24/01/2018, 15:13
Los tres genin lograron escapar justo antes de que la habitación donde todo lo relacionado a aquel maestro que una vez fue algo parecido a ellos, se vio sepultado hasta convertirse en un extraño recuerdo. Sin embargo, la joven kunoichi, junto a sus compañeros de misión, no pararon hasta que se vieron alejados de aquel lugar.
Akame terminó por decidir que el mejor sitio para descansar, eran las escaleras donde se dejó caer. Eri no replicó ante su decisión, pues a la mínima que el mayor de los Uchiha tomase el suelo para descansar, ella se caería en su lado izquierdo, ejerciendo presión sobre el torso, el cual le dolía a horrores, haciendo que su respiración fuese un tanto más artificial que de costumbre.
«Pero al menos... ya está...»
Pensó ella mientras miraba a sus compañeros, luego miró hacia atrás, donde estaba el agujero ya entaponado de la guarida de Yogo. ¿De verdad ya estaba? ¿O quizá había algo más en aquella mansión relacionado con aquel ser?
—¿Deberíamos... mirar si se han ido los efectos del colchón? —preguntó Eri, dándose la vuelta para clavar su trasero en el suelo aún con su brazo izquierdo rodeándose el torso —. ¿Creéis que ya está? —preguntó, con la vista clavada en el suelo.
Haber salido de allí ya le suponía un milagro, por ello ni si quiera era capaz de creerlo aún del todo.
Akame terminó por decidir que el mejor sitio para descansar, eran las escaleras donde se dejó caer. Eri no replicó ante su decisión, pues a la mínima que el mayor de los Uchiha tomase el suelo para descansar, ella se caería en su lado izquierdo, ejerciendo presión sobre el torso, el cual le dolía a horrores, haciendo que su respiración fuese un tanto más artificial que de costumbre.
«Pero al menos... ya está...»
Pensó ella mientras miraba a sus compañeros, luego miró hacia atrás, donde estaba el agujero ya entaponado de la guarida de Yogo. ¿De verdad ya estaba? ¿O quizá había algo más en aquella mansión relacionado con aquel ser?
—¿Deberíamos... mirar si se han ido los efectos del colchón? —preguntó Eri, dándose la vuelta para clavar su trasero en el suelo aún con su brazo izquierdo rodeándose el torso —. ¿Creéis que ya está? —preguntó, con la vista clavada en el suelo.
Haber salido de allí ya le suponía un milagro, por ello ni si quiera era capaz de creerlo aún del todo.