13/01/2018, 16:43
Cuando Eri salió al exterior de la fachada de la casa, caminando por la misma gracias a su manejo del chakra, pudo ver sin lugar a dudas una figura negra que justo en ese momento se descolgaba del propio muro para caer, pesadamente, sobre el césped seco y repleto de malas hierbas del jardín delantero.
Akame notó el pesado golpe del suelo contra su cuerpo —parcialmente amortiguado por aquella capa de amarillo y verde oscuro— y se quedó allí, boca arriba, con los brazos extendidos y las piernas del mismo modo. El kunai oculto que solía guardar en su manga derecha todavía estaba incrustado por fuera del marco de la ventana. Tras ser catapultado por el somier asesino, el Uchiha había tenido la destreza suficiente para extraer aquel cuchillo y clavarlo en la madera, logrando frenar su caída. Sí, había oído los gritos de sus compañeros, llamándole, pero en su estado actual no tenía fuerzas para responder.
Tenía un golpetazo en plena espalda —le saldría un moratón del tamaño de una mochila poco después—, y tanto el rostro como los antebrazos surcados de cortes y pequeños fragmentos de cristal. Cerró los ojos y dejó simplemente correr el tiempo.
«Sólo... Sólo un momento...»
Luego sus instintos de shinobi se abrirían paso entre la oleada de dolor y la respiración agitada. Comprobaría —con éxito— que era capaz de mover todos los miembros, y que no se le nublaba la vista si intentaba incorporarse.
—Estoy... Estoy bien —diría luego, intentando alzar la voz sin éxito.
Mientras tanto, dentro de la casa no se oía nada más que los pasos y las voces de Eri y Datsue.
Akame notó el pesado golpe del suelo contra su cuerpo —parcialmente amortiguado por aquella capa de amarillo y verde oscuro— y se quedó allí, boca arriba, con los brazos extendidos y las piernas del mismo modo. El kunai oculto que solía guardar en su manga derecha todavía estaba incrustado por fuera del marco de la ventana. Tras ser catapultado por el somier asesino, el Uchiha había tenido la destreza suficiente para extraer aquel cuchillo y clavarlo en la madera, logrando frenar su caída. Sí, había oído los gritos de sus compañeros, llamándole, pero en su estado actual no tenía fuerzas para responder.
Tenía un golpetazo en plena espalda —le saldría un moratón del tamaño de una mochila poco después—, y tanto el rostro como los antebrazos surcados de cortes y pequeños fragmentos de cristal. Cerró los ojos y dejó simplemente correr el tiempo.
«Sólo... Sólo un momento...»
Luego sus instintos de shinobi se abrirían paso entre la oleada de dolor y la respiración agitada. Comprobaría —con éxito— que era capaz de mover todos los miembros, y que no se le nublaba la vista si intentaba incorporarse.
—Estoy... Estoy bien —diría luego, intentando alzar la voz sin éxito.
Mientras tanto, dentro de la casa no se oía nada más que los pasos y las voces de Eri y Datsue.