8/01/2018, 23:12
«Datsue-kun, condenado trilero presuntuoso hijo de la balalaika...»
Akame maldecía en su fuero interno mientras veía cómo su compañero se trabajaba, uno a uno, aquellos candados. Claro, no es que realmente pensara aquellas cosas de su pariente, pero era la única forma que tenía de desahogar aquella vergüenza sin perder los papeles; hacia adentro. Con cada nuevo clic uno de los cerrojos caía ante los hábiles y finos dedos del menor de los Uchiha, que haciendo uso de su destreza pronto sería capaz de abrirles completamente el camino hacia el sótano de la casa. Mientras forzaba los candados, Datsue pudo advertir también una cosa; estaban cubiertos de óxido y polvo, y los mecanismos de las cerraduras parecían moverse con la tosquedad de la suciedad acumulada. Hacía mucho tiempo que nadie abría aquella puerta.
Pese a todo, Akame se alegró de tener a su lado a aquel muchacho, como casi siempre. Datsue terminó con el último de los candados momentos después y, seguidamente, la pesada puerta se abrió con el chirrido de unas bisagras que no han visto el aceite en años. Los genin pudieron ver entonces...
Bueno, nada, en realidad. Porque el sótano estaba inmerso en una oscuridad casi total y absoluta, que amenzaba con engullir a cualquiera que entrase y no dejarle ver ni la punta de sus pies.
Justo en ese momento —y gracias a su oído sobrenaturalmente fino— Eri pudo escuchar unos golpes que venían del piso superior. Fueron breves y secos. Luego un momento de silencio... Y un murmullo continuo y tenue, como un goteo.
Akame maldecía en su fuero interno mientras veía cómo su compañero se trabajaba, uno a uno, aquellos candados. Claro, no es que realmente pensara aquellas cosas de su pariente, pero era la única forma que tenía de desahogar aquella vergüenza sin perder los papeles; hacia adentro. Con cada nuevo clic uno de los cerrojos caía ante los hábiles y finos dedos del menor de los Uchiha, que haciendo uso de su destreza pronto sería capaz de abrirles completamente el camino hacia el sótano de la casa. Mientras forzaba los candados, Datsue pudo advertir también una cosa; estaban cubiertos de óxido y polvo, y los mecanismos de las cerraduras parecían moverse con la tosquedad de la suciedad acumulada. Hacía mucho tiempo que nadie abría aquella puerta.
Pese a todo, Akame se alegró de tener a su lado a aquel muchacho, como casi siempre. Datsue terminó con el último de los candados momentos después y, seguidamente, la pesada puerta se abrió con el chirrido de unas bisagras que no han visto el aceite en años. Los genin pudieron ver entonces...
Bueno, nada, en realidad. Porque el sótano estaba inmerso en una oscuridad casi total y absoluta, que amenzaba con engullir a cualquiera que entrase y no dejarle ver ni la punta de sus pies.
Justo en ese momento —y gracias a su oído sobrenaturalmente fino— Eri pudo escuchar unos golpes que venían del piso superior. Fueron breves y secos. Luego un momento de silencio... Y un murmullo continuo y tenue, como un goteo.