13/12/2017, 08:45
De momento todo estaba desarrollándose bien, con suma tranquilidad e incluso respeto, suficiente para que incluso Datsue le hablase adecuadamente y sin soltar bromas o alguna indirecta para todo el clan. Incluso agradecimientos que podía considerar sinceros.
Siendo así, la pecosa no pudo hacer otra cosa que responder con afabilidad.
—No hay ningún tipo de inconveniente con el ruido, pues las habitaciones están bastante alejadas de este sector, tampoco tendrán que soportar intervenciones de ninguno de los integrantes del clan —salvo por una personilla en particular que tiende a ignorar todo lo que se le dice, una suerte que le hayan dado ganas de irse a pescar—. No hay nada que agradecer, tan solo disfruten del festejo —esta vez acompañó sus palabras con una reverencia y finalmente volteó.
Iba a retirarse, a cruzar la puerta más próxima que estaba literalmente a unos metros de su ubicación, pero en cuanto dio un primer paso algo la interrumpió, obligándola a girar la cabeza en busca de la persona que le hablaba.
El tal Nabi, aquel por el que se había organizado la fiesta. «¿En serio? ¿No tenía que estar en la cocina? »pensaba la rubia que se había quedado un momento boquiabierta por las palabras del joven Inuzuka.
El asunto era que si a pesar de la invitación, ella buscaba escapar de la escena, probablemente terminaría con las calcetas —de un blanco impecable— teñidas de alguna tonalidad amarillenta, puesto que el perro del chico ahora estaba dándole vueltas alrededor y por algún extraño motivo se había concentrado en olisquearle los pies. «Joder, no me digas que me están apestando los pies »pensaba la kunoichi en lo que se acuclillaba, teniendo especial cuidado de doblar bien la falda del kimono para que no se arrugase.
—Bueno, supongo que puedo pedirle a alguien más que se encargue de la cocina —respondió haciendo un leve puchero y estirando las manos en un intento por tocar al can.
A no ser que Stuffy sea un caso especial que odia a las rubias pecosas y heterocromas, debería de poder tocarle, tal vez, es decir, se llevaba bien hasta con los cocodrilos del clan.
Siendo así, la pecosa no pudo hacer otra cosa que responder con afabilidad.
—No hay ningún tipo de inconveniente con el ruido, pues las habitaciones están bastante alejadas de este sector, tampoco tendrán que soportar intervenciones de ninguno de los integrantes del clan —salvo por una personilla en particular que tiende a ignorar todo lo que se le dice, una suerte que le hayan dado ganas de irse a pescar—. No hay nada que agradecer, tan solo disfruten del festejo —esta vez acompañó sus palabras con una reverencia y finalmente volteó.
Iba a retirarse, a cruzar la puerta más próxima que estaba literalmente a unos metros de su ubicación, pero en cuanto dio un primer paso algo la interrumpió, obligándola a girar la cabeza en busca de la persona que le hablaba.
El tal Nabi, aquel por el que se había organizado la fiesta. «¿En serio? ¿No tenía que estar en la cocina? »pensaba la rubia que se había quedado un momento boquiabierta por las palabras del joven Inuzuka.
El asunto era que si a pesar de la invitación, ella buscaba escapar de la escena, probablemente terminaría con las calcetas —de un blanco impecable— teñidas de alguna tonalidad amarillenta, puesto que el perro del chico ahora estaba dándole vueltas alrededor y por algún extraño motivo se había concentrado en olisquearle los pies. «Joder, no me digas que me están apestando los pies »pensaba la kunoichi en lo que se acuclillaba, teniendo especial cuidado de doblar bien la falda del kimono para que no se arrugase.
—Bueno, supongo que puedo pedirle a alguien más que se encargue de la cocina —respondió haciendo un leve puchero y estirando las manos en un intento por tocar al can.
A no ser que Stuffy sea un caso especial que odia a las rubias pecosas y heterocromas, debería de poder tocarle, tal vez, es decir, se llevaba bien hasta con los cocodrilos del clan.