20/12/2017, 18:07
El hombre que estaba tras la barra dejó a un lado el trapo con el que limpiaba las jarras y asintió a los muchachos, dando a entender que había tomado nota —mentalmente— de la comanda. Poco después desapareció tras la puerta que había junto a la barra, y que seguramente daría a la cocina o la despensa del precario hostal.
Mientras tanto, Akame aprovechaba para calentarse las manos arrimándolas a la candela. Pese a que todavía era mediodía, el viento de Otoño se le antojaba especialmente gélido e Ichiban no era un pueblo lo suficientemente grande como para que supusiera una gran diferencia a encontrarse al raso, en mitad de las planicies.
—Estoy con Eri-san, no tiene sentido retrasar más nuestra visita a la mansión del señor Takeda. Creo que deberíamos comer, reposar un poco y luego revisarla a fondo... Presiento que hay algo aquí que todavía no hemos averiguado.
Poco rato después el camarero reapareció llevando con ambas manos una enorme bandeja de madera. Sobre ella había tres grandes cuencos humeantes de estofado acompañados de tres buenas jarras de agua fresca. El hombre dejó todo aquello sobre la mesa y les dió además tres cucharas y una cesta con varios mendrugos de pan tierno. Akame lo agradeció todo con una inclinación de cabeza y empezó a comer con avidez.
Mientras tanto, Akame aprovechaba para calentarse las manos arrimándolas a la candela. Pese a que todavía era mediodía, el viento de Otoño se le antojaba especialmente gélido e Ichiban no era un pueblo lo suficientemente grande como para que supusiera una gran diferencia a encontrarse al raso, en mitad de las planicies.
—Estoy con Eri-san, no tiene sentido retrasar más nuestra visita a la mansión del señor Takeda. Creo que deberíamos comer, reposar un poco y luego revisarla a fondo... Presiento que hay algo aquí que todavía no hemos averiguado.
Poco rato después el camarero reapareció llevando con ambas manos una enorme bandeja de madera. Sobre ella había tres grandes cuencos humeantes de estofado acompañados de tres buenas jarras de agua fresca. El hombre dejó todo aquello sobre la mesa y les dió además tres cucharas y una cesta con varios mendrugos de pan tierno. Akame lo agradeció todo con una inclinación de cabeza y empezó a comer con avidez.