16/01/2018, 00:51
Daruu adelantó la palma de su mano derecha y golpeó con una ráfaga de su chakra la punta afilada de la flecha que Ayame le había disparado justo a la altura del corazón. Suspiró, acelerado, y apoyó las manos en las rodillas al sufrir un ligero mareo.
—¡Perdón! —se disculpó Ayame, guardándose aquél curioso arco plegable en el antebrazo. Después, se retiró la bandana de los ojos y la volvió a dejar colgando del cuello.
—Uff... ¿P-pero se puede saber qué haces disparando con los ojos vendados? —dijo Daruu—. ¡Que tú no tienes el Byakugan!
Se acercó a ella a pasos acelerados, la cogió de los hombros y la atrajo hacia sí, besándola en la frente, justo a la altura de la luna azul.
—¿Qué pasa, pequeña? —susurró con cariño—. Hace unos días que no te veo. Parece que te va bien el entrenamiento.
»Bonito arco. —Señaló a su brazo.
—¡Perdón! —se disculpó Ayame, guardándose aquél curioso arco plegable en el antebrazo. Después, se retiró la bandana de los ojos y la volvió a dejar colgando del cuello.
—Uff... ¿P-pero se puede saber qué haces disparando con los ojos vendados? —dijo Daruu—. ¡Que tú no tienes el Byakugan!
Se acercó a ella a pasos acelerados, la cogió de los hombros y la atrajo hacia sí, besándola en la frente, justo a la altura de la luna azul.
—¿Qué pasa, pequeña? —susurró con cariño—. Hace unos días que no te veo. Parece que te va bien el entrenamiento.
»Bonito arco. —Señaló a su brazo.