9/01/2018, 22:33
(Última modificación: 9/01/2018, 22:46 por Uchiha Akame.)
Akame ni siquiera replicó. Tampoco discutió, ni sugirió una estrategia diferente. Su mente estaba ya inmersa en una serie de reglas y de instintos grabados a fuego en lo más profundo de su ser mediante un intenso entrenamiento. Mediante la disciplina de hierro con la que El Profesional se había ganado su sobrenombre, tanto en Uzushiogakure no Sato como en las Aldeas extranjeras.
Los pasos, cortos y silenciosos; con el talón primero, el resto del pie después. Las rodillas siempre ligeramente flexionadas, acomodadas para permitirle utilizar la fuerza de sus piernas en cualquier momento e impulsarse con rapidez si necesitaba evitar un ataque sorpresa. Los hombros relajados y los brazos ligeramente flexionados, con las palmas de las manos abiertas y hacia abajo. La cabeza ligeramente gacha y la mirada suelta, vivaz, atenta. Así se movía Uchiha Akame por el terreno de batalla; porque aquella habitación era, junto con toda la casa, justo eso.
Y, sin embargo, ni todo su entrenamiento ninja pudo prevenirle de lo que estaba por ocurrir en cuanto se acercase a la ventana, con Datsue a la zaga y Eri observando desde la puerta de la habitación. Porque cuando el mayor de los Uchiha acercó su rostro a la ventana, tratando de observar lo que había fuera por el lateral de una cortina, un estruendo resonó en la habitación.
El somier metálico de la cama salió disparado, como accionado por un resorte, directamente contra Akame y Datsue. Al primero le dió de lleno en la espalda, golpeando con una brutalidad tal que le hizo salir lanzado por la ventana. El ruido del cristal al romperse se unió al de Datsue siendo derribado contra la pared —por suerte para él, sólo había recibido el golpe en un costado—. Descargada su mortal embestida, el somier volvió a su sitio como si se tratara de un mecanismo de recorrido fijo. Y la habitación volvió a quedar en silencio.
No obstante, un detalle destacaría para la visión carmesí del herido Datsue; el somier estaba rodeado de aquel chakra asqueroso y sucio que ya había visto antes, cuando se vió expulsado de su propio Saimingan.
Los pasos, cortos y silenciosos; con el talón primero, el resto del pie después. Las rodillas siempre ligeramente flexionadas, acomodadas para permitirle utilizar la fuerza de sus piernas en cualquier momento e impulsarse con rapidez si necesitaba evitar un ataque sorpresa. Los hombros relajados y los brazos ligeramente flexionados, con las palmas de las manos abiertas y hacia abajo. La cabeza ligeramente gacha y la mirada suelta, vivaz, atenta. Así se movía Uchiha Akame por el terreno de batalla; porque aquella habitación era, junto con toda la casa, justo eso.
Y, sin embargo, ni todo su entrenamiento ninja pudo prevenirle de lo que estaba por ocurrir en cuanto se acercase a la ventana, con Datsue a la zaga y Eri observando desde la puerta de la habitación. Porque cuando el mayor de los Uchiha acercó su rostro a la ventana, tratando de observar lo que había fuera por el lateral de una cortina, un estruendo resonó en la habitación.
El somier metálico de la cama salió disparado, como accionado por un resorte, directamente contra Akame y Datsue. Al primero le dió de lleno en la espalda, golpeando con una brutalidad tal que le hizo salir lanzado por la ventana. El ruido del cristal al romperse se unió al de Datsue siendo derribado contra la pared —por suerte para él, sólo había recibido el golpe en un costado—. Descargada su mortal embestida, el somier volvió a su sitio como si se tratara de un mecanismo de recorrido fijo. Y la habitación volvió a quedar en silencio.
No obstante, un detalle destacaría para la visión carmesí del herido Datsue; el somier estaba rodeado de aquel chakra asqueroso y sucio que ya había visto antes, cuando se vió expulsado de su propio Saimingan.