10/01/2018, 23:27
Todo parecía salir a pedir de boca. «Di adiós, maldito bastardo», pensó Uchiha Akame sonriendo para sus adentros con una satisfacción que nunca había sentido antes de ver a alguien morir. ¿Traidores? ¿Les llamaba traidores, aquella rata de bandana rajada? «Lástima que estas vayan a ser tus últimas palabras, trozo de basura».
Entonces sintió cómo el Saimingan empezaba a despedazarse rápidamente, como si a la realidad le estuvieran arrancando la piel a tiras. Aquello sólo podía significar que Datsue ya habría degollado al pobre diablo, y Akame se sentía pleno de satisfacción. Borracho de poder. Sólo habían bastado unos segundos para destruir a aquel poderoso shinobi que se había enfrentado a ellos. «¿Poderoso? No, a nuestro lado, al lado de los Hermanos del Desierto... ¡Es sólo un gusano insignificante!» El Uchiha quiso reír, pero entonces...
—Ugh.
Notó cómo algo se le revolvía en las entrañas. Bajó la vista y comprobó que la mano de Datsue estaba enterrada en su vientre, con la anilla de acero de un kunai sobresaliendo de entre sus ropas. «¿Qué dem...?»
Una voz interrumpió sus pensamientos. Sorprendido, el Uchiha buscó al responsable y lo halló frente a ellos, sonriente, exultante. Se sintió derrotado; ¿pero cómo? «¿Cómo escapó a mi Saimingan? ¿Acaso usó un Kawarimi avanzado? ¿O quizás él nos atrapó en un Genjutsu antes? ¿A ambos?» Akame trataba de pensar a toda velocidad mientras luchaba por no vomitar un chorreo de su propia sangre. Notaba la boca pegajosa y llena de un inconfundible sabor a hierro.
Entonces vió aquel enorme shuriken acercarse a ellos, girando como una peonza, directo a sus cuerpos inmóviles. Quiso gritar, berrear, luchar y patalear con todas sus fuerzas. Pero no lo consiguió. Apenas un quejido salió de sus labios, y fue en crescendo conforme las mortíferas cuchillas del fuuma shuriken se aproximaban a él. No cerró los ojos ni apartó la vista; miró a la muerte a la cara.
De repente, todo se detuvo.
Akame ni siquiera prestó atención a la pregunta del criminal hasta que su propio Hermano respondió por ambos.
«¿Un sueño?»
Todo encajaba. Se habían despertado sin saber dónde ni por qué, ni cómo habían llegado allí. Pero, ¿no habían estado teniendo otro sueño antes de eso? Sacudió la cabeza, y si no hubiese sido porque estaba completamente paralizado, quizá habría caído derrumbado sobre sus rodillas.
—¿¡Estás creativo esta noche, Ichibi-san!? —gritó, soltando espumarajos de sangre.
Entonces sintió cómo el Saimingan empezaba a despedazarse rápidamente, como si a la realidad le estuvieran arrancando la piel a tiras. Aquello sólo podía significar que Datsue ya habría degollado al pobre diablo, y Akame se sentía pleno de satisfacción. Borracho de poder. Sólo habían bastado unos segundos para destruir a aquel poderoso shinobi que se había enfrentado a ellos. «¿Poderoso? No, a nuestro lado, al lado de los Hermanos del Desierto... ¡Es sólo un gusano insignificante!» El Uchiha quiso reír, pero entonces...
—Ugh.
Notó cómo algo se le revolvía en las entrañas. Bajó la vista y comprobó que la mano de Datsue estaba enterrada en su vientre, con la anilla de acero de un kunai sobresaliendo de entre sus ropas. «¿Qué dem...?»
Una voz interrumpió sus pensamientos. Sorprendido, el Uchiha buscó al responsable y lo halló frente a ellos, sonriente, exultante. Se sintió derrotado; ¿pero cómo? «¿Cómo escapó a mi Saimingan? ¿Acaso usó un Kawarimi avanzado? ¿O quizás él nos atrapó en un Genjutsu antes? ¿A ambos?» Akame trataba de pensar a toda velocidad mientras luchaba por no vomitar un chorreo de su propia sangre. Notaba la boca pegajosa y llena de un inconfundible sabor a hierro.
Entonces vió aquel enorme shuriken acercarse a ellos, girando como una peonza, directo a sus cuerpos inmóviles. Quiso gritar, berrear, luchar y patalear con todas sus fuerzas. Pero no lo consiguió. Apenas un quejido salió de sus labios, y fue en crescendo conforme las mortíferas cuchillas del fuuma shuriken se aproximaban a él. No cerró los ojos ni apartó la vista; miró a la muerte a la cara.
De repente, todo se detuvo.
Akame ni siquiera prestó atención a la pregunta del criminal hasta que su propio Hermano respondió por ambos.
«¿Un sueño?»
Todo encajaba. Se habían despertado sin saber dónde ni por qué, ni cómo habían llegado allí. Pero, ¿no habían estado teniendo otro sueño antes de eso? Sacudió la cabeza, y si no hubiese sido porque estaba completamente paralizado, quizá habría caído derrumbado sobre sus rodillas.
—¿¡Estás creativo esta noche, Ichibi-san!? —gritó, soltando espumarajos de sangre.