14/01/2018, 14:51
La sonrisa del Uzumaki fue como un fino pincel terminando de rubricar el pergamino donde se detallaba la sentencia de muerte de ambos Uchiha. Datsue lloraba desconsolado, maldiciendo, acompañando a su Hermano en aquel último viaje sin retorno. Akame esbozó una sonrisa triste y cerró los ojos cuando el ex mandatario les anunció el veredicto final; lo que ellos habían elegido. Con un rápido movimiento, los kunais se clavaron en ambos genin, y Akame notó el frío del acero que le entró hasta los huesos.
Luego le invadió una repentina sensación de angustia. De repente se encontró queriendo vivir; ¿queriendo? No. Aquello no era más que fruto de sus instintos más básicos, de su necesidad de sobrevivir. Y sin embargo, el tormento que le atenazaba todo el cuerpo pronto se vio diluido como veneno por un bálsamo curativo.
Vió a lo lejos una luz, muy blanca y brillante. Junto a ella había algunas figuras que Akame no tardó en reconocer. La primera, un muchacho atlético, de pelo blanco y ojos color miel, que se reía a carcajadas y le llamaba. «Haskoz-kun...»
A su lado un chico mucho más joven, rubio y de ojos azules. Su mirada era tierna y muy amable, y vestía una sonrisa que confortó el corazón del Uchiha. «Rakurai-san...»
De repente oyó una tercera voz, mucho más potente y cercana. Akame miró a su lado sin abrir los ojos y vio a Datsue. A su Hermano, a su compadre, a su confidente. Le animaba a recorrer aquel camino, tiraba de su manga y también reía, sin duda contando alguno de sus chistes de kusareños. «Hermano...»
Entonces todo se vino abajo. Akame sintió como si un vórtice de succión le estuviera arrancando de aquel sitio, arrastrándole en volandas hacia atrás. Trató de luchar; no quería irse. Quería quedarse allí, con sus amigos.
—Todavía no, Akame-san —dijo Rakurai.
—¡Aún tienes mucho por hacer, Akame-kun! —vociferó Haskoz, jaleándole.
El Uchiha buscó a Datsue a su lado, pero no lo halló.
«Yo... Yo...»
Abrió los ojos de golpe, como cuando despertaba de una de las pesadillas del Ichibi. Miró a su alrededor, alterado, y con alivio comprobó que ya no estaba maniatado. Tenía los ojos anegados en lágrimas y notaba una fuerte opresión en el pecho. La voz de Uchiha Raito esclareció todo lo que acababa de ocurrir.
Cuando el sensei terminó su explicación, Akame quiso hablar. Quiso decir muchas cosas, pero ninguna saldría de sus labios. Quiso chillar, llorar, reír. Nada de eso pudo hacer, nada pudo decir sino dejar escapar un grito desgarrador que le surgió desde las entrañas. Gritó con fuerza y rabia, y pena, y júbilo.
Estaba vivo. Vivo para pelear un día más.
Después oyó la voz de Datsue y se tranquilizó conforme, poco a poco, su cerebro iba procesando la información. «Estamos en el Examen de Chuunin. Esto ha sido una prueba. Una prueba. Una prueba...»
Se levantó —no sin cierta dificultad— y encaró a su sensei. Le sostuvo la mirada un momento y luego realizó una profunda reverencia.
—Gracias por darnos esta oportunidad, Raito-sensei —dijo—. No le decepcionaremos.
Luego le invadió una repentina sensación de angustia. De repente se encontró queriendo vivir; ¿queriendo? No. Aquello no era más que fruto de sus instintos más básicos, de su necesidad de sobrevivir. Y sin embargo, el tormento que le atenazaba todo el cuerpo pronto se vio diluido como veneno por un bálsamo curativo.
Vió a lo lejos una luz, muy blanca y brillante. Junto a ella había algunas figuras que Akame no tardó en reconocer. La primera, un muchacho atlético, de pelo blanco y ojos color miel, que se reía a carcajadas y le llamaba. «Haskoz-kun...»
A su lado un chico mucho más joven, rubio y de ojos azules. Su mirada era tierna y muy amable, y vestía una sonrisa que confortó el corazón del Uchiha. «Rakurai-san...»
De repente oyó una tercera voz, mucho más potente y cercana. Akame miró a su lado sin abrir los ojos y vio a Datsue. A su Hermano, a su compadre, a su confidente. Le animaba a recorrer aquel camino, tiraba de su manga y también reía, sin duda contando alguno de sus chistes de kusareños. «Hermano...»
Entonces todo se vino abajo. Akame sintió como si un vórtice de succión le estuviera arrancando de aquel sitio, arrastrándole en volandas hacia atrás. Trató de luchar; no quería irse. Quería quedarse allí, con sus amigos.
—Todavía no, Akame-san —dijo Rakurai.
—¡Aún tienes mucho por hacer, Akame-kun! —vociferó Haskoz, jaleándole.
El Uchiha buscó a Datsue a su lado, pero no lo halló.
«Yo... Yo...»
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Abrió los ojos de golpe, como cuando despertaba de una de las pesadillas del Ichibi. Miró a su alrededor, alterado, y con alivio comprobó que ya no estaba maniatado. Tenía los ojos anegados en lágrimas y notaba una fuerte opresión en el pecho. La voz de Uchiha Raito esclareció todo lo que acababa de ocurrir.
Cuando el sensei terminó su explicación, Akame quiso hablar. Quiso decir muchas cosas, pero ninguna saldría de sus labios. Quiso chillar, llorar, reír. Nada de eso pudo hacer, nada pudo decir sino dejar escapar un grito desgarrador que le surgió desde las entrañas. Gritó con fuerza y rabia, y pena, y júbilo.
Estaba vivo. Vivo para pelear un día más.
Después oyó la voz de Datsue y se tranquilizó conforme, poco a poco, su cerebro iba procesando la información. «Estamos en el Examen de Chuunin. Esto ha sido una prueba. Una prueba. Una prueba...»
Se levantó —no sin cierta dificultad— y encaró a su sensei. Le sostuvo la mirada un momento y luego realizó una profunda reverencia.
—Gracias por darnos esta oportunidad, Raito-sensei —dijo—. No le decepcionaremos.