26/01/2018, 19:16
—¿Cómo, que no vamos siquiera a esperar hasta mañana para empezar? ¡Estoy muy cansado!
Kōri le dirigió una breve mirada. De haber sido otra persona, quizás habría abierto los ojos en señal de sorpresa. Pero él no era otra persona, él era Kōri, El Hielo. Y los sentimientos no se atrevían siquiera a asomarse a la comisura de sus labios.
—Sólo ha pasado medio día desde la mañana, Daruu-kun. Además, lo ideal sería que comprobáramos cuanto antes si los rumores de que algo le ha podido pasar a Shiruuba-san son ciertos y trazar un plan —añadió, en apenas un susurro de nieve—. Vamos, conozco un buen sitio para comer.
El lugar en cuestión estaba cerca del puerto, en un acogedor rincón donde llegaba el susurro de las olas cercanas. Era un edificio bastante atractivo, de dos plantas de altura y paredes de colores ocre. Sobre la puerta, de color azul y con múltiples grabados de conchas, estrellas de mar y caballitos de mar; un letrero protagonizado por un alegre cangrejo rezaba "Posada Bajo el Mar".
Entraron, y unos cascabeles de cristal sobre la puerta anunciaron su llegada. Y la posada era tan atractiva por dentro como por fuera. El suelo simulaba arena blanca, las paredes, azules, simulaban las olas. Y todo el mobiliario de alrededor parecían rocas e incluso corales.
—¡QUÉ BONITO! —exclamó Ayame, maravillada.
Desde el centro del salón, un hombre que había estado atendiendo una mesa cercana no tardó en reparar en ellos y, con una espléndida sonrisa, se acercó a recibirlos. Era alto y espigado. Bastante espigado. Tenía la piel bastante bronceada y los ojos oscuros, que contrastaba con sus cabellos de un color rojo vivo.
—¡Bienvenidos! ¡Oh, bienvenidos a la Posada Bajo el Mar! Mesa para tres, ¿verdad? Acompañadme, por favor.
Les guió hasta una de las mesas y Ayame se sentó junto a la ventana para poder ver el mar en todo su esplendor. Era una vista que quitaba el aliento, pero era una lástima que se viera alterada por la continua tormenta que asolaba el País de la Tormenta. De igual manera, aquello le daba un toque... especial.
—Mi nombre es Kaniseba, a su servicio —dijo el encargado, servicial, mientras repartía entre ellos los cubiertos, los vasos y las cartas—. Enseguida les tomaremos nota, señores.
—¡Muchas gracias, Kaniseba-san! —expresó Ayame, con una sonrisa, antes de que se marchara.
Sólo después tomó la carta y, durante un instante, sintió una terrible presión en el pecho. Miró a Daruu de reojo, y después a su hermano, esperando en cualquier momento un estallido de ira por parte del genin.
«Aquí sólo hay pescado.» Pensó. Aquel parecía un restaurante especializado en pescados y mariscos, algo que quizás debería haber deducido con el nombre de la posada. Afortunadamente, también estaba la especialidad de la casa: "Pezqueñines de la lonja rebozados y patatas de la huerta".
Kōri le dirigió una breve mirada. De haber sido otra persona, quizás habría abierto los ojos en señal de sorpresa. Pero él no era otra persona, él era Kōri, El Hielo. Y los sentimientos no se atrevían siquiera a asomarse a la comisura de sus labios.
—Sólo ha pasado medio día desde la mañana, Daruu-kun. Además, lo ideal sería que comprobáramos cuanto antes si los rumores de que algo le ha podido pasar a Shiruuba-san son ciertos y trazar un plan —añadió, en apenas un susurro de nieve—. Vamos, conozco un buen sitio para comer.
El lugar en cuestión estaba cerca del puerto, en un acogedor rincón donde llegaba el susurro de las olas cercanas. Era un edificio bastante atractivo, de dos plantas de altura y paredes de colores ocre. Sobre la puerta, de color azul y con múltiples grabados de conchas, estrellas de mar y caballitos de mar; un letrero protagonizado por un alegre cangrejo rezaba "Posada Bajo el Mar".
Entraron, y unos cascabeles de cristal sobre la puerta anunciaron su llegada. Y la posada era tan atractiva por dentro como por fuera. El suelo simulaba arena blanca, las paredes, azules, simulaban las olas. Y todo el mobiliario de alrededor parecían rocas e incluso corales.
—¡QUÉ BONITO! —exclamó Ayame, maravillada.
Desde el centro del salón, un hombre que había estado atendiendo una mesa cercana no tardó en reparar en ellos y, con una espléndida sonrisa, se acercó a recibirlos. Era alto y espigado. Bastante espigado. Tenía la piel bastante bronceada y los ojos oscuros, que contrastaba con sus cabellos de un color rojo vivo.
—¡Bienvenidos! ¡Oh, bienvenidos a la Posada Bajo el Mar! Mesa para tres, ¿verdad? Acompañadme, por favor.
Les guió hasta una de las mesas y Ayame se sentó junto a la ventana para poder ver el mar en todo su esplendor. Era una vista que quitaba el aliento, pero era una lástima que se viera alterada por la continua tormenta que asolaba el País de la Tormenta. De igual manera, aquello le daba un toque... especial.
—Mi nombre es Kaniseba, a su servicio —dijo el encargado, servicial, mientras repartía entre ellos los cubiertos, los vasos y las cartas—. Enseguida les tomaremos nota, señores.
—¡Muchas gracias, Kaniseba-san! —expresó Ayame, con una sonrisa, antes de que se marchara.
Sólo después tomó la carta y, durante un instante, sintió una terrible presión en el pecho. Miró a Daruu de reojo, y después a su hermano, esperando en cualquier momento un estallido de ira por parte del genin.
«Aquí sólo hay pescado.» Pensó. Aquel parecía un restaurante especializado en pescados y mariscos, algo que quizás debería haber deducido con el nombre de la posada. Afortunadamente, también estaba la especialidad de la casa: "Pezqueñines de la lonja rebozados y patatas de la huerta".