre aquel elegante hombre que le había increpado quién era ella, y aún desde la distancia, Akame pudo ver como sus brazos de víbora se deslizaron seductores a lo largo del pecho de Datsue, retorciéndose rectilíneos por sobre su torso y culminando, finalmente, en un caluroso abrazo. Sus labios tintados acabaron a centímetros de oído del Uchiha, y la melodiosa voz se introdujo en sus tímpanos como recital de invierno.
—He sido tantas cosas, querido. Una mujer de muchos nombres, aunque no así de muchos rostros. Yo, lamentablemente, no tengo esa capacidad.
Se separó de él lentamente, y le miró. Ojo por ojo.
—¿Y tú, quién eres?
Su mano frotaba su marca, una y otra vez.
Además, si su intención era la de divisar —aún y a pesar de que su concentración seguía firme por sobre Datsue, allá a lo lejos—. quién entraba y salía por ella, sabría con certeza que sólo los empleados atravesaban aquel umbral. Todos con pesadas bolsas repletas de botellas vacías, probablemente. Y si algún cliente tomaba aquel rumbo, desde luego sería para potar. Para potar y volver a continuar la fiesta.
Datsue, sin embargo, tenía una tarea más apremiante deslizándose en sus manos. Ahí, estando tan cerca que incluso podía detectar el delicioso aroma que desprendía aquella mujer, sus experimentados ojos dejaron de hacer caso omiso a tan sólo uno de tantos detalles, encontrándose con la pregunta predilecta:
—No es una marca de nacimiento, ¿verdad? —su ceño se frunció ligeramente, y en cambio, la dama vistió su cálido rostro de una sonrisa pícara. Entonces, alzó la vista por sobre aquel elegante hombre que le había increpado quién era ella, y aún desde la distancia, Akame pudo ver como sus brazos de víbora se deslizaron seductores a lo largo del pecho de Datsue, retorciéndose rectilíneos por sobre su torso y culminando, finalmente, en un caluroso abrazo. Sus labios tintados acabaron a centímetros de oído del Uchiha, y la melodiosa voz se introdujo en sus tímpanos como recital de invierno.
—He sido tantas cosas, querido. Una mujer de muchos nombres, aunque no así de muchos rostros. Yo, lamentablemente, no tengo esa capacidad.
Se separó de él lentamente, y le miró. Ojo por ojo.
—¿Y tú, quién eres?
Su mano frotaba su marca, una y otra vez.