10/12/2017, 23:06
(Última modificación: 10/12/2017, 23:55 por Uchiha Akame.)
Akame vió por el rabillo del ojo cómo su compañero se desplomaba, agotado, sobre la mesa. Al sentarse en el borde tiró sin querer la taza de madera, derramando el extraño líquido que el anciano había estado bebiendo. Era, en apariencia, parecido al té pero de textura más viscosa y color blanquecino. Se derramó sobre la mesa y empezó a gotear muy lentamente debido a su inusual densidad.
Plic, plic.
Se volteó hacia el viejo justo cuando Eri se agachaba para ofrecerle un vaso de agua. Era una taza de madera idéntica a la que el otro Uchiha acababa de tirar, algo roñosa y gastada. Akame estuvo tentado de impedir al anciano beber hasta que les hubiera dicho algo claro, pero lo dejó pasar después de una breve reflexión. «Probablemente esté en las últimas, un tipo tan viejo y maltratado... Ni siquiera sé cómo ha sobrevivido al Fuuja Hōin».
El anciano tomó con una mano el agua que le ofrecía Eri mientras se incorporaba ligeramente. Se llevó la taza a los labios con avidez, bebiendo como si acabara de regresar tras una semana perdido en el desierto de Kaze no Kuni. El agua resbaló por su rostro surcado de arrugas y algunas gotas mojaron su pecho desnudo y cubierto de anagramas de sellado. Cuando acabó con la bebida le ofreció la taza a la kunoichi.
—Más... Por... Por favor...
Akame se alzó entonces frente a él, severo y duro como una barra de hierro.
—Es hora de hablar, anciano —le exigió, cruzándose de brazos—. ¿Qué es todo esto del templo? ¿De Yogo-sama? —el aludido se estremeció al escuchar aquel nombre—. En este pueblo está ocurriendo algo, y tú vas a decirnos qué es.
El hombre terminó de incorporarse para acabar sentado sobre el suelo, en el centro de donde antes Datsue había dibujado varios metros de fórmulas de sellado. Sus ojos violetas no destellaban como antes, sino que ahora tenían un aspecto marchito.
—Un anciano sabe lo que ocurrió —empezó con un hilo de voz—. Los maestros vinieron a Ichiban y construyeron un templo para buscar el conocimiento. Hicieron... Cosas horribles. Las cosas que les hicieron a... A los niños —el tipo temblaba como un flan—. Yogo-sama era el más sabio de todos ellos... Él... Él veía todo como debe ser.
»Vivía en la finca más allá del camino... Pidió... Pidió... —durante un momento se quedó atrancado—. El pueblo se enteró un día. Vinieron con hierros, y fuego... Ahora sólo queda un anciano.
Y tras aquella confesión, el hombre quedó en silencio, con la mirada perdida. Parecía evidente que, pese a que ya no estaba bajo la influencia de aquel Juuinjutsu, recuperar la cordura era algo más allá de lo alcanzable para él.
Plic, plic.
Se volteó hacia el viejo justo cuando Eri se agachaba para ofrecerle un vaso de agua. Era una taza de madera idéntica a la que el otro Uchiha acababa de tirar, algo roñosa y gastada. Akame estuvo tentado de impedir al anciano beber hasta que les hubiera dicho algo claro, pero lo dejó pasar después de una breve reflexión. «Probablemente esté en las últimas, un tipo tan viejo y maltratado... Ni siquiera sé cómo ha sobrevivido al Fuuja Hōin».
El anciano tomó con una mano el agua que le ofrecía Eri mientras se incorporaba ligeramente. Se llevó la taza a los labios con avidez, bebiendo como si acabara de regresar tras una semana perdido en el desierto de Kaze no Kuni. El agua resbaló por su rostro surcado de arrugas y algunas gotas mojaron su pecho desnudo y cubierto de anagramas de sellado. Cuando acabó con la bebida le ofreció la taza a la kunoichi.
—Más... Por... Por favor...
Akame se alzó entonces frente a él, severo y duro como una barra de hierro.
—Es hora de hablar, anciano —le exigió, cruzándose de brazos—. ¿Qué es todo esto del templo? ¿De Yogo-sama? —el aludido se estremeció al escuchar aquel nombre—. En este pueblo está ocurriendo algo, y tú vas a decirnos qué es.
El hombre terminó de incorporarse para acabar sentado sobre el suelo, en el centro de donde antes Datsue había dibujado varios metros de fórmulas de sellado. Sus ojos violetas no destellaban como antes, sino que ahora tenían un aspecto marchito.
—Un anciano sabe lo que ocurrió —empezó con un hilo de voz—. Los maestros vinieron a Ichiban y construyeron un templo para buscar el conocimiento. Hicieron... Cosas horribles. Las cosas que les hicieron a... A los niños —el tipo temblaba como un flan—. Yogo-sama era el más sabio de todos ellos... Él... Él veía todo como debe ser.
»Vivía en la finca más allá del camino... Pidió... Pidió... —durante un momento se quedó atrancado—. El pueblo se enteró un día. Vinieron con hierros, y fuego... Ahora sólo queda un anciano.
Y tras aquella confesión, el hombre quedó en silencio, con la mirada perdida. Parecía evidente que, pese a que ya no estaba bajo la influencia de aquel Juuinjutsu, recuperar la cordura era algo más allá de lo alcanzable para él.