26/01/2018, 12:03
(Última modificación: 26/01/2018, 12:03 por Aotsuki Ayame.)
Daruu se rio abiertamente ante su comentario, y la muchacha se sonrojó casi de manera instantánea. Había hecho el ridículo.
—En realidad, en otras circunstancias puede ser muy buena idea. Si sales fuera del país, aunque por las armas y demás puedan imaginar que eres una kunoichi, te interesa no identificarte como shinobi de ninguna villa en completo.
«Estaría bien poder pasar por civiles normales y corrientes, pero esconder todas las armas es muy complicado...» Pensó Ayame, aunque no lo compartió en voz alta. «Quizás con una transformación, pero mantenerla en el tiempo también sería costoso. Y si terminaran pillándonos sería aún peor.»
—Respecto a Coladragón —continuaba Daruu, ajeno al constante zumbido de los engranajes del cerebro en marcha de su compañera—, no creo que pase nada si tres shinobi se pasean por ahí. No creo que seamos los únicos ninjas, y sin duda habrá guardias fijos. Lo que pasa es que entrar en la plaza con tres pájaros gigantes es como gritar "OYE, VENIMOS DE MISIÓN URGENTE, CORRED CONTÁDSELO A TODOS LOS VECINOS". No sé si me entiendes.
No pudo evitarlo, Ayame rompió a reír ante aquella dramatización.
—De todas formas, creo que Kōri-sensei ya llama bastante la atención. Es... muy blanco. Perdón, Kōri-sensei.
El Jōnin, que había estado observando la escena en silencio, negó con la cabeza, restándole importancia al asunto.
—No es la primera vez que voy a Coladragón, y en algunos sitios ya me conocen. Intentar pasar desapercibidos ante ellos sería inútil. Lo mejor es que actuemos con normalidad y calma.
—Entendido —asintió Ayame.
Nunca antes le alegró tanto que Daruu tuviera razón. Coladragón no tenía nada que ver con Shinogi-To. El pequeño pueblo se asentaba en el cabo que le daba su nombre, y el suave rumor del océano enseguida acompañó al de la lluvia cuando pusieron sus pies dentro. Con aquella tormenta, la playa no parecía un lugar apetecible de baño, pero la vista, con todos aquellos barcos y barcas de pesca, era espectacular. Si miraban a lo lejos incluso se podía adivinar entre la bruma la sutil silueta de los picos del Cabo del Dragón. Y aquí y allá había multitud de puestos de compra con toda clase de objetos. Ayame se detuvo más de una vez a contemplar algún que otro objeto brillante que llamaba la atención de sus ojos.
—¡Antes de irnos tengo que comprarme algún recuerdo! —decidió, con una sonrisa cargada de ilusión.
—¿Os parece bien que vayamos a comer algo antes de iniciar la misión? —les preguntó Kōri a sus dos pupilos.
—En realidad, en otras circunstancias puede ser muy buena idea. Si sales fuera del país, aunque por las armas y demás puedan imaginar que eres una kunoichi, te interesa no identificarte como shinobi de ninguna villa en completo.
«Estaría bien poder pasar por civiles normales y corrientes, pero esconder todas las armas es muy complicado...» Pensó Ayame, aunque no lo compartió en voz alta. «Quizás con una transformación, pero mantenerla en el tiempo también sería costoso. Y si terminaran pillándonos sería aún peor.»
—Respecto a Coladragón —continuaba Daruu, ajeno al constante zumbido de los engranajes del cerebro en marcha de su compañera—, no creo que pase nada si tres shinobi se pasean por ahí. No creo que seamos los únicos ninjas, y sin duda habrá guardias fijos. Lo que pasa es que entrar en la plaza con tres pájaros gigantes es como gritar "OYE, VENIMOS DE MISIÓN URGENTE, CORRED CONTÁDSELO A TODOS LOS VECINOS". No sé si me entiendes.
No pudo evitarlo, Ayame rompió a reír ante aquella dramatización.
—De todas formas, creo que Kōri-sensei ya llama bastante la atención. Es... muy blanco. Perdón, Kōri-sensei.
El Jōnin, que había estado observando la escena en silencio, negó con la cabeza, restándole importancia al asunto.
—No es la primera vez que voy a Coladragón, y en algunos sitios ya me conocen. Intentar pasar desapercibidos ante ellos sería inútil. Lo mejor es que actuemos con normalidad y calma.
—Entendido —asintió Ayame.
Nunca antes le alegró tanto que Daruu tuviera razón. Coladragón no tenía nada que ver con Shinogi-To. El pequeño pueblo se asentaba en el cabo que le daba su nombre, y el suave rumor del océano enseguida acompañó al de la lluvia cuando pusieron sus pies dentro. Con aquella tormenta, la playa no parecía un lugar apetecible de baño, pero la vista, con todos aquellos barcos y barcas de pesca, era espectacular. Si miraban a lo lejos incluso se podía adivinar entre la bruma la sutil silueta de los picos del Cabo del Dragón. Y aquí y allá había multitud de puestos de compra con toda clase de objetos. Ayame se detuvo más de una vez a contemplar algún que otro objeto brillante que llamaba la atención de sus ojos.
—¡Antes de irnos tengo que comprarme algún recuerdo! —decidió, con una sonrisa cargada de ilusión.
—¿Os parece bien que vayamos a comer algo antes de iniciar la misión? —les preguntó Kōri a sus dos pupilos.