31/12/2017, 10:18
Sí
Meiharu asintió, y volvió a caminar. Sin soltar a Datsue. Y por primera vez, el joven sintió en la dama un leve vacile en su agarre, como si con cada escalón que zanjase de aquella escalera, mayor fuera su temor. En el último, tomó un leve suspiro y haló la manija. Abriendo paso hacia un mundo... nuevo.
. . .
La luz de aquel acogedor salón invadió las pupilas de Datsue, desvelando lo que había ahí adentro. Era tal y como Meiharu lo había descrito, un pequeño espacio acogedor y perfectamente compuesto para recibir a unas pocas y selectas personas. En su interior, yacía una amplia mesa de juego con bordes de madera barnizada y cinco asientos de cuero divididos alrededor de la misma. Sobre la lana de color verde, yacían un par de maletines que probablemente contenían los mazos y las fichas, y; tras estos artilugios, un hombre de mediana edad galantemente encorbatado, que observaba con escrutinio la organización de su mesa. Él, era el Dealer.
Alrededor de la mesa, varias personas comulgaban entre sí. Tres hombres acompañados de sus respectivas damas, chachareando asuntos varios.
El primero de ellos era un tipo corpulento, tan macizo como bien lo debía alimentar su boca. Las batas de terciopelo vinotinto que envolvían a su grasiento cuerpo como manta de invierno le apretaban tanto que un botón podría saltar y joderle un ojo a alguien en cualquier momento. La papada regordeta yacía revestida de una prematura barba de tres días, y su cabello de color negro azabache era arremolinado y grueso como el alambre. Cada uno de sus dedos vestía un anillo de diferentes gemas, y, como dato curioso, tenía un diente de oro. O dos. O tres.
El segundo, como clara dicotomía; era todo lo contrario al primer jugador. Mucho más alto, esbelto y en buena forma física. De facciones mucho más marcadas y con ciertos rasgos que Datsue habría podido ver en los lugareños del noreste de su propio país, pues algo en él le recordaba a las tierras de Ushi. Vestía un pendiente en el lóbulo derecho de la oreja, gozaba de cabellos a medio cortar, castaños, y un par de insinuantes ojos verdes color dinero que, en combinación con su opulento conjunto de seda tradicional y aquella esponjosa bufanda roja envolviéndole el cuello, le hacían ver como lo que era. O, en todo caso, lo que aparentaba ser.
El tercero, no obstante, podía ser una mezcla de ambos. Un tipo que si bien se permitía disfrutar de los placeres que le conferían las altas esferas, no abusaba excesivamente de ellas. De porte parsimonioso y elegante, gordo y delgado al mismo tiempo. Su piel tenía un tono canela, y a diferencia del resto, no vestía como un cabrón adinerado. No, sus ropajes eran sencillos y para nada extravagantes. Sin pendientes, sin gemas que brillasen a su alrededor. Todo en él era normal. Ojos celestes, pelo color grisáceo, tirando a oscuro. Parecía excluido, debatiéndose en sus propios pensamientos en un rincón de la habitación.
Entonces, el tercero miró a Datsue. Y Datsue sintió el peligro asomarse por la ventana. Quizás, ese tipo podía ser su mayor problema. Tendría que cuidarse de él y de su... aparente cotidianidad.
El resto, también tuvo que virar Meiharu y su nuevo acompañante. Aquel hombre al que habían estado esperando.
Uno de ellos habló, el gigantón.
—¡Pero vaya que vaya, vaya que vaya! —canturreó con voz grave, como tenía que ser. Una voz de pito en ese cuerpo, por el contrario, sería toda una barbarie—. miren, el reemplazo de Maki-san. Joder, y en compañía de nada más y nada menos que de la Diosa Violeta. Algo que, efectivamente, Maki-san nunca pudo lograr.
Él rió, y con su risa tembló el lugar. Le acompañó el segundo por suspicacia y el resto de las mujeres, excepto Meiharu, por obligación y deber. El tercero, no obstante, continuó serio y en silencio.
Enfrentar aquella burlonería sería la primera batalla de Datsue. De su respuesta dependería el proseguir de aquella plácida aunque peligrosa reunión.