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Él negó con la cabeza, convencido.
—No. No sería suficiente escribiéndola, entiendes. Querían el pergamino original para asegurarse de que no estaría engañándolos. Ésta gente no se fía, no se fía y sin el pergamino original no iban a dejarme tranquilo. Reiji-kun, no iban a dejarnos tranquilos. ¡Lo hice todo por él, y por nosotros!
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—No. No sería suficiente escribiéndola, entiendes. Querían el pergamino original para asegurarse de que no estaría engañándolos. Ésta gente no se fía, no se fía y sin el pergamino original no iban a dejarme tranquilo. Reiji-kun, no iban a dejarnos tranquilos. ¡Lo hice todo por él, y por nosotros!
—Sigues sin contestar a mis preguntas ¿De quienes hablas?
Estaba eludiendo mis preguntas. Pero en algún momento entre el lugar en el que estábamos y el restaurante tendría que responderme. No podía callarse para siempre, y si no hablaba, bueno, siempre se podía recurrir a otros métodos, al fin y al cabo, yo solo tenía que destripar la verdad, y nadie me impedía usar métodos más violentos. Aunque esperaba no tener que recurrir a ellos.
—Nadie sabía cómo era el pergamino realmente, los únicos que lo habías visto erais tú y Yogaru. Eso fue lo que él dijo cunado le pregunte en el restaurante. Y si nadie excepto tú y él sabía cómo era, podías haber entregado cualquier cosa. Tu elegiste el camino fácil, claro.
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Mirogata se detuvo en seco. Por poco metía la cabeza en el concreto como una avergonzada avestruz.
—Ese es el problema. Que no... éramos los únicos.
. . .
El acusado no habló más en el camino, aún y cuando Reiji continuase interrogándole con acometida. Tras sus últimas palabras, aquel hombre cayó como si estuviese guardando las últimas revelaciones para el momento en el que enfrentase cara a cara a su empleador, aquel que según confiaba ciegamente en él. Confianza que traicionó deliberadamente sin pensar en las consecuencias.
Finalmente, y tras unos cuantos minutos de caminata, dieron con el Sabores de Tormenta. Afuera, aguardaba Yogaru con un cigarrillo en la boca.
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—Ese es el problema. Que no... éramos los únicos.
Mirogata no dijo absolutamente nada más. Cerró su boca con una cremallera invisible y agacho su avergonzada cabeza como un avestruz. Pese a que yo no cese en hacerle una pregunta tras otra, él no decía nada. No hablaba. Llegados a ese punto, no tendría más remedio que amenazarle. Tenía que sacarle toda la información, al fin y al cabo, mi trabajo era averiguar qué había pasado, no detener a los culpables.
—Se te ha acabado el tiempo para hablar, y no has conseguido convencerme, le vas a contar todo a Yoguro tú mismo, con tus propias palabras, todo. Si no lo haces tú, lo haré yo. Ah, y una cosa más, si no me lo cuentas todo, con nombres de tus cómplices, pediré que me dejen una sala de tortura para sacártelos.
Había otros métodos, claro, había ninjas con capacidades para leer la menta y mirar todo en sus recuerdos. Pero no se le iba a decir, era preferible amenazarlo con la tortura, así no tendría que molestar a nadie más. No al menos si conseguía que cantara todo.
Tras unos minutos, llegamos al restaurante. Yogaru esperaba en la puerta mientras se fumaba un cigarrillo. Mande a mi cuervo a devolverle su pergamino al hombre, y salude.
—Buenas, ya he recuperado su pergamino, también tenemos a uno de los culpables, pero mejor lo hablamos dentro y con calma, por favor, Mirogata tiene que contarle una cosa.
No bajé el Kunai. No podía permitir que escapase. Me daba igual si nos veía Yogaru. Mirogata se lo había buscado el solito.
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Reiji, impiadoso, atrajo la atención de Yogaru y espetó con renuente sinceridad el resultado de sus propias investigaciones. Que tenía el pergamino en mano y que, además, había capturado a uno de los culpables. Uno. ¿Pero a quién? y... ¿por qué apuntaba a su souschef con una de esas armas metálicas afiladas? ¿qué....
—¿Qué coño pasa aquí? —espetó, con ojos desorbitados. El cigarrillo tocó el suelo y sintió la también impiadosa pisotada de su calador.
... pero mejor lo hablamos dentro y con calma, por favor, Mirogata tiene que contarle una cosa.
Un suspiro ensordecedor. La furia subiéndole por la carótida. Sí, Yogaru no era tonto. Y podía ver en Mirogata la verguenza calándose entre sus poros. ¿Pero por qué, por qué él?
Antes de preguntárselo a hostias por la cara, se dio media vuelta y se adentró en su restaurante, que ya yacía un poco más ordenado y pulcro. Las mesas en orden. Tomó asiento en una de ellas y aguardó a que sus interlocutores hicieran lo mismo. Mirogata fue el primero en poner su culo en el trono de los acusados y como si de un juicio se tratase, éste comenzó a hablar. Como no podía ser de otra forma.
—He sido yo. Yo he tomado el pergamino. He causado éste alboroto para desviar las atenciones y preparé algunas pruebas, como la llave, para que en caso de que alguien sospechase de mi, tuviera que apuntar a otras personas cercanas. Lo hice porque creí que era la manera más sencilla de cumplir con las demandas de ésta gente sin hacer daño a nadie. Lo siento, Yogaru-sama. Lo siento.
—Joder, no lo entiendo. ¿Qué ganas robando ese pedazo de papel de mierda si te conoces todas mis recetas, ¡todas!
—Ellos querían el pergamino. Lo habían visto. Tú se los mostraste, una vez. Esa gente vino aquí a cenar una noche, hace menos de dos meses, y les diste un recorrido por el lugar. Incluso se los mostraste, el pergamino. Les hablaste de la receta, y les diste a probar el plato. Querían venderla, pero necesitaban del papel original para poder sacar buena taja a los compradores. Para poder convencerlos de que todo era verídico.
»Y a mi... me ofrecieron una buena paga. Además de mi propio restaurante, pero lejos de aquí. Supuse que no te haría daño si no te hacía competencia directa, Yogaru-sama. Pensé... lo siento. He sido un idiota.
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—He sido yo. Yo he tomado el pergamino. He causado éste alboroto para desviar las atenciones y preparé algunas pruebas, como la llave, para que en caso de que alguien sospechase de mi, tuviera que apuntar a otras personas cercanas. Lo hice porque creí que era la manera más sencilla de cumplir con las demandas de ésta gente sin hacer daño a nadie. Lo siento, Yogaru-sama. Lo siento.
—Joder, no lo entiendo. ¿Qué ganas robando ese pedazo de papel de mierda si te conoces todas mis recetas, ¡todas!
—Ellos querían el pergamino. Lo habían visto. Tú se los mostraste, una vez. Esa gente vino aquí a cenar una noche, hace menos de dos meses, y les diste un recorrido por el lugar. Incluso se los mostraste, el pergamino. Les hablaste de la receta, y les diste a probar el plato. Querían venderla, pero necesitaban del papel original para poder sacar buena taja a los compradores. Para poder convencerlos de que todo era verídico.
»Y a mi... me ofrecieron una buena paga. Además de mi propio restaurante, pero lejos de aquí. Supuse que no te haría daño si no te hacía competencia directa, Yogaru-sama. Pensé... lo siento. He sido un idiota.
—Sigues sin dar nombres de todos tus cómplices ¿La mujer formaba parte de todo esto, o también la has estado engañando a ella? Parecía que te quería, si has querido tirarle a ella el marrón encima…
La verdad es que allí todavía faltaban los detalles de muchas cosas. Sobre todo una de ellas. Y no fui yo el que la puso en el aire, fue Yoru, uno de los ”héroes” de esta misión. Se había ganado una recompensa, pero parecía que no tenia bastante, y que quería mas.
—Hombre nariz rara, hombre nariz rara caminar con Mirogata cuando Yoru y Yuki verles, hombre nariz rara parecer culpable también.
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Sí, Reiji tenía razón. Quizás, pensaba que lo había dicho todo, pero a su vez faltaban detalles. Detalles importantes para cerrar la investigación y dar por cumplida la misión.
—No, ella no tiene nada que ver en ésto. Déjela afuera, se lo pido. No ha hecho nada malo. Y, el hombre del que tu cuervo habla. Torai. Él... él es el que me ha convencido de hacer todo esto. Quedamos en encontrarnos en las puertas de la aldea en media hora. Hace veinte minutos.
»Si lo alcanzas, tienes cerrado el caso.
—¡¿Ese hijo de puta?! ¡tan bien que me había caído. Él y su grupito proveniente de las islas del Este, ¿ellos te han lavado tu estúpida cabeza para cometer semejante locura?
Volteó a ver a Reiji.
—Anda, búscalo y atrápalo. Yo... yo me quedaré conversando con Mirogata. Tenemos cosas de las qué hablar.
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—No, ella no tiene nada que ver en ésto. Déjela afuera, se lo pido. No ha hecho nada malo. Y, el hombre del que tu cuervo habla. Torai. Él... él es el que me ha convencido de hacer todo esto. Quedamos en encontrarnos en las puertas de la aldea en media hora. Hace veinte minutos.
»Si lo alcanzas, tienes cerrado el caso.
—Después de querer echarle todas las culpas, vas a necesitar mucho más que unas disculpas para que te perdone. Eso no se le hace a un amigo, pero mucho menos a la persona a la que amas.
Sentía que tenía que decírselo. Para mí, ese hombre necesitaba mucho más que un castigo, mucho más que ser despedido del restaurante. Y por fin, por fin empezaban los nombres. Por desgracia no era solo uno. Era uno y su grupo. Pero ya tenía un nombre. Y un lugar. No debía de fallar, o dicho de otro modo, no PODÍA fallar.
—¡¿Ese hijo de puta?! ¡tan bien que me había caído. Él y su grupito proveniente de las islas del Este, ¿ellos te han lavado tu estúpida cabeza para cometer semejante locura?
—Anda, búscalo y atrápalo. Yo... yo me quedaré conversando con Mirogata. Tenemos cosas de las qué hablar.
—Kiara, Yoru, vigilad a Mirogata, no puede volver a escapar. Si huye una segunda vez, seguidlo uno de vosotros, el otro puede avisar a un ninja de rango superior. Sin piedad si vuelve huir
Demasiados frentes que cubrir para una misión de un solo hombre. Por suerte tenia a mis cuervos conmigo. Kiara había estado vigilando todo el rato a Yogaru, y lo mejor es que se quedaran allí ambos, pues Yoru había trabajado bastante, y debía estar un poco cansado. Si necesitaba ayuda podría llamar a Yuki, al fin y al cabo estaba vigilando a la mujer.
Me marche corriendo en busca de mi objetivo. Confiaba en ambos cuervos para hacer la vigilancia.
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Reiji se largó, y los cuervos quedaron en su lugar, representándoles. Pero más que vigilar, ambos animales presenciaron una apalabrada y sincera conversación entre ellos dos, que entablaron palabras como caballeros. Sin tapujos ni evasivas, con la verdad por delante. Yogaru dejó de ser aquel malhumorado chef de alta gama y se convirtió en el tipo protector que había introducido a Mirogata bajo el cuidado de sus alas. Yoru y Kiara lo pudieron presenciar. Pudieron presenciar el perdón, por delante, y la reprimenda, después. De como la verguenza de pronto se convertía en un motivo para superar, que a conciencia no era sino el vestigio de una hermandad que mucho le había costado ver. ¿El trabajo duro? ¿las largas jornadas laborales, practicando aquel platillo que tanto le costaba elaborar? ¿le valió la pena a él quejarse de todo aquello y traicionar la confianza de aquel que le dio la oportunidad?
Pronto supo que, no. No lo valía. Ni tener su propio restaurante, ni tener traicionar a su jefe.
Pero Yogaru no era un hombre de perder batallas. Ni tampoco la fe. Ni en él, ni en su souschef.
. . .
Mientras el Karasukage avanzaba — de nuevo—, a través de las calles de su aldea, podía percibir un aroma. El aroma a traición. Aquel que le hizo confiar en sus instintos a la hora de señalar a Mirogata como sospechoso, y aquel que ahora le decía que a Mirogata, probablemente, le hubiesen hecho la cruz.
Entonces, Reiji tuvo que detenerse un momento. A pensar. A pensar bien su próximo movimiento.
¿Qué era lo que había dejado escapar?
El pergamino. ¿Se había detenido a revisar si era el real? ¿si el hombre de la nariz torcida le había entregado el verdadero?
. . .
A unos cuantos metros, pudo visualizarlo. Era innegable. Aquel tabique desviado era tan inusual que probablemente no pudiese tratarse de alguien más. Se le veía muy cómodo encima de un carruaje y, lamentablemente, ya se encontraba avanzando por fuera de las puertas de la aldea. Alejándose a paso fino de los caballos que tiraban del carro de madera.
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No, no me había parado a comprobar si el pergamino que tenía Mirogata era el auténtico. Tampoco hubiese servido de nada, para mí era la primera vez que lo veía. Tal vez tenía que haberle pedido a Yogaru que lo revisara. Tal vez, pero si no era el real, tampoco importaba, pensaba detenerlos. A todos los culpables. Alguno de ellos tenía que tenerlo.
De cualquier modo, con Yogaru y Mirogata estaban mis cuervos. Si se daba el caso de que el pergamino no fuera real, siempre tenían la forma de hacérmelo saber. Sin embargo, yo tenía que centrarme en mi objetivo. Tenía que atrapar a Torai. A él y a toda su banda.
Corrí sin detenerme, hasta que lo vi. Tan relajado, pensando que ya estaba libre de todo castigo, montado en su cómodo carruaje, huyendo. No iba a permitirlo. No podía permitírselo. Fallar, cuando ya casi había terminado mi trabajo, era peor incluso que hacerlo cuando acababa de empezar.
Corrí para intentar situarme tras el carruaje. Hice un gesto con la mano, poniéndome el índice sobre los labios, para avisar a los guardias de la puerta de que mantuvieran silencio. Luego señale mi bandana y el carruaje, para que comprendieran que se trataba del objetivo de mi misión.
Solo tenía que derribar el carruaje para detenerlo. Sobre todo porque los caballos eran más rápidos que yo. Los pobres animales no tenían la culpa de nada, pero si le gritaba que se detuviera, solo conseguiría que corriera más, y perderle.
No, estaba vez tenía que trabajar en silencio. Además, si el resto de la banda viajaba dentro del carruaje, dos pájaros de un tiro. Lo sentía mucho por los animales, pero nos habían entrenado para que el objetivo de nuestra misión estuviera por encima.
Cuando estuviera a una distancia prudencial, lanzaría unos shuriken contra las cuerdas de cuero que ataban a los caballos a la madera del carruaje. Si los caballos se separaban del carro, este no tendría más remedio que frenar. Si mi puntería no era la mejor, tal vez le diera al pobre animal, pero un animal muerto o herido, se volvería loco, y probablemente el carro volcara, por lo que también me servía ese resultado.
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Como buen shinobi, Karasukage trazó su plan en el acto. Su mente dio tumbos y vuelcos y elaboró un plan de acción que le permitiría, en principio, atrapar a los que huían. Entonces corrió, corrió como buenamente pudo y alarmó a los guardias de que no advirtiesen de su presencia para él poder acercarse lo suficiente.
El carruaje, no obstante, iba mucho más a trote que su velocidad, y probablemente no iba a poder alcanzarlos. No, eso ya él lo sabía con certeza. Su única oportunidad era la de...
Arrojó el shuriken con todas sus fuerzas, y el arma viajó en dirección a las cuerdas. Pero antes de que pudiera darse cuenta, el ninja metió el pie en una zanja del camino y se fue de bocarrajo hacia la tierra, dándose una tunda contra el suelo como bien los dioses mandaban. Y perdiendo la conciencia en el acto.
La estrella metálica, sin embargo, y muy a pesar de que no había dado en el objetivo; se había acomodado muy plácidamente en el cuadril trasero de uno de los caballos, que sintió el pinchazo como si de una de esas inyecciones parasitarias se tratase.
El caballo se detuvo tan en seco que su compañero animal, que siguió corriendo, se tropezó con sus propias patas al sentir el repentino desbalance de velocidad. El otro se paró en dos patas, y de pronto aquel carruaje se dio vuelta por sobre el camino y partió su madera a medida de que rodaba a través del sendero.
Reiji, de alguna forma, había acertado, y a la vez no.
. . .
La luz blanca al final de túnel. O, al tope de la habitación.
Reiji despertó, con la cabeza cubierta por venda y lo bastante atolondrado como para no saber en dónde estaba. A medida de que recuperaba la visión, pudo ir percatándose de los claros detalles que le afirmarían que se encontraba en el hospital de Amegakure.
A su lado, una enfermera medía su pulso y le observaba con suma tranquilidad.
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Mi objetivo estaba claro. Claro como el cielo que en muy rara ocasión podía disfrutar la gente de Amegakure. Aunque claro, para nosotros, un día soleado era una maldición. Un día sin sol era un día en el que el dios de la tormenta nos daba la espalda. Un día sin sol solo traía malas señales, no para una persona, para toda una aldea.
Aquel día llovía, y sin embargo, el dios de la lluvia me dio la espalda. Todo iba bien, los guardias me indicaron con la cabeza que habían entendido mis señales, mi objetivo estaba a la vista, mis armas estaban preparadas, y yo estaba en plena forma, pues no había tenido que luchar hasta el momento.
Estaba tan concentrado en mi misión que no me di cuenta que en aquel lugar había una zanja. Eso no estaba antes, yo tenía una memoria prodigiosa, conocía ese lugar, lo había visitado en numerosas ocasiones, y la última foto que tenía en mi memoria no tenía ese agujero. Tropecé. Aunque las estrellas metálicas silbaron en el aire buscando una diana. Yo no vi el resultado, pues me di un fuerte golpe en la cabeza, y entonces todo se volvió oscuro.
El dolor de cabeza era terrible. Quería llevarme la mano a la frente, como si eso sirviera para algo, sin embargo alguien me la estaba sujetando. Poco a poco fui recuperando la consciencia, y poco a poco pude reconocer las paredes de aquel lugar. Era el hospital de Amegakure.
¿Cuánto tiempo había pasado? En realidad daba igual, si yo estaba allí significaba que Torai había conseguido huir. Mierda. Lo peor de todo no era estar herido, todos podían acabar heridos en una misión. Pero yo no había sido herido por un enemigo, mis heridas eran fruto de mi propia torpeza. Que vergüenza.
Pero eso no acababa aquí. Aún podía hacerlo, tenía pistas, podía rastrearlo. La cara de aquel hombre era difícil de olvidar. Allá a donde fuera será fácil encontrarlo. Y yo sabía su destino, Mirogata lo había dicho.
Intente reincorporarme.
— La misión… Tengo que… Mirogata… El país del agua…
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Lo intentó. Intentó reincorporarse, pero sin éxito.
—Calma, muchacho, calma. Te has dado un buen zopetón en la cabeza, ¿vale? los doctores han dicho que necesitas descansar. Dime —le mostró la palma de su mano, con una docena de dedos—. ¿cuántos ves?
Toc, toc, toc
La puerta vibró, y por ella se asomó una cara familiar. Y otra no tan conocida, aunque un tanto reciente. Podía ser uno de los guardias, no podía estar al cien por ciento seguro.
—Pedazo de chichón que tienes en la frente, hombre. ¿Estás bien?
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—Calma, muchacho, calma. Te has dado un buen zopetón en la cabeza, ¿vale? los doctores han dicho que necesitas descansar. Dime¿cuántos ves?
¿Cuántos dedos tenía esa mujer en la mano? ¿Doce? Eso era imposible, las manos solo tenían cinco dedos, no podía decir doce, no tenía ningún sentido. Pero me dolía la cabeza. ¿Pero que importaba? Lo importante era la misión, mi misión. Tenía que salir de allí, dije un número al azar entre el uno y el cinco.
—Cuatro… Ahora, déjame irme, me da igual lo que diga el doctor, la misión…
Toc, toc, toc
Había una cara familiar. ¿Pero quién? La veía doble, o triple. Borrosa y distorsionada. Había alguien más. Eso, o tal vez se trataba tan salo de mi visión nublada de nuevo. Pero todo eso seguía sin importar. Necesitarían atarme a la cama, tal vez incluso darme una paliza. Yo iba a salir de allí. Yo iba a cumplir con mi misión. A cualquier coste.
—Pedazo de chichón que tienes en la frente, hombre. ¿Estás bien?
—Perfectamente… Dejadme ir… La misión de un shinobi… vale más que… más que su vida… bastante deshonrado me siento… como para… dejarla…
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—La misión se acabó ya, Reiji-san. Me he encargado de cerrar todo el asunto con el señor Yogaru, quien ha tenido la amabilidad de contarme todo lo sucedido. No te preocupes, gracias a tu buen lanzamiento hemos podido capturar a los estafadores y ahora mismo están siendo interrogados.
»Tu parte del encargo ha sido completado con éxito. Lo informaré al despacho. Hasta luego.
Dio una reverencia, y luego salió de la sala. Yogaru quedó con él.
—Debo admitir que, a pesar de todo, lo has hecho bien. No pensé que un crío como tú fuera tan toca pelotas como para descifrar todo este enigma. Te felicito, muchacho.
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