21/12/2017, 18:24
Por suerte para la Uzumaki, los cortes no eran tan graves ni profundos como podrían haber sido, y tampoco tenía ningún cristal dentro de las heridas. Rápidamente se vendó como pudo utilizando un trozo de tela de su propia ropa; aquello bastaría para contener la hemorragia, al menos por el momento, aunque era improbable que pudiera usar mucho esa mano hasta que fuese debidamente atendida.
Sea como fuere, al final acabó colándose por el hueco de la ventana tras llamar —sin éxito— al anciano. Nada más aterrizar al otro lado aquel olor almizclado y un tanto amargo, el mismo que habían olido la primera vez que entrasen en la casa, se coló por su nariz. La estancia estaba en penumbra, y la única luz provenía de la chimenea que ardía tenuemente. Eri pudo intuir una figura oscura y alargada que se balanceaba junto a la mesa, entre las sombras que arrojaba la luz de la candela.
Al acercarse más vió un cuchillo ensangrentado sobre la mesa y una silla volcada en el suelo. Junto a ella, colgando de una de las vigas de madera del techo, estaba el cuerpo inerte del anciano, con una expresión deformada en su rostro sin vida y una soga alrededor del cuello. Todavía estaba desnudo de cintura para arriba, con las complicadas fórmulas de sellado de Datsue recorriéndole el torso y los brazos. Éstos tenían sendos cortes en las muñecas, empapados en sangre, y caían a ambos lados del cuerpo.
En la pared, frente a ella, pudo leer unos trazos escritos con un líquido rojo oscuro y espeso.
Sea como fuere, al final acabó colándose por el hueco de la ventana tras llamar —sin éxito— al anciano. Nada más aterrizar al otro lado aquel olor almizclado y un tanto amargo, el mismo que habían olido la primera vez que entrasen en la casa, se coló por su nariz. La estancia estaba en penumbra, y la única luz provenía de la chimenea que ardía tenuemente. Eri pudo intuir una figura oscura y alargada que se balanceaba junto a la mesa, entre las sombras que arrojaba la luz de la candela.
Al acercarse más vió un cuchillo ensangrentado sobre la mesa y una silla volcada en el suelo. Junto a ella, colgando de una de las vigas de madera del techo, estaba el cuerpo inerte del anciano, con una expresión deformada en su rostro sin vida y una soga alrededor del cuello. Todavía estaba desnudo de cintura para arriba, con las complicadas fórmulas de sellado de Datsue recorriéndole el torso y los brazos. Éstos tenían sendos cortes en las muñecas, empapados en sangre, y caían a ambos lados del cuerpo.
En la pared, frente a ella, pudo leer unos trazos escritos con un líquido rojo oscuro y espeso.
«ABAJO»