24/01/2018, 13:50
—¡Pero deja de llamarme tonto! ¡Odio el pescado! —protestó Daruu—. ¡Esto no tiene forma de pez, ni sabe a pez! ¡Aquello tenía forma de pez y me recordaba a ellos! ¡Y cállate ya que de sólo imaginármelo me entran arcadas! —La realidad, como de costumbre, ocultaba más verdad detrás. Lo cierto es que de pequeño sí le gustaba el taiyaki. Hasta que un fatídico día... su madre decidió darle a probar uno relleno de pasta de pescado para gastarle una broma.
—Basta de juegos —sentenció Kōri, dando fin a la discusión—. Pero esto no ha sido sólo un juego. Ayame, deberías aprender a no creértelo todo. Te puedes llevar más de un disgusto por ello, por no hablar de hacer peligrar las misiones en las que participes.
Se hizo el silencio.
Daruu se mordió el labio inferior. Por su culpa, Ayame se había llevado una pequeña reprimenda. Si no le hubiera seguido el juego... El muchacho bajó la mirada y se concentró en el suelo. Sobrevolaban ahora por encima de un bosque de pinos. En el horizonte, no muy lejos, se podían ver ya las siluetas de los edificios de Coladragón, también el muelle y los barcos. Más allá, a lo lejos, el Cabo del Dragón, las olas rompiendo sin descanso contra las rocas.
—Deberíamos aprovechar un claro del bosque para aterrizar —sugirió Daruu—. Si lo hacemos en medio de la plaza, con un búho gigante y dos pájaros de colorines, nuestro objetivo de no llamar mucho la atención se va a ir un poco al garete, ¿no?
—Basta de juegos —sentenció Kōri, dando fin a la discusión—. Pero esto no ha sido sólo un juego. Ayame, deberías aprender a no creértelo todo. Te puedes llevar más de un disgusto por ello, por no hablar de hacer peligrar las misiones en las que participes.
Se hizo el silencio.
Daruu se mordió el labio inferior. Por su culpa, Ayame se había llevado una pequeña reprimenda. Si no le hubiera seguido el juego... El muchacho bajó la mirada y se concentró en el suelo. Sobrevolaban ahora por encima de un bosque de pinos. En el horizonte, no muy lejos, se podían ver ya las siluetas de los edificios de Coladragón, también el muelle y los barcos. Más allá, a lo lejos, el Cabo del Dragón, las olas rompiendo sin descanso contra las rocas.
—Deberíamos aprovechar un claro del bosque para aterrizar —sugirió Daruu—. Si lo hacemos en medio de la plaza, con un búho gigante y dos pájaros de colorines, nuestro objetivo de no llamar mucho la atención se va a ir un poco al garete, ¿no?