15/12/2017, 05:13
(Última modificación: 15/12/2017, 05:18 por Umikiba Kaido.)
—¿Qué haremos cuando lleguemos hasta él?
Cada uno de los presentes tuvo que verse a la cara, entre ellos, aguardando por tan ansiada respuesta. De un momento a otro, todos los focos le alumbraban a él. A Uchiha Datsue.
... Nada —se dibujó una sonrisa lustrosa y atractiva en el rostro del contrariado, y así también en la de Murasaki. Shinjaka, escéptico, aguardó en silencio sin mostrar mayor sorpresa—. Le saludaremos, le daremos la mano, y nos iremos.
—¿Y nos iremos? —repitió ella, siguiéndole el juego—. explícate un poco, cariño. ¿Quieres?
Y pedir explicaciones nunca le había salido tan caro —o tan barato—, dependiendo de cómo se viera.
Haciendo honor a su rol protagónico, el intrépido hizo alarde de su bien ganado mote revistiendo su lengua viperina de gala, haciéndola danzar melodiosa mientras escupía, palabra por palabra, aquel improvisado discurso que bien podría haber dado la sensación a sus oyentes de que éste había estado practicándolo a solas frente al espejo, durante meses.
Así pues, con la maestría de un versado literario, Datsue contó su respuesta con una simple anécdota referente al símil de una brújula, una que según sus pretensiones apuntaría a donde él más quisiera. Cuando aquel dedo de la discordia comenzó a moverse, serpentino, todos sintieron la necesidad de seguirlo con la mirada, y mientras señalaba a cada cuál —Meiharu, de hecho, tuvo que contener un suspiro cuando casualmente la mano del actor se detuvo frente a ella—, aquel discurso iba cobrando, a paso de gigantes, un extraño sentido que más que entenderlo; daba la sensación de que sin importar qué, bastaba con que Datsue supiera que su estrategia tendría los resultados deseados, sin mayores inconvenientes que los ya existentes.
Y como si su atrevido carisma no fuese suficiente, éste buscó un apoyo de cierre a su presentación cediéndole la palabra a su Hermano. Entonces, el Desierto mismo cobró vida, y la dulce y cálida charla de Datsue se convirtió de pronto en una arenosa, seca y agobiante voz proveniente de Akame que, en tan sólo cinco palabras, transmitió incluso sensaciones más profundas. Aunado a, desde luego, aquel fugaz y repentino tinte que vistió a sus ojos de rojo sangre.
Los hermanos iban en serio con aquello, de eso no cabía duda alguna.
—Y, está bien. Parece que lo tenéis bien pensado, peeero. Oh, mi Dios, es que hay tantos... —soltó un suspiro cansino y recostó la espalda en el asiento, mientras su mano derecha se alzó para sobarse la barba—. nuestra odisea está en lograr acercarnos a él, bajo cualquier concepto. Ésto, sin embargo, no va a ser posible si no conocemos sus métodos. Meiharu, por suerte, ha sido de gran ayuda en éste aspecto y ha averiguado dos cosas importantes.
Alzó su dedo índice.
»1. Que Shinzo tiene dos locaciones principales en las que reside aquí en Tanzaku Gai, y que turna sus estadías en cada una dependiendo de los reportes de su hombre de confianza, un tipo al que le conocen como El Centinela. Desconocemos la ubicación de estos fuertes, pero una vez que sepáis en dónde está cada casa, se tendrá mayor margen de maniobra para descifrar sus movimientos. Tenemos una pista que nos puede ser de utilidad, y se trata de un chaval al que atendió Meiharu en su día, que no dejaba de jactarse de haber tenido el honor de ser elegido como nuevo miembro de seguridad de un hombre muy importante. Estoy casi convencido que se trata de Shinzo. Y...
Luego, el dedo medio.
»2. Que hoy, casualmente, se abre en el tercer piso —aquel que Akame divisó a duras penas, mientras aún estaban abajo—. una mesa de Hanafuda y derivados. Se suele hacer sólo un par de veces al mes, y por lo general el acceso está reservado a unos pocos selectos. En su mayoría, gente de importancia en la ciudad que se reúne para codearse entre ellos, malgastar la pasta y por qué no, hablar de cosas que no escucharíamos en otro lado sino ahí, con ellos.
Shinjaka echó por sobre la mesa un par de fajos de billetes verdes, en pacas.
—Quién de ustedes, chicos, sabe jugar a las cartas.
Cada uno de los presentes tuvo que verse a la cara, entre ellos, aguardando por tan ansiada respuesta. De un momento a otro, todos los focos le alumbraban a él. A Uchiha Datsue.
... Nada —se dibujó una sonrisa lustrosa y atractiva en el rostro del contrariado, y así también en la de Murasaki. Shinjaka, escéptico, aguardó en silencio sin mostrar mayor sorpresa—. Le saludaremos, le daremos la mano, y nos iremos.
—¿Y nos iremos? —repitió ella, siguiéndole el juego—. explícate un poco, cariño. ¿Quieres?
Y pedir explicaciones nunca le había salido tan caro —o tan barato—, dependiendo de cómo se viera.
Haciendo honor a su rol protagónico, el intrépido hizo alarde de su bien ganado mote revistiendo su lengua viperina de gala, haciéndola danzar melodiosa mientras escupía, palabra por palabra, aquel improvisado discurso que bien podría haber dado la sensación a sus oyentes de que éste había estado practicándolo a solas frente al espejo, durante meses.
Así pues, con la maestría de un versado literario, Datsue contó su respuesta con una simple anécdota referente al símil de una brújula, una que según sus pretensiones apuntaría a donde él más quisiera. Cuando aquel dedo de la discordia comenzó a moverse, serpentino, todos sintieron la necesidad de seguirlo con la mirada, y mientras señalaba a cada cuál —Meiharu, de hecho, tuvo que contener un suspiro cuando casualmente la mano del actor se detuvo frente a ella—, aquel discurso iba cobrando, a paso de gigantes, un extraño sentido que más que entenderlo; daba la sensación de que sin importar qué, bastaba con que Datsue supiera que su estrategia tendría los resultados deseados, sin mayores inconvenientes que los ya existentes.
Y como si su atrevido carisma no fuese suficiente, éste buscó un apoyo de cierre a su presentación cediéndole la palabra a su Hermano. Entonces, el Desierto mismo cobró vida, y la dulce y cálida charla de Datsue se convirtió de pronto en una arenosa, seca y agobiante voz proveniente de Akame que, en tan sólo cinco palabras, transmitió incluso sensaciones más profundas. Aunado a, desde luego, aquel fugaz y repentino tinte que vistió a sus ojos de rojo sangre.
Los hermanos iban en serio con aquello, de eso no cabía duda alguna.
—Y, está bien. Parece que lo tenéis bien pensado, peeero. Oh, mi Dios, es que hay tantos... —soltó un suspiro cansino y recostó la espalda en el asiento, mientras su mano derecha se alzó para sobarse la barba—. nuestra odisea está en lograr acercarnos a él, bajo cualquier concepto. Ésto, sin embargo, no va a ser posible si no conocemos sus métodos. Meiharu, por suerte, ha sido de gran ayuda en éste aspecto y ha averiguado dos cosas importantes.
Alzó su dedo índice.
»1. Que Shinzo tiene dos locaciones principales en las que reside aquí en Tanzaku Gai, y que turna sus estadías en cada una dependiendo de los reportes de su hombre de confianza, un tipo al que le conocen como El Centinela. Desconocemos la ubicación de estos fuertes, pero una vez que sepáis en dónde está cada casa, se tendrá mayor margen de maniobra para descifrar sus movimientos. Tenemos una pista que nos puede ser de utilidad, y se trata de un chaval al que atendió Meiharu en su día, que no dejaba de jactarse de haber tenido el honor de ser elegido como nuevo miembro de seguridad de un hombre muy importante. Estoy casi convencido que se trata de Shinzo. Y...
Luego, el dedo medio.
»2. Que hoy, casualmente, se abre en el tercer piso —aquel que Akame divisó a duras penas, mientras aún estaban abajo—. una mesa de Hanafuda y derivados. Se suele hacer sólo un par de veces al mes, y por lo general el acceso está reservado a unos pocos selectos. En su mayoría, gente de importancia en la ciudad que se reúne para codearse entre ellos, malgastar la pasta y por qué no, hablar de cosas que no escucharíamos en otro lado sino ahí, con ellos.
Shinjaka echó por sobre la mesa un par de fajos de billetes verdes, en pacas.
—Quién de ustedes, chicos, sabe jugar a las cartas.