18/01/2018, 18:21
Datsue saltó velozmente por el hueco que había entre los tablones de madera perfectamente cortados gracias al jutsu de su compañero Uchiha, ante la atenta mirada de Akame y Eri. El Intrépido levantó ambos pies del suelo y los impulsó hacia delante, cruzando el misterioso umbral que —según aquella grotesca presencia— sería intraspasable para él. Durante un momento saboreó la victoria sobre aquel monstruo, mientras su cuerpo traspasaba el hueco. Entonces sus sandalias tocaron tierra firme al otro lado y supo que lo había conseguido.
Estaba otra vez en la misma habitación. Ni Akame, ni Eri, nisiquiera él mismo sabrían decir cómo había ocurrido. Parecía que Datsue simplemente se hubiera quedado corto con el salto, o no estuviese prestando atención. Pero no; ellos mismos le habían visto cruzar el umbral por un momento, un instante efímero. Y sin embargo allí estaba, en la misma habitación de la que nunca había parecido salir.
«¿Qué... Significa esto?»
Akame estaba atónito. Su cerebro buscaba ávidamente una explicación racional a lo que acababa de suceder. «No es un Genjutsu ambiental, imposible, nuestro Sharingan nos lo habría revelado. ¡Maldita sea, le he visto, le he visto salir de la habitación! ¿Cómo es que...?»
La risa estridente y gorjeante de Yogo-sama interrumpió sus pensamientos. La criatura hizo algo parecido a carcajearse —los pedazos de carne en torno a la cabeza se le movieron, temblorosos, pues no tenía cuello— y luego aquella máquina sobre la que reposaba volvió a crujir con un sonido metálico. El grueso tubo que se insertaba en la pared de detrás volvió a hincharse y luego contraerse, dejando fluir algo dentro de aquel trono de acero y cables.
—¡Insignificante! No entiendes, no eres capaz de ver —bramó después Yogo-sama—. ¡El tiempo es un círculo plano! Todos estamos condenados a repetir una y otra vez nuestros errores en esta habitación cerrada.
El charka nauseabundo de aquel ser se arremolinó, y Akame flexionó las rodillas al instante, creyendo que iba a atacar. Sin embargo, Yogo-sama debió de pensárselo mejor, porque su energía volvió a amansarse un momento después.
—La muerte no es vuestro destino. Yo lo he visto, no continuaréis el ciclo sin antes haberme compensado por el daño que habéis causado a mi fiel lacayo —afirmó, con su voz antinatural que parecía provenir de todas partes y de ninguna—. ¡Traedme a ese usurero tan avaro! ¡Al que osa mancillar mi propia casa y utilizarla para sus simples propósitos! —exigió—. Él ocupará el puesto como mi sirviente, y vosotros podréis seguir recorriendo la fina línea de vuestra sencilla consciencia... ¡Esa es mi voluntad! ¡Yo, Gran Maestro, así lo he decretado!
El Uchiha apretó los dientes.
Estaba otra vez en la misma habitación. Ni Akame, ni Eri, nisiquiera él mismo sabrían decir cómo había ocurrido. Parecía que Datsue simplemente se hubiera quedado corto con el salto, o no estuviese prestando atención. Pero no; ellos mismos le habían visto cruzar el umbral por un momento, un instante efímero. Y sin embargo allí estaba, en la misma habitación de la que nunca había parecido salir.
«¿Qué... Significa esto?»
Akame estaba atónito. Su cerebro buscaba ávidamente una explicación racional a lo que acababa de suceder. «No es un Genjutsu ambiental, imposible, nuestro Sharingan nos lo habría revelado. ¡Maldita sea, le he visto, le he visto salir de la habitación! ¿Cómo es que...?»
La risa estridente y gorjeante de Yogo-sama interrumpió sus pensamientos. La criatura hizo algo parecido a carcajearse —los pedazos de carne en torno a la cabeza se le movieron, temblorosos, pues no tenía cuello— y luego aquella máquina sobre la que reposaba volvió a crujir con un sonido metálico. El grueso tubo que se insertaba en la pared de detrás volvió a hincharse y luego contraerse, dejando fluir algo dentro de aquel trono de acero y cables.
—¡Insignificante! No entiendes, no eres capaz de ver —bramó después Yogo-sama—. ¡El tiempo es un círculo plano! Todos estamos condenados a repetir una y otra vez nuestros errores en esta habitación cerrada.
El charka nauseabundo de aquel ser se arremolinó, y Akame flexionó las rodillas al instante, creyendo que iba a atacar. Sin embargo, Yogo-sama debió de pensárselo mejor, porque su energía volvió a amansarse un momento después.
—La muerte no es vuestro destino. Yo lo he visto, no continuaréis el ciclo sin antes haberme compensado por el daño que habéis causado a mi fiel lacayo —afirmó, con su voz antinatural que parecía provenir de todas partes y de ninguna—. ¡Traedme a ese usurero tan avaro! ¡Al que osa mancillar mi propia casa y utilizarla para sus simples propósitos! —exigió—. Él ocupará el puesto como mi sirviente, y vosotros podréis seguir recorriendo la fina línea de vuestra sencilla consciencia... ¡Esa es mi voluntad! ¡Yo, Gran Maestro, así lo he decretado!
El Uchiha apretó los dientes.