11/01/2018, 00:07
Empezó como una risilla en voz baja. Pese a todo, en medio del silencio, se oía con toda claridad. La intensidad fue subiendo, y finalmente el renegado estalló en una carcajada. No era una risa sádica, de malo de película, sino una divertida. Fuera quien fuese aquél hombre, que evidentemente les conocía, parecía estar disfrutando de cada segundo de aquella pequeña rotura temporal.
—El Ichibi comenzó toda esta pesadilla, sí —dijo—. En el plano más general de las cosas. Pero no en el plano particular. En este día. En este momento. No... Datsue-kun estuvo a punto de darme una respuesta correcta. Poco poética, es cierto, pero correcta.
Levantó la mano poco a poco. En el fuero más interno de sus cuerpos, los Hermanos del Desierto supieron lo que iba a suceder a continuación.
El renegado chasqueó los dedos.
El fūma shuriken continuó su camino.
—¿Qué es lo último que recordáis antes de vuestra supuesta amnesia? Exacto. La respuesta correcta es...
»..."en los ojos de un Uchiha".
El desgarrador corte les hizo viajar de vuelta de donde quisiera que habían venido. Despertaron de golpe, entre sudores, como cuando solían tener pesadillas. Sólo que esta vez, la pesadilla había sido un Genjutsu. El Saimingan.
Uchiha Raito les miraba con los ojos envueltos en un manto carmesí. Sonrió y se reincorporó. Se retiró al fondo de la sala.
La cosa no había mejorado. Estaban envueltos en sendos sacos de tela blanca, atados por unas cuerdas que les impedían completamente el movimiento. Pronto, los pasos de unas botas les alertaron de otra presencia distinta.
Una figura con un rostro demacrado, pero familiar, se agachó entre ellos dos. Tenía la piel roja, magullada, como si hubiera caído en la lava de un volcán pero hubiera sobrevivido para contarlo. Sus manos eran de metal, apéndices artificiales que le permitían seguir moviéndose como lo había hecho antes del... incidente.
—Ha pasado un tiempo, ¿eh? —dijo Uzumaki Zoku.
»A pesar de todo, estoy dispuesto a perdonaros. Pero esta vez me aseguraré de hacer un juramento más... restrictivo.
Se levantó, y los miró con altanería.
—Doblemente traidores, te dije, Akame-kun. Primero a Gouna. Luego a mí. Te daré una oportunidad de ser triplemente traidor, pero de vivir. Os la daré a los dos. Decidme, Hermanos del Desierto. ¿Me ayudáis a tomar la villa una vez más? ¿A llevar a esta aldea a la GLORIA más absoluta? ¿O moriréis siendo unos gusanos, siguiendo a un kage que ni siquiera se ha dignado a enviaros a ninguna tarea importante?
»Conmigo, seríais grandes. Y os haríais más fuertes. Os enseñaré a domar a esa bestia. Y os dejará de acosar en sueños. Creedme, yo... también le tengo ganas. —Volvió a escupir.
—El Ichibi comenzó toda esta pesadilla, sí —dijo—. En el plano más general de las cosas. Pero no en el plano particular. En este día. En este momento. No... Datsue-kun estuvo a punto de darme una respuesta correcta. Poco poética, es cierto, pero correcta.
Levantó la mano poco a poco. En el fuero más interno de sus cuerpos, los Hermanos del Desierto supieron lo que iba a suceder a continuación.
El renegado chasqueó los dedos.
El fūma shuriken continuó su camino.
—¿Qué es lo último que recordáis antes de vuestra supuesta amnesia? Exacto. La respuesta correcta es...
»..."en los ojos de un Uchiha".
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El desgarrador corte les hizo viajar de vuelta de donde quisiera que habían venido. Despertaron de golpe, entre sudores, como cuando solían tener pesadillas. Sólo que esta vez, la pesadilla había sido un Genjutsu. El Saimingan.
Uchiha Raito les miraba con los ojos envueltos en un manto carmesí. Sonrió y se reincorporó. Se retiró al fondo de la sala.
La cosa no había mejorado. Estaban envueltos en sendos sacos de tela blanca, atados por unas cuerdas que les impedían completamente el movimiento. Pronto, los pasos de unas botas les alertaron de otra presencia distinta.
Una figura con un rostro demacrado, pero familiar, se agachó entre ellos dos. Tenía la piel roja, magullada, como si hubiera caído en la lava de un volcán pero hubiera sobrevivido para contarlo. Sus manos eran de metal, apéndices artificiales que le permitían seguir moviéndose como lo había hecho antes del... incidente.
—Ha pasado un tiempo, ¿eh? —dijo Uzumaki Zoku.
»A pesar de todo, estoy dispuesto a perdonaros. Pero esta vez me aseguraré de hacer un juramento más... restrictivo.
Se levantó, y los miró con altanería.
—Doblemente traidores, te dije, Akame-kun. Primero a Gouna. Luego a mí. Te daré una oportunidad de ser triplemente traidor, pero de vivir. Os la daré a los dos. Decidme, Hermanos del Desierto. ¿Me ayudáis a tomar la villa una vez más? ¿A llevar a esta aldea a la GLORIA más absoluta? ¿O moriréis siendo unos gusanos, siguiendo a un kage que ni siquiera se ha dignado a enviaros a ninguna tarea importante?
»Conmigo, seríais grandes. Y os haríais más fuertes. Os enseñaré a domar a esa bestia. Y os dejará de acosar en sueños. Creedme, yo... también le tengo ganas. —Volvió a escupir.
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