30/12/2017, 23:09
(Última modificación: 30/12/2017, 23:12 por Umikiba Kaido.)
Y qué bien le correspondió el gesto el noble, que llenó sus manos con un tupido fajo de billetes. El más relleno que había tenido nunca gracias a sus benevolentes e inescrupulosos métodos de selección a la hora de permitir quién entra y quién no. Maravillado, no emitió ni una palabra más, y se dio vuelta para perderse. Datsue sintió que, probablemente, no volvería a ver a aquel hombre en toda su vida.
En toda... su vida.
Liberado de una de sus tantas ataduras, Seshu se pavoneó hasta los confines del centro de aquel piso, aquel que Datsue y Akame habían visto ataviado de gente. De gente selecta, como ahora aparentaba ser el mismísimo Datsue. Y es que, cuando éste llegó a las cercanías de Meiharu, la mujer de todas las miradas; el noble tenía que sentirse un hombre muy afortunado, de venir de tierras lejanas y lograr hacerse con la Diosa deseada de un templo de pasión como aquel. Ella le tomó el brazo, envolviéndolo en un fraternal abrazo y avanzó junto a él como si caminasen hacia el altar. Paso a paso, Datsue se abrió camino entre la muchedumbre como un hombre que supuestamente habría nacido en las altas esferas, codeándose sin tapujos con gente de negocios. Atrajo miradas, numerosas, incluso las de un par de mujeres que, quizás, habrían deseado ser la dama violeta.
Pero que bien tendría que sentirse Datsue entre aquel mar de gente, o puede que también un poco mucho apabullado. Fuera una o la otra, el estómago del genin —inexperimentado aún, a pesar de sus vivencias—, vibraría de la emoción. De la emoción de sumergirse en un mar de tiburones del que tendría que salir sin una sola mordida. O de lo contrario...
Después de caminar hasta el fondo, se encontraron con unas escaleras que subían, finalmente, al tercer piso. El sonido de las inmensas aspas del molino palpitaban cerca de Datsue.
—¿Estás listo? —le susurró ella al oído, cariñosa.
Como bien lo había dicho él, el espectáculo iba a comenzar.
En toda... su vida.
Liberado de una de sus tantas ataduras, Seshu se pavoneó hasta los confines del centro de aquel piso, aquel que Datsue y Akame habían visto ataviado de gente. De gente selecta, como ahora aparentaba ser el mismísimo Datsue. Y es que, cuando éste llegó a las cercanías de Meiharu, la mujer de todas las miradas; el noble tenía que sentirse un hombre muy afortunado, de venir de tierras lejanas y lograr hacerse con la Diosa deseada de un templo de pasión como aquel. Ella le tomó el brazo, envolviéndolo en un fraternal abrazo y avanzó junto a él como si caminasen hacia el altar. Paso a paso, Datsue se abrió camino entre la muchedumbre como un hombre que supuestamente habría nacido en las altas esferas, codeándose sin tapujos con gente de negocios. Atrajo miradas, numerosas, incluso las de un par de mujeres que, quizás, habrían deseado ser la dama violeta.
Pero que bien tendría que sentirse Datsue entre aquel mar de gente, o puede que también un poco mucho apabullado. Fuera una o la otra, el estómago del genin —inexperimentado aún, a pesar de sus vivencias—, vibraría de la emoción. De la emoción de sumergirse en un mar de tiburones del que tendría que salir sin una sola mordida. O de lo contrario...
Después de caminar hasta el fondo, se encontraron con unas escaleras que subían, finalmente, al tercer piso. El sonido de las inmensas aspas del molino palpitaban cerca de Datsue.
—¿Estás listo? —le susurró ella al oído, cariñosa.
Como bien lo había dicho él, el espectáculo iba a comenzar.