14/01/2018, 23:59
El Uchiha terminó por incorporarse, maldiciendo su suerte por lo bajini mientras restaba importancia a las lesiones con un gesto de su mano derecha.
—Estoy bien, Eri-san, estoy... ¡Arg! —acababa de quitarse un fragmento de cristal del labio, con el consiguiente gruñido de dolor.
Pese a lo que Akame pudiese decir, no estaba bien. O, al menos, no demasiado bien. Había amortiguado gran parte del impacto cruzando los brazos delante de la cara, y gracias al kunai que siempre llevaba bajo la manga derecha se había librado de una caída que podría haber sido muy aparatosa. Sin embargo, todavía le dolía la espalda a horrores y los múltiples cortes que tenía en la cara y los brazos estaban empezando a sangrar.
Fuera como fuese, el Profesional no iba a permitir que un simple somier le dejase fuera de la misión. Tras ponerse en pie se internó de nuevo en la casa por la puerta principal, caminando con paso lento y mirada analítica. Buscó la cocina y, tras hallarla, se lavó las heridas en el fregadero. «Por suerte todavía hay agua corriente». Luego se las limpió con un paño no demasiado sucio y acabó por sacarse todos los pequeños fragmentos de cristal que tenía en algunos de los cortes.
Mientras tanto, Datsue inspeccionaba los otros dos cuartos de la planta superior. Para su decepción —o quizás alegría— no halló nada raro en ninguno de ellos. Ni charka maligno, ni camas asesinas. Nada fuera de lo común.
—Estoy bien, Eri-san, estoy... ¡Arg! —acababa de quitarse un fragmento de cristal del labio, con el consiguiente gruñido de dolor.
Pese a lo que Akame pudiese decir, no estaba bien. O, al menos, no demasiado bien. Había amortiguado gran parte del impacto cruzando los brazos delante de la cara, y gracias al kunai que siempre llevaba bajo la manga derecha se había librado de una caída que podría haber sido muy aparatosa. Sin embargo, todavía le dolía la espalda a horrores y los múltiples cortes que tenía en la cara y los brazos estaban empezando a sangrar.
Fuera como fuese, el Profesional no iba a permitir que un simple somier le dejase fuera de la misión. Tras ponerse en pie se internó de nuevo en la casa por la puerta principal, caminando con paso lento y mirada analítica. Buscó la cocina y, tras hallarla, se lavó las heridas en el fregadero. «Por suerte todavía hay agua corriente». Luego se las limpió con un paño no demasiado sucio y acabó por sacarse todos los pequeños fragmentos de cristal que tenía en algunos de los cortes.
Mientras tanto, Datsue inspeccionaba los otros dos cuartos de la planta superior. Para su decepción —o quizás alegría— no halló nada raro en ninguno de ellos. Ni charka maligno, ni camas asesinas. Nada fuera de lo común.