15/01/2018, 01:02
Meiharu le acompañó, risueña, impasiblemente alejada del turbio encuentro de aquellos hombres de poder. Las damas tenían sus límites, no podían acercarse demasiado; no como para que pudieran colaborar a hacer trampa. Se habían dado casos, en los que pasaban cartas bajo la mesa que no pertenecían al mazo.
Ahora, todo eran precauciones.
—Venís mucho por aquí, últimamente —intervino, aquel que se mantuvo en súbito silencio. Etsu de pronto cobró vida, y su espalda se torció hasta la rectitud para mostrarse mucho más alto de lo que era. Y mucho más imponente, también—. vosotros, los emisarios del Daimyo del País del Viento. Lo sé, porque he tenido que recibir a un par de vuestras cobras. Sois incansables, como vuestro sol.
—¡Joder, pero qué pequeño es el mundo! Un negociador, y el mismísimo Yuramazo Etsu, nuestro amado y queridísimo alcalde. ¡Esto es jodidamente emocionante!
Etsu no parpadeó. No. Sus ojos, vidriosos, entorpecieron de pronto los relatos del extranjero y se mantuvieron cual esfinges sobre el susodicho emisario. Algo le decía a Datsue, fueran sus ojos de Uchiha o una potente corazonada... de que le habían descubierto en tan apabullante mentira. El hombre, sin embargo, no le acusó.
—Bienvenido, emisario. Suerte en la partida.
Con aquella sentencia, el dealer barajó una última vez y explicó las normas del juego. Era el póquer oriental tradicional, con cartas de época y con las mismas reglas de siempre. Había una alta, una baja; una ronda previa de apuestas para la entrada antes del flop y, evidentemente, contaban las combinaciones de toda la vida. Debidamente explicado todo, el hombre aguardó las ciegas de Toeru y Shin.
Luego, repartió.
Entre tanto, el silencio se vio roto, de pronto, por los murmullos de aquellos que analizan sus cartas. Unos se veían entre sí, otros sonreían. Toeru jugaba con su pila de fichas y no dudó en pagar la entrada, Shin tuvo más reparo en hacerlo, aunque finalmente cedió. Etsu, por su parte, dobló la apuesta inicial.
Datsue pudo ver cuatro fichas de quinientos dar vueltas y tumbos en el centro de la mesa. Apostó, fuerte.
—¿Iguala? —preguntó el Dealer, a Datsue. Toeru bufó, adolorido por aquella pronta sacada de polla y Shin, por lo visto, iba a tener que dropear porque resultaba escabrosamente evidente de que no tenía buena mano.
Pap, pap, pap el eco del caer de aquel clon inundó el sótano. Se expandió por las escaleras y caló allá, en el vacío de las habitaciones superiores. Pero nadie se alertó. El bunshin pudo avanzar hasta los primeros escalones y ascender por sobre ellos con sumo cuidado, hasta que logró abrir la puerta que le separaba del exterior. El pedazo de madera raída crujió ligeramente, aunque no lo suficiente como para que el falso Akame pudiera medir la velocidad con la que pudiese meter su cogote por la rendija sin que tuviese que abrirla de par en par.
Cuan tortuga, el ninja se asomó y comprobó que, en el oscuro pasillo, no había nadie. Era un pasillo transversal que acababa en el descenso hasta el sótano y que se alargaba hacia los linderos de una aparente sala de estar. En medio, justo, había otras dos puertas contiguas una a la otra, que probablemente daban acceso hacia la única habitación y al baño. Aunque tendría que comprobarlo por sí mismo.
El Akame copia también afino el oído. Pero, por el momento, no escuchó nada demasiado particular. Su nariz, sin embargo...
El aroma que se entrometió de pronto en sus fosas fue, nauseabundo. Era el inconfundible olor a ...
¿Muerto?
Ahora, todo eran precauciones.
—Venís mucho por aquí, últimamente —intervino, aquel que se mantuvo en súbito silencio. Etsu de pronto cobró vida, y su espalda se torció hasta la rectitud para mostrarse mucho más alto de lo que era. Y mucho más imponente, también—. vosotros, los emisarios del Daimyo del País del Viento. Lo sé, porque he tenido que recibir a un par de vuestras cobras. Sois incansables, como vuestro sol.
—¡Joder, pero qué pequeño es el mundo! Un negociador, y el mismísimo Yuramazo Etsu, nuestro amado y queridísimo alcalde. ¡Esto es jodidamente emocionante!
Etsu no parpadeó. No. Sus ojos, vidriosos, entorpecieron de pronto los relatos del extranjero y se mantuvieron cual esfinges sobre el susodicho emisario. Algo le decía a Datsue, fueran sus ojos de Uchiha o una potente corazonada... de que le habían descubierto en tan apabullante mentira. El hombre, sin embargo, no le acusó.
—Bienvenido, emisario. Suerte en la partida.
Con aquella sentencia, el dealer barajó una última vez y explicó las normas del juego. Era el póquer oriental tradicional, con cartas de época y con las mismas reglas de siempre. Había una alta, una baja; una ronda previa de apuestas para la entrada antes del flop y, evidentemente, contaban las combinaciones de toda la vida. Debidamente explicado todo, el hombre aguardó las ciegas de Toeru y Shin.
Luego, repartió.
Entre tanto, el silencio se vio roto, de pronto, por los murmullos de aquellos que analizan sus cartas. Unos se veían entre sí, otros sonreían. Toeru jugaba con su pila de fichas y no dudó en pagar la entrada, Shin tuvo más reparo en hacerlo, aunque finalmente cedió. Etsu, por su parte, dobló la apuesta inicial.
Datsue pudo ver cuatro fichas de quinientos dar vueltas y tumbos en el centro de la mesa. Apostó, fuerte.
—¿Iguala? —preguntó el Dealer, a Datsue. Toeru bufó, adolorido por aquella pronta sacada de polla y Shin, por lo visto, iba a tener que dropear porque resultaba escabrosamente evidente de que no tenía buena mano.
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Pap, pap, pap el eco del caer de aquel clon inundó el sótano. Se expandió por las escaleras y caló allá, en el vacío de las habitaciones superiores. Pero nadie se alertó. El bunshin pudo avanzar hasta los primeros escalones y ascender por sobre ellos con sumo cuidado, hasta que logró abrir la puerta que le separaba del exterior. El pedazo de madera raída crujió ligeramente, aunque no lo suficiente como para que el falso Akame pudiera medir la velocidad con la que pudiese meter su cogote por la rendija sin que tuviese que abrirla de par en par.
Cuan tortuga, el ninja se asomó y comprobó que, en el oscuro pasillo, no había nadie. Era un pasillo transversal que acababa en el descenso hasta el sótano y que se alargaba hacia los linderos de una aparente sala de estar. En medio, justo, había otras dos puertas contiguas una a la otra, que probablemente daban acceso hacia la única habitación y al baño. Aunque tendría que comprobarlo por sí mismo.
El Akame copia también afino el oído. Pero, por el momento, no escuchó nada demasiado particular. Su nariz, sin embargo...
El aroma que se entrometió de pronto en sus fosas fue, nauseabundo. Era el inconfundible olor a ...
¿Muerto?