29/01/2018, 12:29
Ayame se mordió el labio inferior, apurada. Daruu ni siquiera se había vuelto para mirar a su interlocutora y, en su lugar, había respondido con un seco:
—Agua para beber. Nada para comer. Gracias.
—¡Muy bien! ¡Enseguida os lo traigo!
La muchacha se marchó hasta la barra, donde le dio la comanda a un chico aún más joven que ella, rubio y vestido con ropajes amarillos con rayas azules. Y Ayame se puso a juguetear con sus manos, nerviosa, mientras un denso silencio se tejía a su alrededor. Kōri no era muy hablador, por lo que era imposible que iniciara él un tema de conversación, y tal y como estaba Daruu... No le quedaba otra que mirar por la ventana y perderse en las olas del mar mientras esperaban la comida.
Afortunadamente no tuvieron que esperar demasiado. Aunque aquel escaso tiempo se le hizo eterno.
—Aquí tenéis, siento la demora —dijo la camarera, sonriente, aunque no había tardado más de la cuenta—. ¡Espero que disfrutéis de la comida!
—Gracias.
—¡Gracias!
La camarera se marchó, y Ayame se centró en su comida. La verdad era que aquel plato de pescado era el más apetecible que había visto nunca. Trozos de pescado alargados con un rebozado perfectamente dorado, acompañado de rodajas de limón exquisitamente dispuestas y un pegote de salsa que parecía ser mayonesa aderezado con varias hierbas y especias. A modo de acompañamiento, una pequeña porción de patatas, doradas, crujientes y al punto de sal.
No había rastro alguno de ninguna clase de forma de pez. Parecía que los pezqueñines se quedaban simplemente en el nombre.
—¡Que aproveche! —exclamó Ayame, antes de probar el delicioso manjar.
Mientras Kōri tenía su mirada clavada en Daruu.
—Agua para beber. Nada para comer. Gracias.
—¡Muy bien! ¡Enseguida os lo traigo!
La muchacha se marchó hasta la barra, donde le dio la comanda a un chico aún más joven que ella, rubio y vestido con ropajes amarillos con rayas azules. Y Ayame se puso a juguetear con sus manos, nerviosa, mientras un denso silencio se tejía a su alrededor. Kōri no era muy hablador, por lo que era imposible que iniciara él un tema de conversación, y tal y como estaba Daruu... No le quedaba otra que mirar por la ventana y perderse en las olas del mar mientras esperaban la comida.
Afortunadamente no tuvieron que esperar demasiado. Aunque aquel escaso tiempo se le hizo eterno.
—Aquí tenéis, siento la demora —dijo la camarera, sonriente, aunque no había tardado más de la cuenta—. ¡Espero que disfrutéis de la comida!
—Gracias.
—¡Gracias!
La camarera se marchó, y Ayame se centró en su comida. La verdad era que aquel plato de pescado era el más apetecible que había visto nunca. Trozos de pescado alargados con un rebozado perfectamente dorado, acompañado de rodajas de limón exquisitamente dispuestas y un pegote de salsa que parecía ser mayonesa aderezado con varias hierbas y especias. A modo de acompañamiento, una pequeña porción de patatas, doradas, crujientes y al punto de sal.
No había rastro alguno de ninguna clase de forma de pez. Parecía que los pezqueñines se quedaban simplemente en el nombre.
—¡Que aproveche! —exclamó Ayame, antes de probar el delicioso manjar.
Mientras Kōri tenía su mirada clavada en Daruu.