21/12/2017, 05:25
(Última modificación: 21/12/2017, 05:26 por Umikiba Kaido.)
Digno a la fidelidad de su lengua, Akame escupió un discurso de muy convincente para intentar explicar aquello a lo que Shinjaka le hubo increpado. El Aprendiz, no obstante, tan sólo se dedicó a seguir el ritmo de las frases con la parsimonia de un leve cabeceo, que se iba turnando a medida de que éste hacía más énfasis en las experiencias vividas, en las batallas libradas. Y, sobre todo, en su incapacidad de entender aquello por no ser él un shinobi. Joder. Tenía suerte el Uchiha de que su ahora interlocutor no fuera de mecha corta, porque seguro se habría ofendido. De hecho, vapuleó al Uchiha con una mirada bastante severa; que incluso podría haber hecho recular al Profesional si se lo hubiese propuesto. No obstante, no pasó a más. No pasó a más porque así lo quiso, y cuando Akame interpeló rápidamente con otra interrogante —para evitar así que él ahondara un poco más en un asunto que probablemente no iba a olvidar tan fácilmente, dado que los puntos conexos estaban bastante atados en ese sentido—, Shijaka le siguió la corriente.
—¿Qué información tenemos sobre el pipiolo?
—Se llama Yataru Katori. Un tipo joven, tendrá sus veinte años. Un civil de poca monta que vino de Minori a hacerse mejor vida en la capital. Más allá de eso, no sabemos mucho más salvo en dónde reside ahora mismo y que, en principio, tendría que tener alguna clase de formación militar como mínimo para, tu sabes, ser elegido para proteger a un tipo que no se siente seguro.
El aprendiz volteó a sus costados, en silencio, y oteó el área. Luego, volvió a hablar.
—Podemos empezar en su casa, a ver qué encontramos. Igual tendríamos que esperarle ahí, en caso de que quieras proceder de otra forma, porque no tengo idea de en dónde puede estar. ¿Qué quieres hacer?
Cuando Datsue comenzó a fraguar sus interrogantes, Meiharu aprovechó para tomar asiento. Cruzó sus piernas, esbeltas, y brillantes por sobre la otra y su vestido pareció abrirse a nivel del muslo, apenas aguantándose por sobre la piel.
Apenas él hubiera terminado de compartir sus inquietudes, ella volvería a hablar.
—Hay un tocador en el cuarto de mesa, sí, podrías usarlo para hacer ... eso que dices, de renovar tu disfraz cuantas veces puedas. Pero me temo que lo mejor será no torcer nada, querido, porque se sale y se entra sólo por una puerta. No hay alternativas en ese caso, corazón —volvió a beber de la copa, la pintura de sus labios casi había desaparecido por completo—. yo subiré contigo, claro, ya que te han visto acceder aquí arriba en mi compañía. Por lo general, los nuevos visitantes suelen agendarse de ésta manera, por lo que no parecerá extraño. ¿Qué somos? cliente, y consumidor. Oh, no me digas que... ¿sabes qué hacemos aquí, verdad? —el rostro se la mujer violeta, de pronto, se vistió de ligera decepción. Aunque apenas pequeña, fácilmente reparable para un diestro e intrépido Uchiha de Uzushiogakure—. Y, diplomático, bueno...
Su cabeza se torció de un lado a otro, como un péndulo. Dubitativa.
»Puede ser, siempre y cuando no te tomes demasiado en serio tu papel. Y que no permitas que te lleven a un punto en donde debas dar detalles en nombre de una figura tan importante —comento, sincera—. probemos algo.
Ella, de pronto, tuvo una idea.
Se alzó de entre su sofá, y taconeó seductora y lenta hacia Datsue. A paso de una cascabel, hipnotizando a su víctima con el sonido de su cola. Se detuvo sólo cuando hubo estado a apenas unos centímetros del rostro de Datsue, donde le miró con los ojos chiquitos.
»Dime: ¿quién eres? ¿de dónde vienes? ¿a qué te dedicas? —sí, esa era una buena prueba. La prueba de la lujuria. El aroma de Meiharu, la apenas curvada aunque bien sujeta línea del escote obligándole apartar la mirada de vez en cuando y de cuando en vez.
Si caía ante aquello, seguro que adentro le iba a ir peor. Mucho peor.
—¿Qué información tenemos sobre el pipiolo?
—Se llama Yataru Katori. Un tipo joven, tendrá sus veinte años. Un civil de poca monta que vino de Minori a hacerse mejor vida en la capital. Más allá de eso, no sabemos mucho más salvo en dónde reside ahora mismo y que, en principio, tendría que tener alguna clase de formación militar como mínimo para, tu sabes, ser elegido para proteger a un tipo que no se siente seguro.
El aprendiz volteó a sus costados, en silencio, y oteó el área. Luego, volvió a hablar.
—Podemos empezar en su casa, a ver qué encontramos. Igual tendríamos que esperarle ahí, en caso de que quieras proceder de otra forma, porque no tengo idea de en dónde puede estar. ¿Qué quieres hacer?
. . .
Cuando Datsue comenzó a fraguar sus interrogantes, Meiharu aprovechó para tomar asiento. Cruzó sus piernas, esbeltas, y brillantes por sobre la otra y su vestido pareció abrirse a nivel del muslo, apenas aguantándose por sobre la piel.
Apenas él hubiera terminado de compartir sus inquietudes, ella volvería a hablar.
—Hay un tocador en el cuarto de mesa, sí, podrías usarlo para hacer ... eso que dices, de renovar tu disfraz cuantas veces puedas. Pero me temo que lo mejor será no torcer nada, querido, porque se sale y se entra sólo por una puerta. No hay alternativas en ese caso, corazón —volvió a beber de la copa, la pintura de sus labios casi había desaparecido por completo—. yo subiré contigo, claro, ya que te han visto acceder aquí arriba en mi compañía. Por lo general, los nuevos visitantes suelen agendarse de ésta manera, por lo que no parecerá extraño. ¿Qué somos? cliente, y consumidor. Oh, no me digas que... ¿sabes qué hacemos aquí, verdad? —el rostro se la mujer violeta, de pronto, se vistió de ligera decepción. Aunque apenas pequeña, fácilmente reparable para un diestro e intrépido Uchiha de Uzushiogakure—. Y, diplomático, bueno...
Su cabeza se torció de un lado a otro, como un péndulo. Dubitativa.
»Puede ser, siempre y cuando no te tomes demasiado en serio tu papel. Y que no permitas que te lleven a un punto en donde debas dar detalles en nombre de una figura tan importante —comento, sincera—. probemos algo.
Ella, de pronto, tuvo una idea.
Se alzó de entre su sofá, y taconeó seductora y lenta hacia Datsue. A paso de una cascabel, hipnotizando a su víctima con el sonido de su cola. Se detuvo sólo cuando hubo estado a apenas unos centímetros del rostro de Datsue, donde le miró con los ojos chiquitos.
»Dime: ¿quién eres? ¿de dónde vienes? ¿a qué te dedicas? —sí, esa era una buena prueba. La prueba de la lujuria. El aroma de Meiharu, la apenas curvada aunque bien sujeta línea del escote obligándole apartar la mirada de vez en cuando y de cuando en vez.
Si caía ante aquello, seguro que adentro le iba a ir peor. Mucho peor.