17/01/2018, 11:36
(Última modificación: 17/01/2018, 11:37 por Aotsuki Ayame.)
Afortunadamente, Daruu se adelantó entusiasmado y tomó el pergamino que les tendía Kōri.
Ayame respiró hondo, trantando de controlar los alocados latidos de su corazón. Aún sentía aquel extraño hormigueo en el cuello, allí donde Daruu había posado su mano, y sus mejillas ardían de forma incontrolable. Por el rabillo del ojo vio que Kōri le dirigía una larga mirada, pero se apresuró a romper el contacto visual y a centrar su atención en los detalles de la misión, escritos en el pergamino que acababa de abrir su compañero.
«Maldita sea, Fūinjutsu tenía que ser...» Se lamentó para sus adentros, al comenzar a leer el pergamino. Ella era una completa negada para las técnicas de sellado, nunca jamás había conseguido comprender cómo funcionaban y con el tiempo había perdido el interés en ellas. «Espero que no tengamos que hacer nada relacionado con técnicas de sellado porque si no...»
Afortunadamente, no era así. O, al menos, no parecía serlo. El objetivo de la misión era, precisamente, investigar el estado de Shiruuba, la importante investigadora de Fūinjutsu; y, en caso de fallecimiento, reportar su defunción y recoger el importante libro en el que anotaba todos sus descubrimientos para devolverlo a las pertenencias de Amegakure. Tan sólo podía esperar porque no se cumpliera la última parte del contrato: que el libro hubiera caído en otras manos y tuvieran que eliminar a todo aquel que hubiese podido entrar en contacto con el libro.
—Al este de Coladragón, eso está cerca de Shinogi-To... —dijo, sin demasiado entusiasmo. Les esperaba medio día de camino, como mínimo. Si tenían que parar para descansar, era probable que tuvieran que hacerlo allí, y Ayame no guardaba demasiados buenos recuerdos de aquella ciudad.
«Y también está cerca de la antigua guarida de los Kajitsu Hōzuki.» Le recordó su traicionera mente, pero enseguida apartó aquel pensamiento.
—Ese libro debe ser realmente importante para que Yui-sama se tome tantas molestias —comentó, con cierta picazón de curiosidad.
Ayame respiró hondo, trantando de controlar los alocados latidos de su corazón. Aún sentía aquel extraño hormigueo en el cuello, allí donde Daruu había posado su mano, y sus mejillas ardían de forma incontrolable. Por el rabillo del ojo vio que Kōri le dirigía una larga mirada, pero se apresuró a romper el contacto visual y a centrar su atención en los detalles de la misión, escritos en el pergamino que acababa de abrir su compañero.
«Maldita sea, Fūinjutsu tenía que ser...» Se lamentó para sus adentros, al comenzar a leer el pergamino. Ella era una completa negada para las técnicas de sellado, nunca jamás había conseguido comprender cómo funcionaban y con el tiempo había perdido el interés en ellas. «Espero que no tengamos que hacer nada relacionado con técnicas de sellado porque si no...»
Afortunadamente, no era así. O, al menos, no parecía serlo. El objetivo de la misión era, precisamente, investigar el estado de Shiruuba, la importante investigadora de Fūinjutsu; y, en caso de fallecimiento, reportar su defunción y recoger el importante libro en el que anotaba todos sus descubrimientos para devolverlo a las pertenencias de Amegakure. Tan sólo podía esperar porque no se cumpliera la última parte del contrato: que el libro hubiera caído en otras manos y tuvieran que eliminar a todo aquel que hubiese podido entrar en contacto con el libro.
—Al este de Coladragón, eso está cerca de Shinogi-To... —dijo, sin demasiado entusiasmo. Les esperaba medio día de camino, como mínimo. Si tenían que parar para descansar, era probable que tuvieran que hacerlo allí, y Ayame no guardaba demasiados buenos recuerdos de aquella ciudad.
«Y también está cerca de la antigua guarida de los Kajitsu Hōzuki.» Le recordó su traicionera mente, pero enseguida apartó aquel pensamiento.
—Ese libro debe ser realmente importante para que Yui-sama se tome tantas molestias —comentó, con cierta picazón de curiosidad.