14/12/2017, 14:30
Tras el desayuno, el resto del día fue transcurriendo con relativa lentitud. Primero, se entretuvo observando las labores de los obreros, inspeccionando la cada vez más grande excavación que estaban realizando. Luego, trató de entretenerse con la propia Aiko. Optó por no sacar el tema de Blame y su padre, y hacer como si anoche no hubiese pasado nada. Rompió el hielo contando algún chiste de kusareños —aquellos nunca le fallaban—, y alguna mofa en voz baja sobre Jonaro. Más tarde, como la kunoichi le había contado parte de su vida, el Uchiha la correspondió, aunque sin entrar en demasiados detalles. Primero, porque su pasado no estaba plagado de epopeyas y aventuras como las de ella; y segundo, porque pese a que era muy dicharachero con cualquier tema, aquél era una excepción.
Le contó que era natal de la Ribera del Norte. Que había una tienda en Yamiria, llamada La armería del Intrépido, que si decía que iba de su parte le harían un descuento del veinticinco por ciento en cualquier arma. Se le olvidó decir, eso sí, que él se quedaba con el otro veinticinco por ciento como comisión. También le narró las aventuras que había pasado junto a Kaido y Akame en Isla Monotonía, donde una panda de fanáticos religiosos casi habían acabado con sus vidas. Casi, porque la intrepidez de Datsue les había salvado. O eso, al menos, le hizo creer.
Con la llegada de la tarde, y tras comer, el Uchiha le anunció que se iba a echar una siesta. Antaño, las tomaba por placer. Ahora, por estricta necesidad, pues ni el hombre más masoquista del mundo disfrutaría con las pesadillas que el Shukaku componía para él. Unas pesadillas que, lejos de acostumbrarse, cada vez le quebraban más y más...
Correteó entre las tiendas, asustado, tras oír el rugido de Banadoru. Su corazón latía acelerado, y su cabeza, todavía algo desorientada por despertar de forma tan repentina, trazaba posibles vías de escape por si las cosas se habían puesto feas. «Lo mejor sería volver por dónde he venido… O me perderé».
Por suerte, resultó que nada malo ocurría, sino todo lo contrario. Los gritos eran de júbilo y regocijo. Habían encontrado la entrada a la tumba. Incluso el propio Jonaro —cosa que a Datsue le extrañó enormemente—, propuso festejarlo abriendo unas botellas de licor. Tanta alegría y efusividad lograron incluso contagiar al propio Uchiha, que esbozaba ahora una sonrisa inconsciente.
—Por la expedición, y por nuestros nombres, ¡que serán recordados en la Historia!
—¡Por nosotros, y por los cojones que les hemos echado para venir hasta aquí! —se unió Datsue, alzando su copa. Luego se acordó de Aiko—. Bueno… y por los ovarios también.
Estaba a punto de llevarse el vaso a la boca cuando de pronto se acordó de algo. La última vez que habían estado al borde de un gran descubrimiento —las supuestas ruinas de la biblioteca—, alguien había resultado envenenado.
Dudó. Era extraño ver a un Jonaro tan afable y contento, aunque si se paraba a pensar, había sido Banadoru, y no él, quién le había invitado a unirse. Seguramente solo eran paranoias suyas, pero por si acaso… se llevó el vaso a los labios y se los humedeció con el licor, haciendo como que bebía, pero sin tragar nada. Iba a tomarse esa copa, los Dioses lo sabían muy bien, pero esperaría un ratillo… hasta comprobar que nadie caía dormido al suelo de forma abrupta.
Le contó que era natal de la Ribera del Norte. Que había una tienda en Yamiria, llamada La armería del Intrépido, que si decía que iba de su parte le harían un descuento del veinticinco por ciento en cualquier arma. Se le olvidó decir, eso sí, que él se quedaba con el otro veinticinco por ciento como comisión. También le narró las aventuras que había pasado junto a Kaido y Akame en Isla Monotonía, donde una panda de fanáticos religiosos casi habían acabado con sus vidas. Casi, porque la intrepidez de Datsue les había salvado. O eso, al menos, le hizo creer.
Con la llegada de la tarde, y tras comer, el Uchiha le anunció que se iba a echar una siesta. Antaño, las tomaba por placer. Ahora, por estricta necesidad, pues ni el hombre más masoquista del mundo disfrutaría con las pesadillas que el Shukaku componía para él. Unas pesadillas que, lejos de acostumbrarse, cada vez le quebraban más y más...
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Correteó entre las tiendas, asustado, tras oír el rugido de Banadoru. Su corazón latía acelerado, y su cabeza, todavía algo desorientada por despertar de forma tan repentina, trazaba posibles vías de escape por si las cosas se habían puesto feas. «Lo mejor sería volver por dónde he venido… O me perderé».
Por suerte, resultó que nada malo ocurría, sino todo lo contrario. Los gritos eran de júbilo y regocijo. Habían encontrado la entrada a la tumba. Incluso el propio Jonaro —cosa que a Datsue le extrañó enormemente—, propuso festejarlo abriendo unas botellas de licor. Tanta alegría y efusividad lograron incluso contagiar al propio Uchiha, que esbozaba ahora una sonrisa inconsciente.
—Por la expedición, y por nuestros nombres, ¡que serán recordados en la Historia!
—¡Por nosotros, y por los cojones que les hemos echado para venir hasta aquí! —se unió Datsue, alzando su copa. Luego se acordó de Aiko—. Bueno… y por los ovarios también.
Estaba a punto de llevarse el vaso a la boca cuando de pronto se acordó de algo. La última vez que habían estado al borde de un gran descubrimiento —las supuestas ruinas de la biblioteca—, alguien había resultado envenenado.
Dudó. Era extraño ver a un Jonaro tan afable y contento, aunque si se paraba a pensar, había sido Banadoru, y no él, quién le había invitado a unirse. Seguramente solo eran paranoias suyas, pero por si acaso… se llevó el vaso a los labios y se los humedeció con el licor, haciendo como que bebía, pero sin tragar nada. Iba a tomarse esa copa, los Dioses lo sabían muy bien, pero esperaría un ratillo… hasta comprobar que nadie caía dormido al suelo de forma abrupta.
![[Imagen: ksQJqx9.png]](https://i.imgur.com/ksQJqx9.png)
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado