14/12/2017, 21:01
(Última modificación: 14/12/2017, 21:01 por Uchiha Akame.)
La figura que había adoptado Datsue para responder a las —razonables— inquetudes de aquellas personas era, como poco, admirable. Akame nunca hubiera podido hacer algo así; cocer y dorar las palabras con tanto mimo, crear ese clima de tensión previo al golpe, todo ello acompañado de un lenguaje corporal calculado y meticuloso. Sí, su Hermano era todo un experto en lo que a manipular a las personas se refería. Era capaz de evocar sensaciones en sus receptores, de manejar su atención e instigar su curiosidad... O su miedo. Aquellas habilidades que Datsue siempre había tenido se habían afilado desde hacía poco tiempo. Desde que eran conocidos como los Hermanos del Desierto.
Akame ponía la dureza, la frialdad y restaba toda la compasión. Datsue, en cambio, bailaba con las palabras y las ideas de los demás, las domaba a su gusto y las ponía exactamente donde quería que estuvieran. Parecían una dupla perfecta, y a Akame le encantaba. Era donde encontraba el consuelo que le era negado en sus sueños por culpa del Ichibi... En su trabajo. Siempre había sido así.
Por eso mismo, cuando Datsue terminó de explicarles su plan para localizar y seguir sin fallo a Kojuro Shinzo, le cedió amablemente el turno de palabra a su Hermano, llamándolo como tal. Akame se cruzó de brazos y bajó la mirada. El silencio invadió durante unos tensos momentos la estancia, y cuando el Uchiha volvió a alzar su rostro, los presentes podrían ver que en la penumbra de la habitación brillaban dos ascuas rojas en sus ojos. Sería sólo un momento, un instante, el tiempo justo para que Shinjaka y Meiharu tuvieran la fortuna de contemplar el Sharingan de Tres Aspas antes de que desapareciese y los ojos del uzujin recuperasen su habitual tono azabache.
—Entonces —dijo con seriedad—, o paga, o paga.
Akame ponía la dureza, la frialdad y restaba toda la compasión. Datsue, en cambio, bailaba con las palabras y las ideas de los demás, las domaba a su gusto y las ponía exactamente donde quería que estuvieran. Parecían una dupla perfecta, y a Akame le encantaba. Era donde encontraba el consuelo que le era negado en sus sueños por culpa del Ichibi... En su trabajo. Siempre había sido así.
Por eso mismo, cuando Datsue terminó de explicarles su plan para localizar y seguir sin fallo a Kojuro Shinzo, le cedió amablemente el turno de palabra a su Hermano, llamándolo como tal. Akame se cruzó de brazos y bajó la mirada. El silencio invadió durante unos tensos momentos la estancia, y cuando el Uchiha volvió a alzar su rostro, los presentes podrían ver que en la penumbra de la habitación brillaban dos ascuas rojas en sus ojos. Sería sólo un momento, un instante, el tiempo justo para que Shinjaka y Meiharu tuvieran la fortuna de contemplar el Sharingan de Tres Aspas antes de que desapareciese y los ojos del uzujin recuperasen su habitual tono azabache.
—Entonces —dijo con seriedad—, o paga, o paga.