10/12/2017, 20:22
(Última modificación: 10/12/2017, 20:24 por Umikiba Kaido.)
Tras la súbita aparición de Kuruso Ashito, Meiharu no perdió la compostura. Asintió cordialmente a su repentina intromisión que, secundada por las palabras reconfortantes de Datsue, le permitió bajar la guardia y dejarle inmiscuirse en aquel ascenso. Antes de pisar el primer escalón, sin embargo; concluyó con:
—Bienvenidos al corazón del Molino Rojo.
Arriba, se encontraron con un ambiente tan distinto como el mismísimo día y la noche. Al traspasar las primeras cortinas, después del piquete de seguridad que tuvo ningún reparo en detener el avance de una de sus damas estrellas, junto a aquel par de lujuriosos nobles de Kaze no Kuni; tanto Akame como Datsue pudieron ver la verdadera exclusividad de la que se hacía mención cuando alguien se refería al Molino. Era también una sala oval aunque bastante más pequeña, donde la música del piso inferior no traspasaba. En cambio, un grupo tocaba con algunos instrumentos una deliciosa balada tipo casino, que suave y gentil, acompañaba a los murmullos de los diversos grupos de conversación que se reunían alrededor de un par de mesas ubicadas estratégicamente a lo largo de la sala.
Por lo que podían ver, era gente más selecta. Mejor vestida, y mucho mejor acompañada. Meiharu era hermosa, y como ella habían una docena de otras damas, cumpliendo con su labor.
También habían un par de tablas para jugar a las apuestas con juegos de mazo, y la ruleta. Un minibar repleto de bebidas selectas, y al fondo, un pasillo. Meiharu se dirigió hasta él.
Entre tanto, las miradas no pasaron desapercibidas. Por lo general, los clientes más asiduos de aquel sector conocían bien los rostros más familiares. Los nobles de Kaze no Kuni, desde luego, eran el añadido más reciente a aquel grupo de caballeros, damas y prostitutas que hacían vida social mientras algunos calentaban los motores. Si bien nadie les interrumpió, sí que podían sentir en el cogote de sus espaldas el peso de la curiosidad azotándoles como látigo de esclavo.
El pasillo les llevó finalmente hasta otra sala contigua, en donde habían cubículos. Amplios, lo suficientemente espaciosos como para que entrasen un par de personas, al menos. Meiharu se dirigió hasta el cubículo 7, y se adentró junto a sus dos nuevos invitados. Cerró la puerta corrediza detrás suyo, y sonrió.
El pequeño estar privado estaba compuesto de un sillón para dos, una cama espaciosa y perfectamente tendida, además de una mini-nevera con agua y vodkas en botella miniatura. Aceites, toallas, y alguno que otro utensilio que para desvelar su uso habría que dejar volar la imaginación.
Pero nada de aquello importaba, sino la figura de un hombre fornido, aunque elegantemente vestido con pantalón, camisa y un elegante saco de época cubriéndole los hombros. Su piel de color miel, ojos de tinte verde inconfundibles para Datsue y, a diferencia de aquella vez, su cabello ya no era tan largo y frondoso como antes. Aún castaño, sí, pero ahora yacía corto, anudado hacia atrás.
Su barba no estaba limpia, tampoco, sino que ahora tenía un candado rodeándole los labios. Y sus ojos, expectante, observándoles a la distancia con la cautela de un veterano.
Pero era Shinjaka, indiscutiblemente.
—Meiharu, preciosa. ¿Y estos caballeros, quienes son? —su voz, la misma de siempre. Galante y seductora, convincente.
—Bienvenidos al corazón del Molino Rojo.
Arriba, se encontraron con un ambiente tan distinto como el mismísimo día y la noche. Al traspasar las primeras cortinas, después del piquete de seguridad que tuvo ningún reparo en detener el avance de una de sus damas estrellas, junto a aquel par de lujuriosos nobles de Kaze no Kuni; tanto Akame como Datsue pudieron ver la verdadera exclusividad de la que se hacía mención cuando alguien se refería al Molino. Era también una sala oval aunque bastante más pequeña, donde la música del piso inferior no traspasaba. En cambio, un grupo tocaba con algunos instrumentos una deliciosa balada tipo casino, que suave y gentil, acompañaba a los murmullos de los diversos grupos de conversación que se reunían alrededor de un par de mesas ubicadas estratégicamente a lo largo de la sala.
Por lo que podían ver, era gente más selecta. Mejor vestida, y mucho mejor acompañada. Meiharu era hermosa, y como ella habían una docena de otras damas, cumpliendo con su labor.
También habían un par de tablas para jugar a las apuestas con juegos de mazo, y la ruleta. Un minibar repleto de bebidas selectas, y al fondo, un pasillo. Meiharu se dirigió hasta él.
Entre tanto, las miradas no pasaron desapercibidas. Por lo general, los clientes más asiduos de aquel sector conocían bien los rostros más familiares. Los nobles de Kaze no Kuni, desde luego, eran el añadido más reciente a aquel grupo de caballeros, damas y prostitutas que hacían vida social mientras algunos calentaban los motores. Si bien nadie les interrumpió, sí que podían sentir en el cogote de sus espaldas el peso de la curiosidad azotándoles como látigo de esclavo.
El pasillo les llevó finalmente hasta otra sala contigua, en donde habían cubículos. Amplios, lo suficientemente espaciosos como para que entrasen un par de personas, al menos. Meiharu se dirigió hasta el cubículo 7, y se adentró junto a sus dos nuevos invitados. Cerró la puerta corrediza detrás suyo, y sonrió.
El pequeño estar privado estaba compuesto de un sillón para dos, una cama espaciosa y perfectamente tendida, además de una mini-nevera con agua y vodkas en botella miniatura. Aceites, toallas, y alguno que otro utensilio que para desvelar su uso habría que dejar volar la imaginación.
Pero nada de aquello importaba, sino la figura de un hombre fornido, aunque elegantemente vestido con pantalón, camisa y un elegante saco de época cubriéndole los hombros. Su piel de color miel, ojos de tinte verde inconfundibles para Datsue y, a diferencia de aquella vez, su cabello ya no era tan largo y frondoso como antes. Aún castaño, sí, pero ahora yacía corto, anudado hacia atrás.
Su barba no estaba limpia, tampoco, sino que ahora tenía un candado rodeándole los labios. Y sus ojos, expectante, observándoles a la distancia con la cautela de un veterano.
Pero era Shinjaka, indiscutiblemente.
—Meiharu, preciosa. ¿Y estos caballeros, quienes son? —su voz, la misma de siempre. Galante y seductora, convincente.