19/01/2018, 12:31
Daruu, claramente orgulloso de sí mismo, se adelantó.
—¿De qué color lo quieres? —preguntó, y Ayame parpadeó, confundida ante la súbita pregunta. Sin embargo, Daruu era de las personas que mejor la conocían. Y estaba a punto de demostrarlo—: Bah, no sé ni para qué te digo nada. ¡Azul!
Entrelazó las manos en tres sellos consecutivos, y exhaló desde sus labios un torrente de un extraño líquido viscoso y de color azul al suelo. Como por arte de magia, el fluido en cuestión se alzó, se retorció sobre sí mismo y se solidificó hasta formar la silueta de lo que parecía ser un ave de gran tamaño.
—¡Tu pájaro de caramelo! —exclamó, ante una atónita Ayame, y se dio la vuelta para repetir el mismo proceso. En aquella ocasión, el pájaro que creó era de color verde—. Y el mío.
Mientras Kōri vigilaba la escena desde su posición por si el genin llegaba a extenuarse por la creación de dos pájaros tan grandes, Daruu se subió a su propio transporte sin dar ningún signo de cansancio. Ayame, algo dubitativa, se acercó al suyo. Primero lo tocó con un dedo, y se sorprendió al descubrir que no estaba duro como aparentaba, sino blando como una gominola. Y después, y con todo el cuidado del mundo temiendo romperlo de alguna manera, se aupó a su lomo y pasó las piernas por delante de las alas para agarrarse bien.
—Agárrate bien, y yo me encargo del resto —Le dijo Daruu, guiñándole un ojo.
—P... ¿Pero esto vuela de verdad? ¿Es seguro? ¿Es...?
No pudo seguir preguntando, el búho de su hermano había levantado el vuelo, y las dos aves de Daruu batieron las alas y no tardaron en seguir su rumbo. Un extraño cosquilleo sacudió el estómago de Ayame, que jadeó cuando se vio en el aire. Sin embargo, para su completa sorpresa, pronto descubrió que le gustaba aquella sensación y se sorprendió a sí misma con una sonrisa bobalicona pintada en el rostro.
Era hora de poner rumbo hacia Coladragón.
—¿De qué color lo quieres? —preguntó, y Ayame parpadeó, confundida ante la súbita pregunta. Sin embargo, Daruu era de las personas que mejor la conocían. Y estaba a punto de demostrarlo—: Bah, no sé ni para qué te digo nada. ¡Azul!
Entrelazó las manos en tres sellos consecutivos, y exhaló desde sus labios un torrente de un extraño líquido viscoso y de color azul al suelo. Como por arte de magia, el fluido en cuestión se alzó, se retorció sobre sí mismo y se solidificó hasta formar la silueta de lo que parecía ser un ave de gran tamaño.
—¡Tu pájaro de caramelo! —exclamó, ante una atónita Ayame, y se dio la vuelta para repetir el mismo proceso. En aquella ocasión, el pájaro que creó era de color verde—. Y el mío.
Mientras Kōri vigilaba la escena desde su posición por si el genin llegaba a extenuarse por la creación de dos pájaros tan grandes, Daruu se subió a su propio transporte sin dar ningún signo de cansancio. Ayame, algo dubitativa, se acercó al suyo. Primero lo tocó con un dedo, y se sorprendió al descubrir que no estaba duro como aparentaba, sino blando como una gominola. Y después, y con todo el cuidado del mundo temiendo romperlo de alguna manera, se aupó a su lomo y pasó las piernas por delante de las alas para agarrarse bien.
—Agárrate bien, y yo me encargo del resto —Le dijo Daruu, guiñándole un ojo.
—P... ¿Pero esto vuela de verdad? ¿Es seguro? ¿Es...?
No pudo seguir preguntando, el búho de su hermano había levantado el vuelo, y las dos aves de Daruu batieron las alas y no tardaron en seguir su rumbo. Un extraño cosquilleo sacudió el estómago de Ayame, que jadeó cuando se vio en el aire. Sin embargo, para su completa sorpresa, pronto descubrió que le gustaba aquella sensación y se sorprendió a sí misma con una sonrisa bobalicona pintada en el rostro.
Era hora de poner rumbo hacia Coladragón.