13/01/2018, 21:05
(Última modificación: 13/01/2018, 21:07 por Uchiha Akame.)
«Por las tetas de Amaterasu...»
No, Akame no tenía encima su kunai oculto. Supuso entonces que tampoco llevaría sus portaobjetos, repletos de artilugios que podrían haberle sido tremendamente útiles en aquella situación. Por segunda vez en toda su vida —curiosamente, o no tanto, la primera también había tenido que ver con aquel hombre de ojos grises— Uchiha Akame se sentía completamente desvalido. «Mierda, joder, tiene que haber algo... Tiene que haber algo...» Su mente pensaba a toda velocidad, pero era incapaz de hallar la respuesta correcta. «Si acepto salgo de aquí esclavo de Zoku, si pido ayuda al Ichibi salgo de aquí esclavo de un bijuu...»
El anterior Uzukage les dió un ultimátum sacando un par de kunais que apuntaron a sus cuerpos, todavía atados y envueltos en sacos. Akame apretó los dientes tanto que creyó que se le iban a romper mientras sus ojos rojos escudriñaban, nerviosos, los alrededores. «¿Saimingan? Pero incluso si tuviera éxito y atrapase a este cabrón en mi Genjutsu, ¿entonces qué?»
Uzumaki Zoku empezó a contar hacia atrás.
Entonces aquel joven Uchiha se dio cuenta de algo. El Akame de hacía unos meses se había entregado a su nuevo amo sin dudarlo, sin pensar ni un sólo segundo. Se había sabido indefenso, y su pellejo era cuanto le importaba. Luego había traicionado a esa misma persona con tal de salvar a Koko. Ahora se le presentaba el mismo dilema, solo que en aquella ocasión tenía que proteger a alguien distinto.
Tenía que proteger a Uzushiogakure no Sato. Y quiso llorar, y gritar. Pero pensó en el Jardín de los Cerezos en Primavera, en aquel paisaje de color rosa pálido, en el dulce y suave olor de los árboles. Pensó en la playa, y el aire del mar. Pensó en la Academia donde por primera vez se había sentido integrado. Pensó en las bromas de sus compañeros, en las lecciones de sus profesores. Pensó en las misiones que había hecho junto a los otros genin...
Pensó en Haskoz. Una lágrima solitaria cayó por su rostro.
—Ahora lo entiendo, Uzumaki-sama... —murmuró, con la mirada gacha. Alzó la cabeza y clavó sus ojos rojos en los del ex mandatario—. ¡Si quería la revancha no tenía más que decirlo! Lo entiendo, tuvo que escocer bastante irse a casa sabiendo que dos genin acababan de patearle el trasero, ¡pero no hacía falta montar esta escenita! —Akame hablaba de corrido, porque sentía que si se paraba, el nudo que tenía en la garganta acabaría por estrangularlo—. Ichibi-san está poco participativo hoy, así que...
»Desátenos y acabemos con esto. Le damos la oportunidad de poner el uno a uno en el marcador.
Las piernas le temblaban tanto que creyó que iba a caerse al suelo en ese mismo momento.
«Pronto me reuniré contigo, Haskoz-kun...»
No, Akame no tenía encima su kunai oculto. Supuso entonces que tampoco llevaría sus portaobjetos, repletos de artilugios que podrían haberle sido tremendamente útiles en aquella situación. Por segunda vez en toda su vida —curiosamente, o no tanto, la primera también había tenido que ver con aquel hombre de ojos grises— Uchiha Akame se sentía completamente desvalido. «Mierda, joder, tiene que haber algo... Tiene que haber algo...» Su mente pensaba a toda velocidad, pero era incapaz de hallar la respuesta correcta. «Si acepto salgo de aquí esclavo de Zoku, si pido ayuda al Ichibi salgo de aquí esclavo de un bijuu...»
El anterior Uzukage les dió un ultimátum sacando un par de kunais que apuntaron a sus cuerpos, todavía atados y envueltos en sacos. Akame apretó los dientes tanto que creyó que se le iban a romper mientras sus ojos rojos escudriñaban, nerviosos, los alrededores. «¿Saimingan? Pero incluso si tuviera éxito y atrapase a este cabrón en mi Genjutsu, ¿entonces qué?»
Uzumaki Zoku empezó a contar hacia atrás.
Entonces aquel joven Uchiha se dio cuenta de algo. El Akame de hacía unos meses se había entregado a su nuevo amo sin dudarlo, sin pensar ni un sólo segundo. Se había sabido indefenso, y su pellejo era cuanto le importaba. Luego había traicionado a esa misma persona con tal de salvar a Koko. Ahora se le presentaba el mismo dilema, solo que en aquella ocasión tenía que proteger a alguien distinto.
Tenía que proteger a Uzushiogakure no Sato. Y quiso llorar, y gritar. Pero pensó en el Jardín de los Cerezos en Primavera, en aquel paisaje de color rosa pálido, en el dulce y suave olor de los árboles. Pensó en la playa, y el aire del mar. Pensó en la Academia donde por primera vez se había sentido integrado. Pensó en las bromas de sus compañeros, en las lecciones de sus profesores. Pensó en las misiones que había hecho junto a los otros genin...
Pensó en Haskoz. Una lágrima solitaria cayó por su rostro.
—Ahora lo entiendo, Uzumaki-sama... —murmuró, con la mirada gacha. Alzó la cabeza y clavó sus ojos rojos en los del ex mandatario—. ¡Si quería la revancha no tenía más que decirlo! Lo entiendo, tuvo que escocer bastante irse a casa sabiendo que dos genin acababan de patearle el trasero, ¡pero no hacía falta montar esta escenita! —Akame hablaba de corrido, porque sentía que si se paraba, el nudo que tenía en la garganta acabaría por estrangularlo—. Ichibi-san está poco participativo hoy, así que...
»Desátenos y acabemos con esto. Le damos la oportunidad de poner el uno a uno en el marcador.
Las piernas le temblaban tanto que creyó que iba a caerse al suelo en ese mismo momento.
«Pronto me reuniré contigo, Haskoz-kun...»