14/01/2018, 19:29
Reiji, impiadoso, atrajo la atención de Yogaru y espetó con renuente sinceridad el resultado de sus propias investigaciones. Que tenía el pergamino en mano y que, además, había capturado a uno de los culpables. Uno. ¿Pero a quién? y... ¿por qué apuntaba a su souschef con una de esas armas metálicas afiladas? ¿qué....
—¿Qué coño pasa aquí? —espetó, con ojos desorbitados. El cigarrillo tocó el suelo y sintió la también impiadosa pisotada de su calador.
... pero mejor lo hablamos dentro y con calma, por favor, Mirogata tiene que contarle una cosa.
Un suspiro ensordecedor. La furia subiéndole por la carótida. Sí, Yogaru no era tonto. Y podía ver en Mirogata la verguenza calándose entre sus poros. ¿Pero por qué, por qué él?
Antes de preguntárselo a hostias por la cara, se dio media vuelta y se adentró en su restaurante, que ya yacía un poco más ordenado y pulcro. Las mesas en orden. Tomó asiento en una de ellas y aguardó a que sus interlocutores hicieran lo mismo. Mirogata fue el primero en poner su culo en el trono de los acusados y como si de un juicio se tratase, éste comenzó a hablar. Como no podía ser de otra forma.
—He sido yo. Yo he tomado el pergamino. He causado éste alboroto para desviar las atenciones y preparé algunas pruebas, como la llave, para que en caso de que alguien sospechase de mi, tuviera que apuntar a otras personas cercanas. Lo hice porque creí que era la manera más sencilla de cumplir con las demandas de ésta gente sin hacer daño a nadie. Lo siento, Yogaru-sama. Lo siento.
—Joder, no lo entiendo. ¿Qué ganas robando ese pedazo de papel de mierda si te conoces todas mis recetas, ¡todas!
—Ellos querían el pergamino. Lo habían visto. Tú se los mostraste, una vez. Esa gente vino aquí a cenar una noche, hace menos de dos meses, y les diste un recorrido por el lugar. Incluso se los mostraste, el pergamino. Les hablaste de la receta, y les diste a probar el plato. Querían venderla, pero necesitaban del papel original para poder sacar buena taja a los compradores. Para poder convencerlos de que todo era verídico.
»Y a mi... me ofrecieron una buena paga. Además de mi propio restaurante, pero lejos de aquí. Supuse que no te haría daño si no te hacía competencia directa, Yogaru-sama. Pensé... lo siento. He sido un idiota.
—¿Qué coño pasa aquí? —espetó, con ojos desorbitados. El cigarrillo tocó el suelo y sintió la también impiadosa pisotada de su calador.
... pero mejor lo hablamos dentro y con calma, por favor, Mirogata tiene que contarle una cosa.
Un suspiro ensordecedor. La furia subiéndole por la carótida. Sí, Yogaru no era tonto. Y podía ver en Mirogata la verguenza calándose entre sus poros. ¿Pero por qué, por qué él?
Antes de preguntárselo a hostias por la cara, se dio media vuelta y se adentró en su restaurante, que ya yacía un poco más ordenado y pulcro. Las mesas en orden. Tomó asiento en una de ellas y aguardó a que sus interlocutores hicieran lo mismo. Mirogata fue el primero en poner su culo en el trono de los acusados y como si de un juicio se tratase, éste comenzó a hablar. Como no podía ser de otra forma.
—He sido yo. Yo he tomado el pergamino. He causado éste alboroto para desviar las atenciones y preparé algunas pruebas, como la llave, para que en caso de que alguien sospechase de mi, tuviera que apuntar a otras personas cercanas. Lo hice porque creí que era la manera más sencilla de cumplir con las demandas de ésta gente sin hacer daño a nadie. Lo siento, Yogaru-sama. Lo siento.
—Joder, no lo entiendo. ¿Qué ganas robando ese pedazo de papel de mierda si te conoces todas mis recetas, ¡todas!
—Ellos querían el pergamino. Lo habían visto. Tú se los mostraste, una vez. Esa gente vino aquí a cenar una noche, hace menos de dos meses, y les diste un recorrido por el lugar. Incluso se los mostraste, el pergamino. Les hablaste de la receta, y les diste a probar el plato. Querían venderla, pero necesitaban del papel original para poder sacar buena taja a los compradores. Para poder convencerlos de que todo era verídico.
»Y a mi... me ofrecieron una buena paga. Además de mi propio restaurante, pero lejos de aquí. Supuse que no te haría daño si no te hacía competencia directa, Yogaru-sama. Pensé... lo siento. He sido un idiota.