16/12/2017, 20:24
Nada más Datsue empezó a coger carrerrilla, Akame ya sabía lo que se le venía encima. Con tantas aventuras y misiones que habían vivido juntos —también peleas—, los Uchiha estaban empezando a conocerse demasiado bien; y él sabía cuando su joven compañero intentaba escurrir el bulto... Que solía ser siempre.
—No pienso hacerme cargo de una deuda que ha surgido de vuestro imaginario colectivo —zanjó el Uchiha, sin mudar su expresión serena—. Así que o pagamos todos, o yo no pienso soltar un ryo. Al fin y al cabo, ahora mismo somos un equipo —agregó, entrecerrando los ojos y soltando una risa divertida.
Pero ahí no quedaba la cosa. En su maniobra evasiva, Datsue intentó además abstenerse de pisar el suelo de la casa —una perspectiva que se había tornado más y más siniestra conforme avanzaba el día—, y sugerirles a los otros dos que hicieran de avanzadilla. Antes de que Akame pudiera replicar, Eri alzó la voz y manifestó sin pelos en la lengua lo que pensaba de la idea de su compañero. El mayor de los Uchiha escuchó, atónito, cómo aquella chica se despachaba a gusto sin que le temblara el pulso ni un momento.
Cuando terminó, enfiló el camino hacia la taberna y se adelantó con visible enfado. Akame soltó una carcajada a pleno pulmón.
—¡Me gusta esta chica! —exclamó, riendo, mientras le daba una palmada en el hombro a su compañero.
Cuando los shinobi llegaron a la taberna el ambiente estaba más o menos igual de tranquilo que por la mañana. Parecía claro que en un pueblo tan pequeño como Ichiban, la gente no tenía por costumbre comer fuera de casa en los días de trabajo. Casi todas las mesas estaban vacías, y sólo había una ocupada por un par de parroquianos que jugaban a la cartas y bebían sake, y otro que hacía lo mismo con un pequeño vaso de madera en la barra.
Akame tomó asiento en la mesa más cercana a la chimenea, que crepitaba irradiando calidez, e hizo señas al hombre que lustraba un par de jarras de cristal tras la mesa.
—Un estofado y una jarra de agua, por favor —exclamó a viva voz, sin siquiera levantarse.
—No pienso hacerme cargo de una deuda que ha surgido de vuestro imaginario colectivo —zanjó el Uchiha, sin mudar su expresión serena—. Así que o pagamos todos, o yo no pienso soltar un ryo. Al fin y al cabo, ahora mismo somos un equipo —agregó, entrecerrando los ojos y soltando una risa divertida.
Pero ahí no quedaba la cosa. En su maniobra evasiva, Datsue intentó además abstenerse de pisar el suelo de la casa —una perspectiva que se había tornado más y más siniestra conforme avanzaba el día—, y sugerirles a los otros dos que hicieran de avanzadilla. Antes de que Akame pudiera replicar, Eri alzó la voz y manifestó sin pelos en la lengua lo que pensaba de la idea de su compañero. El mayor de los Uchiha escuchó, atónito, cómo aquella chica se despachaba a gusto sin que le temblara el pulso ni un momento.
Cuando terminó, enfiló el camino hacia la taberna y se adelantó con visible enfado. Akame soltó una carcajada a pleno pulmón.
—¡Me gusta esta chica! —exclamó, riendo, mientras le daba una palmada en el hombro a su compañero.
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Cuando los shinobi llegaron a la taberna el ambiente estaba más o menos igual de tranquilo que por la mañana. Parecía claro que en un pueblo tan pequeño como Ichiban, la gente no tenía por costumbre comer fuera de casa en los días de trabajo. Casi todas las mesas estaban vacías, y sólo había una ocupada por un par de parroquianos que jugaban a la cartas y bebían sake, y otro que hacía lo mismo con un pequeño vaso de madera en la barra.
Akame tomó asiento en la mesa más cercana a la chimenea, que crepitaba irradiando calidez, e hizo señas al hombre que lustraba un par de jarras de cristal tras la mesa.
—Un estofado y una jarra de agua, por favor —exclamó a viva voz, sin siquiera levantarse.