11/12/2017, 21:47
Al ver aparecer aquella suerte de sonrisa en el rostro de Datsue —y eso sumado al mutis de Aiko—, Banadoru se permitió el lujo de hacer lo mismo, creyendo que el joven ninja había entendido el motivo para el que había sido contratado. Muten Rōshi, más experimentado y menos ingenuo, supo que detrás de aquella sonrisa forzada vendría una réplica más o menos iracunda.
Y así fue. El Uchiha se despachó —quizá no tan a gusto como hubiera querido— con los dos académicos, reprochándoles lo que él entendía como falta de transparencia. Sin embargo, no era el único que estaba perdiendo la paciencia. Cuando terminó su diatriba, el director le respondió con la misma furiosa firmeza.
—¿Es usted un shinobi, o no? ¿Tal vez engañó a mi buen alumno Banadoru-kun, y en realidad sus motivaciones no responden al contrato y perfil que buscamos para esta expedición? Un poco tarde para darse cuenta, Uchiha-san —apuñaló verbalmente, sin remordimientos, el académico—. Está aquí en calidad de mercenario para proteger la expedición. Ese es, y ha sido desde el principio, su cometido. Ya sea de bandidos, de trampas, o del mismísimo Kazekage si se levanta de su tumba.
»¿O acaso no aceptó? ¿Es que piensa que soy tan ignorante como para ofrecerle semejante suma de dinero para que ahuyente a un par de asaltadores de caminos y ya? —escupió, furioso, el profesor—. No crea que no conozco las habilidades y modus operandi de los de su profesión. Si la integridad de esta expedición sólo fuese a verse amenazada por tan banales peligros, habría contratado a una cuadrilla de mercenarios en Inaka en lugar de buscar los servicios de dos ninjas bien entrenados.
Muten Rōshi se levantó, recuperando la calma y su habitual tono autoritario. Con una mano se quitó las gafas y luego las limpió con un pañuelo que sacó de uno de los bolsillos de su chaqueta.
—Ambos están aquí para asegurarse de que ni Banadoru-kun ni yo sufrimos ningún tipo de daño. ¿Estamos claros?
Y así fue. El Uchiha se despachó —quizá no tan a gusto como hubiera querido— con los dos académicos, reprochándoles lo que él entendía como falta de transparencia. Sin embargo, no era el único que estaba perdiendo la paciencia. Cuando terminó su diatriba, el director le respondió con la misma furiosa firmeza.
—¿Es usted un shinobi, o no? ¿Tal vez engañó a mi buen alumno Banadoru-kun, y en realidad sus motivaciones no responden al contrato y perfil que buscamos para esta expedición? Un poco tarde para darse cuenta, Uchiha-san —apuñaló verbalmente, sin remordimientos, el académico—. Está aquí en calidad de mercenario para proteger la expedición. Ese es, y ha sido desde el principio, su cometido. Ya sea de bandidos, de trampas, o del mismísimo Kazekage si se levanta de su tumba.
»¿O acaso no aceptó? ¿Es que piensa que soy tan ignorante como para ofrecerle semejante suma de dinero para que ahuyente a un par de asaltadores de caminos y ya? —escupió, furioso, el profesor—. No crea que no conozco las habilidades y modus operandi de los de su profesión. Si la integridad de esta expedición sólo fuese a verse amenazada por tan banales peligros, habría contratado a una cuadrilla de mercenarios en Inaka en lugar de buscar los servicios de dos ninjas bien entrenados.
Muten Rōshi se levantó, recuperando la calma y su habitual tono autoritario. Con una mano se quitó las gafas y luego las limpió con un pañuelo que sacó de uno de los bolsillos de su chaqueta.
—Ambos están aquí para asegurarse de que ni Banadoru-kun ni yo sufrimos ningún tipo de daño. ¿Estamos claros?