29/01/2018, 12:03
—Yo no voy a comer nada —soltó Daruu, y Ayame le miró extrañada. No fue la única.
«¿Pero no acaba de decir que el pescado de Coladragón sí le gustaba?»
Como si le estuviera leyendo la mente, el genin continuó hablando:
—Aquí no está el típico pescado en piezas rebozados de Coladragón. Lo que más se le parece es esto de pezqueñines. Los pezqueñines no se pueden despiezar en trozos que no parecen pescado. Yo no quiero pescaito frito, no quiero nada que tenga forma de pez. Podéis comer vosotros, yo cogeré algo de la mochila. Hum. —Con la actitud de un chiquillo, se había cruzado de brazos, con la mirada perdida en el horizonte.
Ayame miró de reojo a su hermano con el corazón encogido. ¿Qué iban a hacer ahora? ¿Se marcharían del lugar después de haber sido atendidos de aquella manera tan cordial y sentados en la mesa incluso? ¿Y qué dirían? ¿Que no les gustaba la comida? No quería romper el corazón de Kamiseba-san de aquella manera...
Sin embargo, para su completa sorpresa, Kōri negó con la cabeza, restándole importancia al asunto.
—Patatas de la huerta. Puf. A ver en qué huerta del País de la Tormenta van a cultivar patatas. Menudos pijos —seguía refunfuñando el Hyūga—. El pescado rebozado de Coladragón se come bien en los puestecitos callejeros.
En ese momento, se acercó una camarera. Era una joven que apenas superaba la edad adulta, alta y con cintura de avispa, con una larga cabellera ondulada de un vivo color rojo que resaltaban sus ojos azules como el mar y gesto risueño. A modo de vestimenta llevaba una camiseta morada con estampados de conchas y unos pantalones ajustados de color verde cuya textura parecía simular escamas.
—¿Se han decidido ya, señores? —tenía una voz melodiosa, como si estuviera a punto de ponerse a cantar en cualquier momento.
—Una de la especialidad de la casa y agua fría.
—¡Para mí también! Pero el agua, mejor del tiempo...
—Muy bien —asintió la camarera, apuntando las comandas en una libreta que llevaba consigo. Entonces se volvió hacia Daruu—. ¿Y para usted?
«¿Pero no acaba de decir que el pescado de Coladragón sí le gustaba?»
Como si le estuviera leyendo la mente, el genin continuó hablando:
—Aquí no está el típico pescado en piezas rebozados de Coladragón. Lo que más se le parece es esto de pezqueñines. Los pezqueñines no se pueden despiezar en trozos que no parecen pescado. Yo no quiero pescaito frito, no quiero nada que tenga forma de pez. Podéis comer vosotros, yo cogeré algo de la mochila. Hum. —Con la actitud de un chiquillo, se había cruzado de brazos, con la mirada perdida en el horizonte.
Ayame miró de reojo a su hermano con el corazón encogido. ¿Qué iban a hacer ahora? ¿Se marcharían del lugar después de haber sido atendidos de aquella manera tan cordial y sentados en la mesa incluso? ¿Y qué dirían? ¿Que no les gustaba la comida? No quería romper el corazón de Kamiseba-san de aquella manera...
Sin embargo, para su completa sorpresa, Kōri negó con la cabeza, restándole importancia al asunto.
—Patatas de la huerta. Puf. A ver en qué huerta del País de la Tormenta van a cultivar patatas. Menudos pijos —seguía refunfuñando el Hyūga—. El pescado rebozado de Coladragón se come bien en los puestecitos callejeros.
En ese momento, se acercó una camarera. Era una joven que apenas superaba la edad adulta, alta y con cintura de avispa, con una larga cabellera ondulada de un vivo color rojo que resaltaban sus ojos azules como el mar y gesto risueño. A modo de vestimenta llevaba una camiseta morada con estampados de conchas y unos pantalones ajustados de color verde cuya textura parecía simular escamas.
—¿Se han decidido ya, señores? —tenía una voz melodiosa, como si estuviera a punto de ponerse a cantar en cualquier momento.
—Una de la especialidad de la casa y agua fría.
—¡Para mí también! Pero el agua, mejor del tiempo...
—Muy bien —asintió la camarera, apuntando las comandas en una libreta que llevaba consigo. Entonces se volvió hacia Daruu—. ¿Y para usted?